España: El tránsito de la Monarquía de la Transición
Llevamos todos varias semanas “bombardeados” por los medios y
las Redes sociales con la abdicación del anterior monarca español, Juan Carlos I
de Borbón y Borbón-Dos Sicilias en beneficio de su último hijo Felipe de Borbón
y Grecia, proclamado desde el 19 de junio Felipe VI —beneficiado por la Ley Agnaticia
que, a diferencia de la Ley Sálica de la que deriva, no excluye a las mujeres de
la sucesión sino que las sitúa detrás de sus hermanos varones, aunque éstos sean
de menor edad, como fue con Felipe.
La Monarquía española proclama a sus reyes, a diferencia del resto
de las europeas que los coronan, dizque porque era tan poderosa que no necesitaba
símbolos que la engrandecieran; el último monarca de esos lares que fue coronado
fue Juan I de Castilla en 1379.
Largamente esperada y necesaria desde antes —2012 con seguridad—,
la abdicación de este actor decisivo de la Transición postfranquista, junto con
el fallecimiento reciente del que fuera Jefe de Gobierno de ese período, Adolfo
Suárez González, concluye esa etapa refundadora de la democracia en España. Y concluye
la visión de gobernar que dejó el llamado Régimen del 78.
"En la forja [del] futuro, una nueva generación reclama
con justa causa el papel protagonista" dijo Juan Carlos en su alocución de
despedida. Nada más cierto ni nada más demorado: La investigación contra el esposo
de su segunda hija Cristina, Iñaki Urdangarin, y la imputación de la infanta como
cooperadora de los presuntos delitos de malversación, fraude, prevaricación, falsedad
y blanqueo de capitales cometidos por su marido perforó la credibilidad del rey
y su familia, hasta entonces incólume — “casualmente”, la abdicación se produjo
semanas antes de que el juez de la causa decidiera si mantiene el encausamiento
de la infanta. Luego, una costosa cacería de elefantes en Botswana en 2012 —paradoja
en quien era presidente honorario de la WWF en España— que se descubrió por accidente
del monarca, golpeó fuertemente a una España en medio de una gran crisis y con desempleo
galopante; ni el pedir perdón públicamente —“no lo volveré a hacer”, dicho a modo
de escolar agarrado en falta— ni la publicación en el propio sitio web de las finanzas
de la familia real sirvieron para mejorar la imagen en franco deterioro, una cuesta
más aguzada por caer desde la cima donde estaba después de enfrentar el golpe de
1981.
El reinado de Juan Carlos I fue el tercero más prolongado
desde el siglo xviii: 39 años —Felipe
V estuvo 46 y Alfonso XIII, 45.
En una columna recién publicada (“Gen autárquico”) mencionaba
cómo esta nueva transición sucede en medio de varias crisis —endógenas y exógenas—:
la primera, económica que no termina, de origen mixto, “alimentada” con fruición
en España durante el Carnaval de los Nuevos Ricos; una endógena, que busca fragmentar
el país a través de nacionalismos centrífugos exacerbados y que mucho tiene del
“sálvese quien pueda” en medio de la crisis; y otra más, nuevamente endógena pero
bastante compartida en Europa —¡y Latinoamérica!—, la de descrédito de la clase
política por su corrupción, nepotismo e ineficiencia.
En 2012, en España había 445.568 cargos
políticos en la administración pública, casi el doble de Italia y Francia —donde
ciertamente tampoco sus clases políticas son dechados de virtudes— y 300.000 más
que Alemania; la cifra española da 1 político
por cada 105 habitantes (España tenía 47 millones, Italia 61, Francia 66 y Alemania
80). El costo anual aproximado para España era de 25 mil millones de euros,
eso en plena crisis recesiva.
