domingo, 29 de junio de 2014

39 preguntas para conciliar con el futuro

Al próximo Sínodo se le ha llamado histórico y revolucionario olvidando que el mensaje de Jesucristo revolucionó la historia —con muchas virtudes y también con pecados, incluso graves, porque la Iglesia es Asamblea de humanos y el hombre es imperfecto y necesita superarse siempre. El cristianismo ha sido actor fundamental del desarrollo humano, de creyentes y no creyentes y aunque percibida muchas veces como lenta —con tiempos que no son siempre los nuestros—, la Iglesia ha buscado siempre ser voz y concilio.

Por eso, el Papa Francisco convocó al Sínodo de Obispos —antigua institución eclesial consultiva revitalizada en el Concilio Vaticano II y que, a diferencia de los concilios, no define dogmas ni legisla— para discutir y definir "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización". Retomando el espíritu renovador de Vaticano II, las dos  Asambleas Generales del Sínodo —la Extraordinaria en octubre de este año, para recoger testimonios y propuestas episcopales y la Ordinaria del próximo año para fijar su operatividad— buscarán anunciar y vivir de manera creíble el Evangelio de la familia. Para ello, las diócesis —obispos y muchos feligreses— respondieron 38 preguntas sobre los grandes cambios contemporáneos del concepto de familia —parejas “de hecho” y del mismo sexo, adopción de hijos, matrimonios interreligiosos, familias monoparentales, etc.— para estructurar recomendaciones que el Sínodo hará al Vaticano, continuando la renovación de Juan XXIII y Paulo VI en lo que algunos denominan la Revolución Francisco pero es la esencia de su historia.



Información consultada

http://es.wikipedia.org/wiki/Concilio_Vaticano_II

miércoles, 25 de junio de 2014

Monarquías sin monárquicos

España: El tránsito de la Monarquía de la Transición

Llevamos todos varias semanas “bombardeados” por los medios y las Redes sociales con la abdicación del anterior monarca español, Juan Carlos I de Borbón y Borbón-Dos Sicilias en beneficio de su último hijo Felipe de Borbón y Grecia, proclamado desde el 19 de junio Felipe VI —beneficiado por la Ley Agnaticia que, a diferencia de la Ley Sálica de la que deriva, no excluye a las mujeres de la sucesión sino que las sitúa detrás de sus hermanos varones, aunque éstos sean de menor edad, como fue con Felipe.

La Monarquía española proclama a sus reyes, a diferencia del resto de las europeas que los coronan, dizque porque era tan poderosa que no necesitaba símbolos que la engrandecieran; el último monarca de esos lares que fue coronado fue Juan I de Castilla en 1379.

Largamente esperada y necesaria desde antes —2012 con seguridad—, la abdicación de este actor decisivo de la Transición postfranquista, junto con el fallecimiento reciente del que fuera Jefe de Gobierno de ese período, Adolfo Suárez González, concluye esa etapa refundadora de la democracia en España. Y concluye la visión de gobernar que dejó el llamado Régimen del 78.

"En la forja [del] futuro, una nueva generación reclama con justa causa el papel protagonista" dijo Juan Carlos en su alocución de despedida. Nada más cierto ni nada más demorado: La investigación contra el esposo de su segunda hija Cristina, Iñaki Urdangarin, y la imputación de la infanta como cooperadora de los presuntos delitos de malversación, fraude, prevaricación, falsedad y blanqueo de capitales cometidos por su marido perforó la credibilidad del rey y su familia, hasta entonces incólume — “casualmente”, la abdicación se produjo semanas antes de que el juez de la causa decidiera si mantiene el encausamiento de la infanta. Luego, una costosa cacería de elefantes en Botswana en 2012 —paradoja en quien era presidente honorario de la WWF en España— que se descubrió por accidente del monarca, golpeó fuertemente a una España en medio de una gran crisis y con desempleo galopante; ni el pedir perdón públicamente —“no lo volveré a hacer”, dicho a modo de escolar agarrado en falta— ni la publicación en el propio sitio web de las finanzas de la familia real sirvieron para mejorar la imagen en franco deterioro, una cuesta más aguzada por caer desde la cima donde estaba después de enfrentar el golpe de 1981.

