martes, 24 de marzo de 2020

Virus y elecciones: ¿pe(s)cadores ganan?



El coronavirus llegó y trastornó el mundo que conocemos. Saltando las distancias y los muertos —hasta hoy, casi 15 mil muertes del COVID-19 en todo el mundo mientras que la Peste Negra mató un tercio sólo de toda la población europea del siglo XIV y entre 20 y 40 millones murieron con la gripe española de 1918, ni la Peste Negra ni la gripe española ni, más cerca, el HIV y el SIDA —más de 40 millones de fallecidos— lograron crear un pánico tan inmediato fake news y desinformación por medio— ni, tampoco, medidas tan radicales en todo el mundo.


Saco del COVID-19 varias lecciones. La primera, que no es posible mentir eternamente, menos en nuestro mundo hiperinformado: el negar la existencia de la enfermedad —usual en regímenes totalitarios como China— fue el factor que provocó la explosión de los contagios y la difusión exponencial del virus. Segundo, en nuestra época hiperinterconectada —no pondré “globalizada” porque desde Trump no es buena palabra— detener una propagación es una tarea tenaz. La tercera —hay muchísimas más— es que la mentira y la tergiversación son armas apetecibles para la guerra sucia.

Saltaré a las elecciones en Bolivia. Como en otras columnas, seguiré sosteniendo la confianza en la probidad del Tribunal Supremo Electoral y en su presidente —aunque a veces mantener el equilibrio entre ajustarse “en fino” a la legalidad para evitar cuestionamientos y las urgentes ansiedades de la sociedad sea tarea de mucho esfuerzo y penoso reconocimiento— y también reconoceré que existe una intelligentsia política nuestra que —aunque la mar de las veces sea al borde de una catástrofe— logra acuerdos y consensos. Por eso no dudo que los habrá sobre la postergación de las elecciones —algunos porque esperarán réditos de ello y otros porque comprenderán que es imprescindible—, al menos de la gran mayoría. (Hasta puedo entender la negativa del MAS porque la guerra al coronavirus es un fuerte argumento contra sus aspiraciones y porque, a pesar de contar numéricamente con mayoría en la Asamblea, bloquear la postergación no sólo sería un suicidio político y social sino, además, inútil en la práctica frente a las atribuciones del Cuarto Poder, el Electoral, para situaciones extraordinarias, las mismas que el propio MAS le atribuyó en 2009 confiado de su cooptación.)

Quizás la postergación sea hasta más beneficiosa para el país porque —elucubro— “hasta” podría permitir revisar alineaciones y, quizás incluso, la geografía electoral viciada de injusticia. Pero, por esta vez, retornaré a mi eje: Virus y elecciones y “pescadores” en busca de ganancia.
Me abstendré de analizar las medidas sanitarias tomadas —consecuentes con las de la OMS/OPS—; me quedaré con las tergiversaciones malintencionadas, las acciones en presunto autobeneficio y el terrorismo verbal.

Sin dudas, las tergiversaciones malintencionadas redundan en detrimento de quien las dice cuando la población las contrasta con la realidad —el temor del MAS— y el continuo demérito de lo hecho —acción de algunos— se vuelca contra el que lo hace; similar camino toman las acciones en autopropaganda: en momentos de necesaria solidaridad y esfuerzo, los protagonismos interesados provocan repudio. El terrorismo verbal, mal o bien intencionado —el efecto Savonarola—, es más grave porque augurar la indefectibilidad de miles de muertos no crea conciencia sino zozobra cuya prevención debe ser el empeño de todos.

Se ha mencionado estos días a Bocaccio y a Camus; yo recordaré a Dante. En la Divina Commedia habla dos veces de pestes en su Círculo Octavo: en el Canto Vigésimo de los impostores y los desleales y en el Vigésimonoveno de los falsificadores y diseminadores de discordia. Huelgan comentarios.