La confluencia de todas estas crisis —las generales de España
y las particulares actuales de la familia Borbón española— han dado base al resurgimiento
de reclamos de una nueva restauración republicana —la Tercera República— y que partidos
políticos de izquierda, aunque minoritarios aún en el espectro político español
como la coalición Izquierda Unida, Podemos —creado este mismo año y la sorpresa
de las elecciones europeas, cercano ideológicamente a la corriente bolivariana—
y Equo —ecologista y ecosocialista— pidieran un referéndum para decidir si el pueblo
español quiere mantener la monarquía u optar por la república; no tengo ninguna
duda de que la reconfirmación de la aceptación
ciudadana del modelo de monarquía parlamentaria —“falsa monarquía, verdadera república“
definió el historiador francés Joseph Savès a estos sistemas europeos— mediante
su voto en un referéndum sobre el modelo de gobierno ayudaría decisivamente a crear
confianza ciudadana, aunque coincido con otros que lo reclaman mediato, cuando hayan
clarificaciones porque el grito de ¡República ya! —mucho más emotivo que programático—
me recuerda que las dos experiencias anteriores —la Primera (1873-1874) y la Segunda
(1931-1939)— fracasaron a causa de sus propias fuerzas enfrentadas irreconciliablemente
—en la Segunda, caldo de cultivo para la sublevación militar y la Guerra Civil—
y, por ende, con inexistencia de un proyecto país consensuado y ausencia de
voluntad de diálogo, algo que vuelve a suceder, con escasas excepciones —como Julio
Anguita González y su proyecto de Frente Cívico.
Latinoamérica: ¿repúblicas monárquicas o monarquías republicanas?
Más allá del mismo sistema
de gobierno, es importante revisar cuáles características de una monarquía niegan
el ideal republicano: Sin dudar, el heredar el poder —la sucesión dinástica— es uno de ellos; otro lo
es la perpetuidad del cargo —aunque
se le pueda abdicar—; también la concentración de poder, algo que está ahora muy disminuido en las monarquías
parlamentarias europeas, reducidas a una función simbólica, y el último, el arrogarse
ser expresión —la personalización, no la representación— de la identidad
nacional, puramente simbólico en
esas monarquías mencionadas. Sin embargo, ya acá coincido con la historiadora y
periodista argentina Claudia Peiró cuando en su artículo “Reyes versus presidentes”
se pregunta si en nuestras repúblicas latinoamericanas se ha estado exento de algunas
—o todas— de estas características “monárquicas”.
De monarquías con monarcas y monárquicos sin monarcas
Lo primero que todos recordamos es que Latinoamérica nació independiente
con una vocación generalizada republicana muy influenciada por la Ilustración, aunque
no siempre —muchas— bajo preceptos igualitarios.
Y para sostener lo anterior, en primera revisión esa vocación
republicana sólo se distorsiona un poco si mencionamos los conocidos imperios del
mexicano Agustín de Iturbide y Arámburu —Agustín I— (1822-1823) y del austriaco
Maximilian von Habsburg-Lorraine —Maximiliano I— (1864-1867) ambos en México, el
reinado de Henri Christophe —Henri I, nacido Christopher Henry— en Haití (1811–1820)
y la etapa imperial de los Bragança en Brasil —añoranzas que en el referéndum constitucional
de 1993 obtuvieron 13,4% de votos, casi 7 millones de electores dieron su apoyo
al regreso del Império do Brasil—, la más larga experiencia monárquica en Latinoamérica
(1822-1889), espíritu imperial que para muchos sigue siendo el eje consciente de
la política exterior —y, por qué no, también interior— actual brasilera.
De estas monarquías, el Brasil imperial
fue la más trascendente y estable durante las casi siete décadas que duró, con sucesión
monárquica entre Pedro I de Bragança e Bourbon y su hijo Pedro II, expandiendo el
país y sentando sus bases económicas. Fue la continuación de los Reinos do Brasil
(1808-1815) con María I de Bragança e Bourbon y Unido de Portugal, Brasil e Algarves
(1815-1822) con Juan VI de Bragança.
