Más de 50 años de guerra civil ininterrumpida —70 con La
Violencia, el conflicto tras el asesinato de Jorge Eliércer Gaitán Ayala en
1948— y crueldades manifiestas de todos lados pesan mucho en la conciencia colombiana,
como pesan los millones de desplazados y empobrecidos más por la guerra. Como
pesa el narcotráfico.
Guerrillas por la justicia social en sus inicios, los
movimientos restantes a hoy —las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -
Ejército del Pueblo (FARC-EP o FARC), la Unión Camilista - Ejército de
Liberación Nacional (UC-ELN o ELN) y el residual Ejército Popular de
Liberación (EPL)— trocaron su ideología marxistaleninista y castrista
hasta convertirse en sostén visible del narcotráfico y medrar de él.
Con este panorama, el gobierno del presidente Juan Manuel
Santos Calderón inició en 2012 conversaciones de paz en La Habana con las FARC,
anunciando luego seguirlas con el ELN. No son las primeras —ya hubo con
Betancur Cuartas (las únicas con algún éxito), Barco Vargas, Gaviria Trujillo y
Pastrana Arango— pero en éstas la administración Santos ha puesto todos su
empeño como bandera de la reelección presidencial.
El 25 de mayo pasado Santos Calderón, contra pronósticos,
quedó segundo con 4% detrás de Óscar Iván Zuluaga Escobar, votos mayoritarios
realmente para el expresidente Uribe Vélez.
¿Por qué ese resultado? Porque, en el imaginario popular, el
gobierno cedió mucho frente a las FARC, el presidente traicionó a su antecesor
y mentor, su política interna fue errática —recordemos los conflictos agrarios—
y, además, su relación muy complaciente con Venezuela —apoyo frontal de las
FARC.
El próximo domingo será el ballotage. Una encuesta da gran
ventaja a Zuluaga Escobar —continuaría los diálogos pero sin impunidad— y otra
una leve a Santos Calderón. Lo que sí es cierto es que la visión de paz con
guerrilla será parte del voto.
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