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martes, 10 de marzo de 2020

Vergonzosas mentiras, mediocre mezquindad



El título de esta columna caracteriza buena parte de estas elecciones: Vergonzosas mentiras como la del paper del Center for Economic and Policy Research (CEPR) publicado “en” el periódico The Washington Post y mediocre mezquindad la de las candidaturas presidenciales descartables por residuales que sólo lograrán aportarle espacios al MAS.

Empezaré por el artículo “Bolivia descartó sus elecciones de octubre como fraudulentas. Nuestra investigación no encontró ninguna razón para sospechar fraude”, escrito por John Curiel y Jack R. Williams y publicado el 27 de febrero en el blog The Monkey Cage —que su editor, John Sides, describe como «un sitio independiente publicado actualmente aquí en el Washington Post», es decir: no es del periódico. La primera falsedad fue atribuir ese documento de sólo 3 páginas a “investigadores del Laboratorio de Datos Electorales y Ciencias del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT)”, algo después Richard Lester, Preboste Asociado del MIT, a nombre del Presidente Leo Rafael Reif desmintiera al mencionar que los autores trabajaron a título personal y contratados por CEPR, y la segunda darlo como una “investigación seria” que “anulaba” la auditoría electoral de la OEA (86 páginas con el trabajo de 36 especialistas multidisciplinarios de diferentes países); el publicado en Monkey Cage sólo fue realizado por Curiel y Williams. Sin entrar en más —el codirector de CEPR Mark Weisbrot es una antiguo aliado de Chávez y Maduro, y su Analista Político Senior, Guillaume Long, fue ministro de varias carteras con Rafael Correa—, el paper fue reproducido inmediatamente en medios internacionales sin más análisis —ni aclaración después de los desmentidos— y toda la izquierda sociata 21 lo aplaudió para loor de Evo, aunque en realidad los disparos eran contra la candidatura de Almagro en la OEA, meta urgente bolivariana. (Sobre Morales penden el juicio por el asesinato de Michael Dawyer y las precisiones de la ACNUR sobre sus violaciones del refugio político.)

Y aunque hay mucho más de qué opinar, me quedaré en la mediocre mezquindad. Para el 3 de mayo se habilitaron ocho partidos y alianzas, siete contrarias al MAS. De las ocho, la primera encuesta de intención de voto publicada luego de oficializados los binomios (CIES MORI, 16/02), sólo da posibilidad para una segunda vuelta a tres de ellos: MAS-IPSP, JUNTOS y COMUNIDAD CIUDADANA —estos dos estadísticamente similares—, circunscribe presencia de CREEMOS en la ALP sólo en Santa Cruz —estadísticamente igualado con JUNTOS— y descarta posibilidad alguna para el resto; la segunda (MERCADOS Y MUESTRAS, 23/02) —con un error mayor (+/- 3% vs. 2,07%) y menos casos (1.070 vs. 2.224) y cobertura (48 vs. 84)— repite la terna posible.

En otras columnas y entrevistas he explicado —a partir del coeficiente D´Hondt aplicado en Bolivia— cómo la dispersión de votos por muchas candidaturas beneficia mucho al primer ganador (el MAS podría ganar en cinco departamentos) y reduce la representación de los siguientes. En “La victoria del MAS y el rol de Tuto Quiroga” (Página Siete, 15/10/2014) ya Raúl Peñaranda analizó cómo la candidatura de Quiroga perjudicó entonces los resultados de la oposición; vale el análisis de Peñaranda para hoy.

Cerraré con dos «requisitos que deberían ser plenamente cumplidos» en las campañas electorales de mi buen amigo Juan Cristóbal Soruco (“Adversarios, no enemigos”, Los Tiempos, 08/03/2020): «no recurrir a la mentira como centro de las estrategias de campaña (no sólo porque mentir es malo en sí, sino porque mentir presupone que la audiencia es tonta) y mantener un mínimo de respeto a los adversarios».


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