Menos mencionadas son las posiciones promonárquicas constitucionalistas
de José de San Martín —aunque sin ambiciones personales, convencido que los americanos
aún no estaban preparados para vivir en una forma republicana de gobierno y la necesidad
de un gobierno centralizado fuerte—, importantes durante su Protectorado del Perú
(1821-1822) y que fracasaron con la llegada de Simón Bolívar y la independencia
final del país. Y casi desconocidos los imperios de Jean-Jacques Dessalines —Jacques
I— (1804-1806) y de Faustin-Élie Soulouque —Faustin I— (1849-1859) o el reinado
en la isla de La Gonâve del norteamericano Faustin Edmond Wirkus —Faustin II— (1925-1929),
todos en Haití; los reyes afrobolivianos —actualmente Julio Pinedo y Pinedo— y el principado pontificio de La Glorieta (1896), ambos
en Bolivia; el Reino de la Araucanía y la Patagonia —el Royaume d'Araucanie et de
Patagonie creado por el francés Orélie Antoine de Tounens— (1860-1862), y la intentona
promonárquica de Mariano Paredes y Arrillaga, Presidente Interino de México (1846)
Entre los rioplatenses y luego argentinos, la visión monárquica
tuvo dos fundamentos: frenar el caos interno e impedir pretensiones externas. Fueron
bajo estos fundamentos, entre otros, el intento de restauración incaísta (1816)
en una monarquía parlamentaria del prócer argentino Manuel Belgrano y González —fervoroso
independentista—, secundada por otros patricios; el proyecto de conseguir un Borbón
como rey por Gervasio Antonio de Posadas y Dávila —entonces Director Supremo de las Provincias Unidas del
Río de la Plata—, Manuel de Sarratea y de Altolaguirre y Bernardino González Rivadavia
y Rivadavia en 1816; el de solicitar a Juan VI que Brasil ejerciera Protectorado
—entre otras variantes que se discutieron en el Congreso de Tucumán— sobre el país
rioplatense o el de crear un trono para Luis Felipe de Orléans —luego Luis Felipe
I rey de Francia— o Carlos Luis de Borbón-Parma, ex rey de Etruria. En la misma
línea independentista habían sido otros proyectos de Belgrano y González de coronar
a la infanta Carlota Joaquina de Borbón y Borbón-Parma —reina consorte de Portugal
y emperatriz honoraria de Brasil— en 1808 y luego, en 1814, al infante Francisco
de Paula de Borbón y Borbón-Parma.
Pero, en resumen, esos intentos monárquicos fracasaron por la
oposición de las monarquías europeas, sobre todo después la Restauración tras la
derrota napoléonica.
Posterior a éstos, en la segunda mitad del siglo xix está la
defensa de las “monarquías democráticas” en Latinoamérica por Juan Bautista Alberdi
y Aráoz —uno de los “padres” de la Constitución argentina de 1853—, cuyo sustento
conceptual frente al caos caudillista está explicitado en su obra de 1860 La Monarquía como mejor forma de gobierno en
Sud América: "La república ha sido y es el pan de los Presidentes, el oficio
de vivir de los militares, la industria de los abogados sin clientes y de los periodistas
sin ciencia... y la máquina de amalgamación de todas las escorias. La ocupación
única de sus gobiernos se reduce a no caer. Vivir es todo su fin y su victoria."
Un siglo y más de monarquías sin monárquicos ni monarcas coronados
«Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre
de presidentes.» [Atribuido a Bolívar
por Juan Bautista Alberdi: Bases y Puntos
de Partida para la organización política de la República Argentina (1852)].
Toda esa paráfrasis histórica anterior tenía un solo objetivo:
entender Latinoamérica y el fenómeno monárquico. Definitivamente, una región republicana…
pero ¿qué tipo de república?
Una revisión somera de los gobiernos latinoamericanos en los
siglos xx y xxi nos ofrece un panorama casi absoluto
—con excepción de Faustin II de La Gonâve— de gobiernos republicanos de todo tipo.
Por un lado, gobiernos democráticos —en un diapasón de democracias que abarca desde
los de la dictadura perfecta del PRI mexicano hasta el democrático representativo
de Rómulo Betancourt Bello en Venezuela pasando por el populismo de Juan Domingo
Perón Sosa— mientras que, por el otro, las dictaduras —como las de Fulgencio Batista Saldívar
en Cuba, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Rafael Leónidas Trujillo en República
Dominicana, Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua y Augusto Pinochet Ugarte en Chile.
Pero en la mayoría de ellas —las acá reseñadas y las que no están— prima el fenómeno
latinoamericano del caudillo.
Aunque en el siglo xx encontramos las
dictaduras europeas de los caudillos Francisco Franco Bahamonde en España y António
de Oliveira Salazar en Portugal.
Un líder carismático puede convertirse en Caudillo y buscar acceder
al poder —y muchas veces lo acceden— por mecanismos no siempre ortodoxos —democráticos
en stricto sensu— de reconocimiento de
su liderazgo con el apoyo de multitudes que convierten al Caudillo —o él se convierte—
en la expresión de sus expectativas y le confían la capacidad de satisfacerlas.