El reinado de Juan Carlos I fue el tercero más prolongado desde el siglo xviii: 39 años —Felipe V estuvo 46 y Alfonso XIII, 45.

En una columna recién publicada (“Gen autárquico”) mencionaba cómo esta nueva transición sucede en medio de varias crisis —endógenas y exógenas—: la primera, económica que no termina, de origen mixto, “alimentada” con fruición en España durante el Carnaval de los Nuevos Ricos; una endógena, que busca fragmentar el país a través de nacionalismos centrífugos exacerbados y que mucho tiene del “sálvese quien pueda” en medio de la crisis; y otra más, nuevamente endógena pero bastante compartida en Europa —¡y Latinoamérica!—, la de descrédito de la clase política por su corrupción, nepotismo e ineficiencia.

En 2012, en España había 445.568 cargos políticos en la administración pública, casi el doble de Italia y Francia —donde ciertamente tampoco sus clases políticas son dechados de virtudes— y 300.000 más que Alemania; la cifra española da 1 político por cada 105 habitantes (España tenía 47 millones, Italia 61, Francia 66 y Alemania 80). El costo anual aproximado para España era de 25 mil millones de euros, eso en plena crisis recesiva.

La confluencia de todas estas crisis —las generales de España y las particulares actuales de la familia Borbón española— han dado base al resurgimiento de reclamos de una nueva restauración republicana —la Tercera República— y que partidos políticos de izquierda, aunque minoritarios aún en el espectro político español como la coalición Izquierda Unida, Podemos —creado este mismo año y la sorpresa de las elecciones europeas, cercano ideológicamente a la corriente bolivariana— y Equo —ecologista y ecosocialista— pidieran un referéndum para decidir si el pueblo español quiere mantener la monarquía u optar por la república; no tengo ninguna duda de que  la reconfirmación de la aceptación ciudadana del modelo de monarquía parlamentaria —“falsa monarquía, verdadera república“ definió el historiador francés Joseph Savès a estos sistemas europeos— mediante su voto en un referéndum sobre el modelo de gobierno ayudaría decisivamente a crear confianza ciudadana, aunque coincido con otros que lo reclaman mediato, cuando hayan clarificaciones porque el grito de ¡República ya! —mucho más emotivo que programático— me recuerda que las dos experiencias anteriores —la Primera (1873-1874) y la Segunda (1931-1939)— fracasaron a causa de sus propias fuerzas enfrentadas irreconciliablemente —en la Segunda, caldo de cultivo para la sublevación militar y la Guerra Civil— y, por ende, con inexistencia de un proyecto país consensuado y ausencia de voluntad de diálogo, algo que vuelve a suceder, con escasas excepciones —como Julio Anguita González y su proyecto de Frente Cívico.

Latinoamérica: ¿repúblicas monárquicas o monarquías republicanas?

Más allá del mismo sistema de gobierno, es importante revisar cuáles características de una monarquía niegan el ideal republicano: Sin dudar, el heredar el poder —la sucesión dinástica— es uno de ellos; otro lo es la perpetuidad del cargo —aunque se le pueda abdicar—; también la concentración de poder, algo que está ahora muy disminuido en las monarquías parlamentarias europeas, reducidas a una función simbólica, y el último, el arrogarse ser expresión —la personalización, no la representación— de la identidad nacional, puramente simbólico en esas monarquías mencionadas. Sin embargo, ya acá coincido con la historiadora y periodista argentina Claudia Peiró cuando en su artículo “Reyes versus presidentes” se pregunta si en nuestras repúblicas latinoamericanas se ha estado exento de algunas —o todas— de estas características “monárquicas”.

De monarquías con monarcas y monárquicos sin monarcas

Lo primero que todos recordamos es que Latinoamérica nació independiente con una vocación generalizada republicana muy influenciada por la Ilustración, aunque no siempre —muchas— bajo preceptos igualitarios.