Desde el siglo xix, el caudillismo
ha fomentado en Latinoamérica el desarrollo de fuertes dictaduras y luchas entre
partidos políticos, que casi siempre han conllevado represiones sistemáticas a la
oposición y estancamiento económico y político.
Sin embargo, en algunos casos —sobre todo en el siglo XIX— el
caudillismo fue gestor de las primeras expresiones democráticas y federales en las
repúblicas latinoamericanas y de proyectos de desarrollo autónomo, como fue José
Gaspar Rodríguez de Francia —o de Francia y Velasco; Karai Guazú o el Supremo—,
ideólogo y líder de la independencia del Paraguay de España y de sus vecinos Buenos
Aires y Brasil, así como gestor de su desarrollo autónomo. Caudillos también fueron
Miguel Hidalgo y Costilla —y Gallaga Mandarte Villaseñor—, José María Morelos Pérez y Pavón, Simón
Bolívar —y Ponte Palacios y Blanco— y otros principales libertadores latinoamericanos.
En el siglo xx, los caudillos más representativos fueron Emiliano Zapata Salazar,
Pancho Villa (Doroteo Arango Arámbula) —ambos nunca gobernaron— y Lázaro Cárdenas
del Río en México, Juan Domingo Perón Sosa en Argentina, Víctor Paz Estenssoro en
Bolivia, Fidel Castro Ruz en Cuba y, ya en el xxi, Hugo Chávez Frías en Venezuela.
Caudillo y dictador no son sinónimos aunque muchas
veces confluyan; sin embargo, los gobiernos de ambos pueden tener las características
monárquicas que antes describimos: sucesión
dinástica, perpetuidad del cargo, concentración de poder y encarnación de la identidad
nacional. Revisemos la historia, tanto de la derecha como de la izquierda
—algo confuso muchas veces.
Prototipo de caudillo y dictador fue Juan Vicente Gómez Chacón,
que gobernó conservadoramente entre 1908 y 1935 con intervalos de presidentes títeres.
Aunque dio apariencia de constitucionalidad y democracia a su dictadura, indiscutiblemente
ejerció la presidencia de Venezuela a perpetuidad —hasta su muerte— en forma autocrática
y concentró el poder represivamente.
Otro dictador venezolano fue Marcos Pérez Jiménez, que presidió
su país entre 1952 y 1958. Si bien comparado con el anterior su dictadura derechista
modernizadora no fue tan larga —fue exiliado por un golpe de Estado— pero ése había
sido su propósito y sí concentró el poder.
Fulgencio Batista y Zaldívar gobernó Cuba entre 1940 y 1944 y de 1952 a 1958, con períodos abiertamente
de facto y otros pseudodemocráticos. Represivo, concentró el poder y gobernó con
visos de perpetuidad, lo que se lo frustró la Revolución izquierdista de 1959, exilándolo.
Los Somoza crearon una de las dinastías dictatoriales más prolongadas
de Latinoamérica. Militares de derecha, fueron presidentes de Nicaragua —de facto
o pseudodemocráticos— Anastasio Somoza García entre 1937 y 1947 y de 1950 a 1956
—responsable de la muerte de Augusto César Sandino y, a su vez, asesinado por un
joven opositor—, su hijo Luis Anastasio Somoza Debayle —o DeBayle— de 1957 a 1963
y su otro hijo Anastasio Somoza Debayle de 1967 a 1972 y entre 1974 y 1979 —expulsado
por la Revolución Sandinista—, intercalando gobiernos títeres de los Somoza, entre
ellos de Víctor Manuel Román y Reyes, tío de Somoza García. Con todas las características
de una monarquía —sucesión dinástica, cargo a perpetuidad, concentración de poder
(los Somoza fueron casi dueños de todo el país) y personalización del país—, es
uno de los mejores ejemplos de “monarquía” latinoamericana.
En República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo Molina ("El
Benefactor") ocupó el poder con mano dura entre 1930 y 1961 cuando fue victimado,
ejerciéndolo directamente entre 1930 y 1938 y 1942-1952 y gobernándolo de forma
indirecta durante los periodos 1938-1942 y 1952-1961 con gobiernos títeres de su
partido —incluido su hermano Héctor Trujillo Molina. Aunque fracasado en su intento
de heredar el poder a su hijo Rafael Leónidas Trujillo Martínez —Ramfis, que lo
ejerció brevemente en 1961 detrás del presidente Joaquín Balaguer Ricardo—, gobernó
con su dinastía hasta su asesinato y todo
el poder dominicano estaba en sus manos.
En la vecina Haití, François Duvalier ejerció su poder
entre 1957 y 1971 —desde 1964 como presidente
vitalicio—, heredándoselo a su hijo Jean-Claude Duvalier, quien lo mantuvo hasta
1986 que fue derrocado y exilado. Su cruel dictadura, con ribetes populistas y
religiosos, la ejerció con poderes absolutos, acrecentando la miseria y el
oscurantismo dell país.
El último de estos férreos dictadores de derecha que ejercieron
su poder con fuerte represión fue el chileno Augusto Pinochet Ugarte entre 1973
y 1990. Desde que asumió el poder tras un cruento golpe militar y hasta que fue
derrotado en el plebiscito nacional de 1988 —que debía convalidar su permanencia
como gobernante hasta 1997—, la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet
Ugarte mantuvo control absoluto sobre todos los poderes del Estado. La derrota en
el plebiscito de 1988 lo obligó a entregar el poder dos años después, lo cual no
es óbice para que se pueda afirmar que intentó perpetuarse en el Poder —durante
casi 17 años lo detentó— y lo concentró en él.
Un segundo grupo de gobernantes populistas ejercieron el poder
desde posiciones muchas veces ambivalentes. Entre ellos se ubica, también dictador
y caudillo, el populista Getúlio Dornelles Vargas, el más importante y controvertido
político brasileño del siglo xx, polémico
modernizador del país acusado de profascista y, simultáneamente, promotor de medidas
izquierdistas, fue cuatro veces Presidente entre 1930 y 1945 y entre 1951 y 1954,
cuando se suicidó y hasta hoy en día desata pasiones. Se caracterizó por sus largos
períodos de gobierno —con períodos electo y de golpes de Estado— y su concentración de poder (características de
un monarca).
Como Dornelles Vargas,
Juan Domingo Perón Sosa fue un caudillo populista que ha marcado la vida política
argentina desde 1946 hasta ahora. Después de haber formado parte de movimientos
y gobiernos militares desde 1930, ya gobernando su política se caracterizó por favorecer
a la clase obrera a la vez que ser permisiva con el fascismo —tanto con el italiano,
con el que tuvo contacto como agregado militar en Roma entre 1939 y 1941 y al que
describió como "un ensayo de socialismo nacional, ni marxista ni dogmático",
como con el alemán, permitiendo que Argentina fuera un santuario nazi después de
1945—; como otros populismos —la mayoría—, su labor de justicia social no estuvo
acompañada de un manejo adecuado de la economía, lo que terminó empobreciendo al
país. Presidente elegido, gobernó dos períodos consecutivos entre 1946 y 1955 —derrocado
por un golpe militar y exilado por 18 años— y nuevamente, a su regreso, entre 1973
y 1974, cuando falleció. Perón Sosa organizó su sucesión en su entorno familiar
—primero en 1951, cuando quiso llevar de candidata vicepresidencial a su esposa
Eva Duarte de Perón (nacida Eva María Ibarguren), que no aceptó tanto presionada
por las luchas internas en el peronismo y la sociedad como por el fulminante cáncer
que la mataría el siguiente año; luego, en 1973 cuando su entonces esposa María
Estela Martínez Cartas de Perón (conocida como Isabelita o Isabel Perón) lo acompañó
como vicepresidenta en su elección y asumió la presidencia a su muerte hasta que
fue derrocada por el golpe militar de 1976—; también concentró en él y en su movimiento
—justicialismo o peronismo— el poder en su primera etapa, pudiendo afirmarse que
ejerció una “dictablanda”.
Siempre me ha asombrado cómo el peronismo es tan flexible que
incluye las tendencias más extremas, como en 1973 que en su espectro cobijaba desde
la extrema izquierda del movimiento guerrillero Montoneros hasta la extrema derecha
del grupo paramilitar y terrorista la Triple A —Alianza Anticomunista Argentina.