Y para sostener lo anterior, en primera revisión esa vocación republicana sólo se distorsiona un poco si mencionamos los conocidos imperios del mexicano Agustín de Iturbide y Arámburu —Agustín I— (1822-1823) y del austriaco Maximilian von Habsburg-Lorraine —Maximiliano I— (1864-1867) ambos en México, el reinado de Henri Christophe —Henri I, nacido Christopher Henry— en Haití (1811–1820) y la etapa imperial de los Bragança en Brasil —añoranzas que en el referéndum constitucional de 1993 obtuvieron 13,4% de votos, casi 7 millones de electores dieron su apoyo al regreso del Império do Brasil—, la más larga experiencia monárquica en Latinoamérica (1822-1889), espíritu imperial que para muchos sigue siendo el eje consciente de la política exterior —y, por qué no, también interior— actual brasilera.

De estas monarquías, el Brasil imperial fue la más trascendente y estable durante las casi siete décadas que duró, con sucesión monárquica entre Pedro I de Bragança e Bourbon y su hijo Pedro II, expandiendo el país y sentando sus bases económicas. Fue la continuación de los Reinos do Brasil (1808-1815) con María I de Bragança e Bourbon y Unido de Portugal, Brasil e Algarves (1815-1822) con Juan VI de Bragança.

Menos mencionadas son las posiciones promonárquicas constitucionalistas de José de San Martín —aunque sin ambiciones personales, convencido que los americanos aún no estaban preparados para vivir en una forma republicana de gobierno y la necesidad de un gobierno centralizado fuerte—, importantes durante su Protectorado del Perú (1821-1822) y que fracasaron con la llegada de Simón Bolívar y la independencia final del país. Y casi desconocidos los imperios de Jean-Jacques Dessalines —Jacques I— (1804-1806) y de Faustin-Élie Soulouque —Faustin I— (1849-1859) o el reinado en la isla de La Gonâve del norteamericano Faustin Edmond Wirkus —Faustin II— (1925-1929), todos en Haití; los reyes afrobolivianos —actualmente Julio Pinedo y Pinedo— y el  principado pontificio de La Glorieta (1896), ambos en Bolivia; el Reino de la Araucanía y la Patagonia —el Royaume d'Araucanie et de Patagonie creado por el francés Orélie Antoine de Tounens— (1860-1862), y la intentona promonárquica de Mariano Paredes y Arrillaga, Presidente Interino de México (1846)

Entre los rioplatenses y luego argentinos, la visión monárquica tuvo dos fundamentos: frenar el caos interno e impedir pretensiones externas. Fueron bajo estos fundamentos, entre otros, el intento de restauración incaísta (1816) en una monarquía parlamentaria del prócer argentino Manuel Belgrano y González —fervoroso independentista—, secundada por otros patricios; el proyecto de conseguir un Borbón como rey por Gervasio Antonio de Posadas y Dávila —entonces  Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata—, Manuel de Sarratea y de Altolaguirre y Bernardino González Rivadavia y Rivadavia en 1816; el de solicitar a Juan VI que Brasil ejerciera Protectorado —entre otras variantes que se discutieron en el Congreso de Tucumán— sobre el país rioplatense o el de crear un trono para Luis Felipe de Orléans —luego Luis Felipe I rey de Francia— o Carlos Luis de Borbón-Parma, ex rey de Etruria. En la misma línea independentista habían sido otros proyectos de Belgrano y González de coronar a la infanta Carlota Joaquina de Borbón y Borbón-Parma —reina consorte de Portugal y emperatriz honoraria de Brasil— en 1808 y luego, en 1814, al infante Francisco de Paula de Borbón y Borbón-Parma.

Pero, en resumen, esos intentos monárquicos fracasaron por la oposición de las monarquías europeas, sobre todo después la Restauración tras la derrota napoléonica.
Posterior a éstos, en la segunda mitad del siglo xix está la defensa de las “monarquías democráticas” en Latinoamérica por Juan Bautista Alberdi y Aráoz —uno de los “padres” de la Constitución argentina de 1853—, cuyo sustento conceptual frente al caos caudillista está explicitado en su obra de 1860 La Monarquía como mejor forma de gobierno en Sud América: "La república ha sido y es el pan de los Presidentes, el oficio de vivir de los militares, la industria de los abogados sin clientes y de los periodistas sin ciencia... y la máquina de amalgamación de todas las escorias. La ocupación única de sus gobiernos se reduce a no caer. Vivir es todo su fin y su victoria."

Un siglo y más de monarquías sin monárquicos ni monarcas coronados

«Los nuevos Estados de la América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes.»  [Atribuido a Bolívar por Juan Bautista Alberdi: Bases y Puntos de Partida para la organización política de la República Argentina (1852)].

Toda esa paráfrasis histórica anterior tenía un solo objetivo: entender Latinoamérica y el fenómeno monárquico. Definitivamente, una región republicana… pero ¿qué tipo de república?

Una revisión somera de los gobiernos latinoamericanos en los siglos xx y xxi nos ofrece un panorama casi absoluto —con excepción de Faustin II de La Gonâve— de gobiernos republicanos de todo tipo. Por un lado, gobiernos democráticos —en un diapasón de democracias que abarca desde los de la dictadura perfecta del PRI mexicano hasta el democrático representativo de Rómulo Betancourt Bello en Venezuela pasando por el populismo de Juan Domingo Perón Sosa— mientras que, por el otro, las dictaduras —como las de Fulgencio Batista Saldívar en Cuba, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua y Augusto Pinochet Ugarte en Chile. Pero en la mayoría de ellas —las acá reseñadas y las que no están— prima el fenómeno latinoamericano del caudillo.

Aunque en el siglo xx encontramos las dictaduras europeas de los caudillos Francisco Franco Bahamonde en España y António de Oliveira Salazar en Portugal.

Un líder carismático puede convertirse en Caudillo y buscar acceder al poder —y muchas veces lo acceden— por mecanismos no siempre ortodoxos —democráticos en stricto sensu— de reconocimiento de su liderazgo con el apoyo de multitudes que convierten al Caudillo —o él se convierte— en la expresión de sus expectativas y le confían la capacidad de satisfacerlas. Desde el siglo xix, el caudillismo ha fomentado en Latinoamérica el desarrollo de fuertes dictaduras y luchas entre partidos políticos, que casi siempre han conllevado represiones sistemáticas a la oposición y estancamiento económico y político.

Sin embargo, en algunos casos —sobre todo en el siglo XIX— el caudillismo fue gestor de las primeras expresiones democráticas y federales en las repúblicas latinoamericanas y de proyectos de desarrollo autónomo, como fue José Gaspar Rodríguez de Francia —o de Francia y Velasco; Karai Guazú o el Supremo—, ideólogo y líder de la independencia del Paraguay de España y de sus vecinos Buenos Aires y Brasil, así como gestor de su desarrollo autónomo. Caudillos también fueron Miguel Hidalgo y Costilla —y Gallaga Mandarte Villaseñor—, José María Morelos Pérez y Pavón, Simón Bolívar —y Ponte Palacios y Blanco— y otros principales libertadores latinoamericanos. En el siglo xx, los caudillos más representativos fueron Emiliano Zapata Salazar, Pancho Villa (Doroteo Arango Arámbula) —ambos nunca gobernaron— y Lázaro Cárdenas del Río en México, Juan Domingo Perón Sosa en Argentina, Víctor Paz Estenssoro en Bolivia, Fidel Castro Ruz en Cuba y, ya en el xxi, Hugo Chávez Frías en Venezuela.

Caudillo y dictador no son sinónimos aunque muchas veces confluyan; sin embargo, los gobiernos de ambos pueden tener las características monárquicas que antes describimos: sucesión dinástica, perpetuidad del cargo, concentración de poder y encarnación de la identidad nacional. Revisemos la historia, tanto de la derecha como de la izquierda —algo confuso muchas veces.