En Ecuador, José María Velasco Ibarra fue el político más importante
de su siglo xx. Populista elegido cinco veces —gobernó entre 1934 y 1935, cuando
fue derrocado y exilado; convocado tras un levantamiento cívicomilitar, fue elegido
para gobernar entre 1944 y 1947 y nuevamente fue derrocado y exilado; 1952 a 1956,
el único completado; de 1960 a 1961, nuevamente derrocado y exilado, y de 1968 a
1972, una vez más derrocado y exilado—, dictador en algunos de sus gobiernos, nacionalista,
Velasco Ibarra tuvo el mérito de ser probo y morir pobre.
El boliviano Víctor Paz Estenssoro fue otro caudillo nacionalista
progresista, al menos en su primera etapa, en la que gobernó 3 períodos entre 1952
—la Revolución popular de ese año le permitió ocupar la presidencia que había ganado
electoralmente el año anterior y una Junta Militar le impidió— y 1964, año
que fue derrocado y exilado; volvió a gobernar entre 1985 y 1989, en que estableció
una política liberal. El partido que fundó —MNR— con otros líderes se ha mantenido
hasta la actualidad y durante su primera gestión de gobierno centralizó a su derredor
el poder.
Y si los anteriores fueron populistas nacionalistas, Carlos Saúl
Menem Akil en Argentina y Alberto Fujimori Fujimori en Perú fueron populistas neoliberales
que intentaron prorrogarse, a la vez que copaban los Poderes del Estado. Menem Akil
y Fujimori Fujimori intentaron rerelegirse, la primera en 1999 —inició su primer
gobierno en 1989— y la segunda en 2000 —desde
1990—; a Menem Akil le cerraron las aspiraciones la negativa de la clase política
de rereformar la Constitución pero Fujimori Fujimori hizo interpretar su propia
constitución de 1993 —que le prohibía más de una reelección inmediata— arguyendo
que en 1990 lo eligieron de acuerdo a la constitución anterior (1974) por lo que
su segundo período debía interpretarse como primero desde la nueva constitución,
similar al argüido en Bolivia; su tercer mandato sólo duró meses y luego se autoexilió
luego de la insubordinación popular. A semejanza de los líderes bolivarianos, la
mayoría temporalmente posteriores a él, una de las preocupaciones de ambos fue controlar
los Poderes del Estado y de Fujimori Fujimori, además, los medios de comunicación.
En el lado de la izquierda revolucionaria o socialista, la figura
más importante de los últimos siglos fue Fidel Castro Ruz. Al frente de una guerrilla
popular en Cuba contra la dictadura de Batista Zaldívar, ocupó el poder desde 1959
como primer ministro —los presidentes Manuel Urrutia Lleó (1959) y Osvaldo Dorticós
Torrado (1959-1976) no ejercieron un poder efectivo— hasta 1976 y como presidente
—1976 a 2008, simultaneando con la comandancia de las fuerzas armadas y la primera
secretaria del Partido Comunista por él fundado, cargo éste que siguió detentando
hasta 2011— y a su retiro por enfermedad en 2008 fue sustituido por su hermano menor
y compañero de guerrilla, su segundo designado desde que en 1964 Ernesto
Guevara de la Serna se salió de la dirigencia cubana para integrarse nuevamente
a luchas guerrilleras en África y Latinoamérica. Caudillo marxista y populista,
realizó una amplia política social y logró concentrar todo el poder alrededor del
Partido Comunista, única fuerza política del país, pero fracasó en crear una economía
centralizada eficiente, dependiendo hasta inicios de la década de 1990 de las subvenciones
de la entonces Unión Soviética y, luego del ascenso bolivariano en Venezuela, del
apoyo del país vecino.
A partir de la Revolución de Cuba, la importancia de las ideas
socialistas prosoviéticas fue extendiéndose en distintos países de África y Asia
pero, sobre todo, en Latinoamérica, donde sería fundamental para la multiplicidad
de guerrillas de izquierda y, más contemporáneo, para la formación del bolivarianismo
y el socialismo del siglo xxi.