Prototipo de caudillo y dictador fue Juan Vicente Gómez Chacón, que gobernó conservadoramente entre 1908 y 1935 con intervalos de presidentes títeres. Aunque dio apariencia de constitucionalidad y democracia a su dictadura, indiscutiblemente ejerció la presidencia de Venezuela a perpetuidad —hasta su muerte— en forma autocrática y concentró el poder represivamente.

Otro dictador venezolano fue Marcos Pérez Jiménez, que presidió su país entre 1952 y 1958. Si bien comparado con el anterior su dictadura derechista modernizadora no fue tan larga —fue exiliado por un golpe de Estado— pero ése había sido su propósito y sí concentró el poder.
Fulgencio Batista y Zaldívar gobernó Cuba entre  1940 y 1944 y de 1952 a 1958, con períodos abiertamente de facto y otros pseudodemocráticos. Represivo, concentró el poder y gobernó con visos de perpetuidad, lo que se lo frustró la Revolución izquierdista de 1959, exilándolo.

Los Somoza crearon una de las dinastías dictatoriales más prolongadas de Latinoamérica. Militares de derecha, fueron presidentes de Nicaragua —de facto o pseudodemocráticos— Anastasio Somoza García entre 1937 y 1947 y de 1950 a 1956 —responsable de la muerte de Augusto César Sandino y, a su vez, asesinado por un joven opositor—, su hijo Luis Anastasio Somoza Debayle —o DeBayle— de 1957 a 1963 y su otro hijo Anastasio Somoza Debayle de 1967 a 1972 y entre 1974 y 1979 —expulsado por la Revolución Sandinista—, intercalando gobiernos títeres de los Somoza, entre ellos de Víctor Manuel Román y Reyes, tío de Somoza García. Con todas las características de una monarquía —sucesión dinástica, cargo a perpetuidad, concentración de poder (los Somoza fueron casi dueños de todo el país) y personalización del país—, es uno de los mejores ejemplos de “monarquía” latinoamericana.

En República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo Molina ("El Benefactor") ocupó el poder con mano dura entre 1930 y 1961 cuando fue victimado, ejerciéndolo directamente entre 1930 y 1938 y 1942-1952 y gobernándolo de forma indirecta durante los periodos 1938-1942 y 1952-1961 con gobiernos títeres de su partido —incluido su hermano Héctor Trujillo Molina. Aunque fracasado en su intento de heredar el poder a su hijo Rafael Leónidas Trujillo Martínez —Ramfis, que lo ejerció brevemente en 1961 detrás del presidente Joaquín Balaguer Ricardo—, gobernó con su dinastía  hasta su asesinato y todo el poder dominicano estaba en sus manos.

En la vecina Haití, François Duvalier ejerció su poder entre  1957 y 1971 —desde 1964 como presidente vitalicio—, heredándoselo a su hijo Jean-Claude Duvalier, quien lo mantuvo hasta 1986 que fue derrocado y exilado. Su cruel dictadura, con ribetes populistas y religiosos, la ejerció con poderes absolutos, acrecentando la miseria y el oscurantismo dell país.

El último de estos férreos dictadores de derecha que ejercieron su poder con fuerte represión fue el chileno Augusto Pinochet Ugarte entre 1973 y 1990. Desde que asumió el poder tras un cruento golpe militar y hasta que fue derrotado en el plebiscito nacional de 1988 —que debía convalidar su permanencia como gobernante hasta 1997—, la dictadura cívico-militar encabezada por Pinochet Ugarte mantuvo control absoluto sobre todos los poderes del Estado. La derrota en el plebiscito de 1988 lo obligó a entregar el poder dos años después, lo cual no es óbice para que se pueda afirmar que intentó perpetuarse en el Poder —durante casi 17 años lo detentó— y lo concentró en él.