Dándose a conocer por su fracasado intento de golpe militar de
1992 en Venezuela contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez Rodríguez
con el Movimiento Bolivariano Revolucionario
200 (MBR-200) que había cofundado, Hugo Chávez Frías llegó a la presidencia en elecciones
democráticas en 1999 y continuó en el cargo hasta su muerte en 2013 —excepto por
dos días en 2002 que estuvo derrocado— en sucesivas elecciones. Continuamente elegido
para cuatro períodos —el último no pudo asumirlo por su fallecimiento—, desarrolló
una amplia política social que, junto con la expansión internacional del modelo,
era apoyada en su amplia riqueza petrolera y que bajo una pésima administración
de la economía —estatizada y centralizada cada vez más—, terminó por llevar al país
a una crisis de modelo a la vez que concentraba el poder alrededor de su partido
Socialista Unido y de su persona. A fines de 2012, ya relegido por tercera vez pero
en estado muy avanzado de su enfermedad —que le impidió jurar el cargo—, designó
su sucesor a Nicolás Maduro Moros.
A partir de la Revolución Bolivariana y bajo el pensamiento del
Foro de São Paulo y la ideología del socialismo del siglo xxi —aunque respecto a los dos últimos con
matices— acceden al poder después de situaciones críticas diversas en sus países
acompañadas del descrédito generalizado de la clase política —como en Venezuela
en 1999— un grupo de líderes con posiciones comunes: Néstor Kirchner Ostoić y su
esposa Cristina Fernández Wilhelm
de Kirchner —conocida por CFK— en Argentina, Evo Morales Ayma en Bolivia,
Rafael Correa Delgado en Ecuador y Daniel Ortega Saavedra en Nicaragua, los tres
últimos integrados —junto con Cuba y Venezuela—
en la ALBA y afín a ella la dinastía Kirchner.
Kirchner Ostoić llegó al poder en Argentina tras las elecciones
en 2003, aún bajo los embates de la crisis nacional de 2001-2002 y sólo lo ejerció
en un período hasta 2007; sin embargo, inició el proceso de desmantelar las estructuras
menemistas en los Poderes del Estado —tarea
no cumplida por su antecesor Fernando de la Rúa Bruno— para sustituirlas por afines,
a la vez que hizo de su esposa CFK su sucesora en 2007, la que daría continuidad
a la corriente kirchnerista del peronismo y su proyecto. Fernández Wilhelm de Kirchner
pudo reelegirse en 2011 en primera vuelta pero la correlación de fuerzas en el Congreso
—donde había perdido en 2013
la mayoría absoluta— le impidió reformar la Constitución y buscar rerelegirse en
2015; en su gestión, CFK intentó continuar —no siempre con éxito— el copamiento
de los Poderes iniciado por su esposo y trató de hacerlo con los medios, mientras
la economía se iba degradando, lo cual no impidió avances en DDHH. El hijo de ambos,
Máximo Kirchner Fernández, ha ejercido un importante espacio de poder —visible a
través de La Cámpora y, también, menos visible como asesor presidencial— principalmente
en la administración de su madre; sin embargo, en la correlación de posibles continuadores
del modelo kirchnerista —encaminado a crisis por su actuación económica— no tiene
espacio y menos fuera de él.
El 2005 el dirigente cocalero
indígena Evo Morales Ayma gana las elecciones en Bolivia —en crisis institucional
fuerte desde 2002— y accede en enero siguiente
a la Presidencia de la República —cuyo nombre cambiaría después con la nueva
Constitución de 2009 como Estado Plurinacional, similar como Chávez Frías hizo en
Venezuela adicionándole al nombre de República el adjetivo de Bolivariana. Con exitos en economía por factores externos —subida
del precio de sus materias primas exportables— y decisiones internas, la nueva Administración
procedió a copar los Poderes y neutralizar a sus opositores. Relegido en 2009, se
presentará nuevamente a las de octubre de 2014 gracias a la interpretación del Tribunal
Constitucional que su primera elección fue bajo la Constitución de 1967 —reformada—
y la segunda con la de 2009 —argumento que antes utilizó Fujimori Fujimori para
su rerelección en 2000— la que, por ser originaria, sólo se le consideraría como
ejercido un período presidencial.