Un segundo grupo de gobernantes populistas ejercieron el poder desde posiciones muchas veces ambivalentes. Entre ellos se ubica, también dictador y caudillo, el populista Getúlio Dornelles Vargas, el más importante y controvertido político brasileño del siglo xx, polémico modernizador del país acusado de profascista y, simultáneamente, promotor de medidas izquierdistas, fue cuatro veces Presidente entre 1930 y 1945 y entre 1951 y 1954, cuando se suicidó y hasta hoy en día desata pasiones. Se caracterizó por sus largos períodos de gobierno —con períodos electo y de golpes de Estado— y su concentración de poder (características de un monarca).

Como Dornelles Vargas, Juan Domingo Perón Sosa fue un caudillo populista que ha marcado la vida política argentina desde 1946 hasta ahora. Después de haber formado parte de movimientos y gobiernos militares desde 1930, ya gobernando su política se caracterizó por favorecer a la clase obrera a la vez que ser permisiva con el fascismo —tanto con el italiano, con el que tuvo contacto como agregado militar en Roma entre 1939 y 1941 y al que describió como "un ensayo de socialismo nacional, ni marxista ni dogmático", como con el alemán, permitiendo que Argentina fuera un santuario nazi después de 1945—; como otros populismos —la mayoría—, su labor de justicia social no estuvo acompañada de un manejo adecuado de la economía, lo que terminó empobreciendo al país. Presidente elegido, gobernó dos períodos consecutivos entre 1946 y 1955 —derrocado por un golpe militar y exilado por 18 años— y nuevamente, a su regreso, entre 1973 y 1974, cuando falleció. Perón Sosa organizó su sucesión en su entorno familiar —primero en 1951, cuando quiso llevar de candidata vicepresidencial a su esposa Eva Duarte de Perón (nacida Eva María Ibarguren), que no aceptó tanto presionada por las luchas internas en el peronismo y la sociedad como por el fulminante cáncer que la mataría el siguiente año; luego, en 1973 cuando su entonces esposa María Estela Martínez Cartas de Perón (conocida como Isabelita o Isabel Perón) lo acompañó como vicepresidenta en su elección y asumió la presidencia a su muerte hasta que fue derrocada por el golpe militar de 1976—; también concentró en él y en su movimiento —justicialismo o peronismo— el poder en su primera etapa, pudiendo afirmarse que ejerció una “dictablanda”.

Siempre me ha asombrado cómo el peronismo es tan flexible que incluye las tendencias más extremas, como en 1973 que en su espectro cobijaba desde la extrema izquierda del movimiento guerrillero Montoneros hasta la extrema derecha del grupo paramilitar y terrorista la Triple A —Alianza Anticomunista Argentina.

En Ecuador, José María Velasco Ibarra fue el político más importante de su siglo xx. Populista elegido cinco veces —gobernó entre 1934 y 1935, cuando fue derrocado y exilado; convocado tras un levantamiento cívicomilitar, fue elegido para gobernar entre 1944 y 1947 y nuevamente fue derrocado y exilado; 1952 a 1956, el único completado; de 1960 a 1961, nuevamente derrocado y exilado, y de 1968 a 1972, una vez más derrocado y exilado—, dictador en algunos de sus gobiernos, nacionalista, Velasco Ibarra tuvo el mérito de ser probo y morir pobre.

El boliviano Víctor Paz Estenssoro fue otro caudillo nacionalista progresista, al menos en su primera etapa, en la que gobernó 3 períodos entre 1952 —la Revolución popular de ese año le permitió ocupar la presidencia que había ganado electoralmente el año anterior y una Junta Militar le impidió— y 1964, año que fue derrocado y exilado; volvió a gobernar entre 1985 y 1989, en que estableció una política liberal. El partido que fundó —MNR— con otros líderes se ha mantenido hasta la actualidad y durante su primera gestión de gobierno centralizó a su derredor el poder.