Líder guerrillero contra la dictadura dinástica de los Somoza
en Nicaragua, Daniel Ortega Saavedra llega al poder —compartido— en 1979 tras la
huida del dictador Somoza Debayle y en 1984 gana las elecciones presidenciales,
gobernando hasta 1990 en que pierde la relección. En 2006 vuelve a ganarlas, se
relige en 2011 —gracias a una interpretación de la Constitución vigente, como Fujimori
Fujimori y Morales Ayma— con amplia mayoría y ahora, en 2014, consigue que la Asamblea
Nacional —con mayoría de su partido— reforme la Constitución, permitiéndole la reelección
indefinida.
Reelección indefinida que actualmente está en debate en Ecuador
por la iniciativa de los asambleístas nacionales seguidores de Correa Delgado de
transformar la constitución para facilitarle su mandato indefinido. El presidente
ecuatoriano fue elegido por primera vez en 2006 —cerrando un ciclo de varios gobiernos
inestables—, relegido en 2009 y rerelecto en 2013; permanente crítico de los medios
de prensa, en las municipales y regionales de 2014, los candidatos de su partido
perdieron las principales ciudades, entre otras, y muchas provincias.
El último de los caudillos —aún muy popular a pesar de la oposición
gubernamental— es Álvaro Uribe Vélez que gobernó Colombia durante dos períodos entre
2002 y 2010 y que no pudo aspirar a un tercero por interpretación constitucional.
Al no poder rerelegirse, promovió para 2010 la candidatura de su ministro Juan Manuel
Santos Calderón —luego enfrentado con él— y para 2014 la de otro exministro —Óscar
Iván Zuluaga Escobar— que perdería frente a la reelección de Santos Calderón.
Concluyendo…
En resumen y con independencia
de su ideología —izquierda, centro o derecha, incluso un mix de extremos—, propósitos
y acciones, los Somoza, Perón Sosa, Castro Ruz, los Duvalier, Chávez Frías, los
Kirchner y Uribe Vélez manejaron —con mayor o menor éxito o descaro— su sucesión;
menos Kirchner Ostoić, todos —incluidos Velasco Ibarra y Paz Estenssoro con intervalos—
se perpetuaron —o lo intentaron, al menos— en el poder; todos buscaron concentrar
ese poder en ellos y asociaron “país” con su persona “predestinada”. Por su parte,
Gómez Chacón, Pinochet Ugarte, Dornelles Vargas, Perón Sosa, Paz Estenssoro, Duvalier
(padre), Castro Ruz, Chávez Frías, Kirchner Ostoić, Morales Ayma y Correa Delgado
llegaron a ejercer el gobierno de su país en medio de crisis —sistémica o de la
clase política—; de ellos, Gómez Chacón, Pérez Jiménez, Batista y Zaldívar, Somoza
García, Trujillo Molina y Pinochet Ugarte a través de golpes de estado mientras
Paz Estenssoro, Castro Ruz y Ortega Saavedra lo fueron por revoluciones. No
debe olvidarse que la mayoría fueron caudillos:
Gómez Chacón, Somoza García,
Trujillo Molina, Dornelles Vargas, Perón Sosa, Velasco Ibarra, Paz Estenssoro, Duvalier
(padre), Castro Ruz, Chávez Frías, Morales Ayma, Ortega Saavedra y Uribe Vélez,
y todos, en alguna etapa de sus gestiones al menos, fueron populistas.
En conclusión, ¿queda alguna duda que en Latinoamérica el heredar
el poder, perpetuarse en él y concentrarlo alrededor del líder que
personalizaba a la nación ha sido práctica bastante común? Además de
personalizar la nación.
Entonces, ¿es que seremos monarquías sin monárquicos?
“El poder lo contamina
todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás
alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras
convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian
con la suciedad del poder.” José de Sousa Saramago
Información consultada
http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Reyes_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_III_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_IV_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_VI_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/François_Duvalier
http://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Claude_Duvalier
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Manuel_Santos
http://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_Nacionalista_Revolucionario
http://es.wikipedia.org/wiki/Óscar_Iván_Zuluaga
http://es.wikipedia.org/wiki/Rey_de_España
http://retratosdelahistoria.lacoctelera.net/post/2009/11/01/cronologia-los-reyes-espa-a
http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/8690/Papa%20Doc%20-%20Francois%20Duvalier
Excelente articulo! Ojala pudiera haber una actualizacion al 2021, y esperamos nos visite algun dia en http://CasaReal.PE
ResponderEliminarWeb: Casa Real del Peru
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