Y si los anteriores fueron populistas nacionalistas, Carlos Saúl Menem Akil en Argentina y Alberto Fujimori Fujimori en Perú fueron populistas neoliberales que intentaron prorrogarse, a la vez que copaban los Poderes del Estado. Menem Akil y Fujimori Fujimori intentaron rerelegirse, la primera en 1999 —inició su primer gobierno en 1989— y la segunda en  2000 —desde 1990—; a Menem Akil le cerraron las aspiraciones la negativa de la clase política de rereformar la Constitución pero Fujimori Fujimori hizo interpretar su propia constitución de 1993 —que le prohibía más de una reelección inmediata— arguyendo que en 1990 lo eligieron de acuerdo a la constitución anterior (1974) por lo que su segundo período debía interpretarse como primero desde la nueva constitución, similar al argüido en Bolivia; su tercer mandato sólo duró meses y luego se autoexilió luego de la insubordinación popular. A semejanza de los líderes bolivarianos, la mayoría temporalmente posteriores a él, una de las preocupaciones de ambos fue controlar los Poderes del Estado y de Fujimori Fujimori, además, los medios de comunicación.

En el lado de la izquierda revolucionaria o socialista, la figura más importante de los últimos siglos fue Fidel Castro Ruz. Al frente de una guerrilla popular en Cuba contra la dictadura de Batista Zaldívar, ocupó el poder desde 1959 como primer ministro —los presidentes Manuel Urrutia Lleó (1959) y Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976) no ejercieron un poder efectivo— hasta 1976 y como presidente —1976 a 2008, simultaneando con la comandancia de las fuerzas armadas y la primera secretaria del Partido Comunista por él fundado, cargo éste que siguió detentando hasta 2011— y a su retiro por enfermedad en 2008 fue sustituido por su hermano menor y compañero de guerrilla, su segundo designado desde que en 1964 Ernesto Guevara de la Serna se salió de la dirigencia cubana para integrarse nuevamente a luchas guerrilleras en África y Latinoamérica. Caudillo marxista y populista, realizó una amplia política social y logró concentrar todo el poder alrededor del Partido Comunista, única fuerza política del país, pero fracasó en crear una economía centralizada eficiente, dependiendo hasta inicios de la década de 1990 de las subvenciones de la entonces Unión Soviética y, luego del ascenso bolivariano en Venezuela, del apoyo del país vecino.

A partir de la Revolución de Cuba, la importancia de las ideas socialistas prosoviéticas fue extendiéndose en distintos países de África y Asia pero, sobre todo, en Latinoamérica, donde sería fundamental para la multiplicidad de guerrillas de izquierda y, más contemporáneo, para la formación del bolivarianismo y el socialismo del siglo xxi.

Dándose a conocer por su fracasado intento de golpe militar de 1992 en Venezuela contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez Rodríguez con el  Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) que había cofundado, Hugo Chávez Frías llegó a la presidencia en elecciones democráticas en 1999 y continuó en el cargo hasta su muerte en 2013 —excepto por dos días en 2002 que estuvo derrocado— en sucesivas elecciones. Continuamente elegido para cuatro períodos —el último no pudo asumirlo por su fallecimiento—, desarrolló una amplia política social que, junto con la expansión internacional del modelo, era apoyada en su amplia riqueza petrolera y que bajo una pésima administración de la economía —estatizada y centralizada cada vez más—, terminó por llevar al país a una crisis de modelo a la vez que concentraba el poder alrededor de su partido Socialista Unido y de su persona. A fines de 2012, ya relegido por tercera vez pero en estado muy avanzado de su enfermedad —que le impidió jurar el cargo—, designó su sucesor a Nicolás Maduro Moros.

A partir de la Revolución Bolivariana y bajo el pensamiento del Foro de São Paulo y la ideología del socialismo del siglo xxi —aunque respecto a los dos últimos con matices— acceden al poder después de situaciones críticas diversas en sus países acompañadas del descrédito generalizado de la clase política —como en Venezuela en 1999— un grupo de líderes con posiciones comunes: Néstor Kirchner Ostoić y su esposa Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner —conocida por CFK— en Argentina, Evo Morales Ayma en Bolivia, Rafael Correa Delgado en Ecuador y Daniel Ortega Saavedra en Nicaragua, los tres últimos integrados —junto con Cuba y Venezuela— en la ALBA y afín a ella la dinastía Kirchner.

Kirchner Ostoić llegó al poder en Argentina tras las elecciones en 2003, aún bajo los embates de la crisis nacional de 2001-2002 y sólo lo ejerció en un período hasta 2007; sin embargo, inició el proceso de desmantelar las estructuras menemistas en los Poderes del Estado —tarea no cumplida por su antecesor Fernando de la Rúa Bruno— para sustituirlas por afines, a la vez que hizo de su esposa CFK su sucesora en 2007, la que daría continuidad a la corriente kirchnerista del peronismo y su proyecto. Fernández Wilhelm de Kirchner pudo reelegirse en 2011 en primera vuelta pero la correlación de fuerzas en el Congreso —donde había perdido en 2013 la mayoría absoluta— le impidió reformar la Constitución y buscar rerelegirse en 2015; en su gestión, CFK intentó continuar —no siempre con éxito— el copamiento de los Poderes iniciado por su esposo y trató de hacerlo con los medios, mientras la economía se iba degradando, lo cual no impidió avances en DDHH. El hijo de ambos, Máximo Kirchner Fernández, ha ejercido un importante espacio de poder —visible a través de La Cámpora y, también, menos visible como asesor presidencial— principalmente en la administración de su madre; sin embargo, en la correlación de posibles continuadores del modelo kirchnerista —encaminado a crisis por su actuación económica— no tiene espacio y menos fuera de él.

El 2005 el dirigente cocalero indígena Evo Morales Ayma gana las elecciones en Bolivia —en crisis institucional fuerte desde 2002— y accede en enero siguiente a la Presidencia de la República —cuyo nombre cambiaría después con la nueva Constitución de 2009 como Estado Plurinacional, similar como Chávez Frías hizo en Venezuela adicionándole al nombre de República el adjetivo de Bolivariana. Con exitos en economía por factores externos —subida del precio de sus materias primas exportables— y decisiones internas, la nueva Administración procedió a copar los Poderes y neutralizar a sus opositores. Relegido en 2009, se presentará nuevamente a las de octubre de 2014 gracias a la interpretación del Tribunal Constitucional que su primera elección fue bajo la Constitución de 1967 —reformada— y la segunda con la de 2009 —argumento que antes utilizó Fujimori Fujimori para su rerelección en 2000— la que, por ser originaria, sólo se le consideraría como ejercido un período presidencial.

Líder guerrillero contra la dictadura dinástica de los Somoza en Nicaragua, Daniel Ortega Saavedra llega al poder —compartido— en 1979 tras la huida del dictador Somoza Debayle y en 1984 gana las elecciones presidenciales, gobernando hasta 1990 en que pierde la relección. En 2006 vuelve a ganarlas, se relige en 2011 —gracias a una interpretación de la Constitución vigente, como Fujimori Fujimori y Morales Ayma— con amplia mayoría y ahora, en 2014, consigue que la Asamblea Nacional —con mayoría de su partido— reforme la Constitución, permitiéndole la reelección indefinida.

Reelección indefinida que actualmente está en debate en Ecuador por la iniciativa de los asambleístas nacionales seguidores de Correa Delgado de transformar la constitución para facilitarle su mandato indefinido. El presidente ecuatoriano fue elegido por primera vez en 2006 —cerrando un ciclo de varios gobiernos inestables—, relegido en 2009 y rerelecto en 2013; permanente crítico de los medios de prensa, en las municipales y regionales de 2014, los candidatos de su partido perdieron las principales ciudades, entre otras, y muchas provincias.

El último de los caudillos —aún muy popular a pesar de la oposición gubernamental— es Álvaro Uribe Vélez que gobernó Colombia durante dos períodos entre 2002 y 2010 y que no pudo aspirar a un tercero por interpretación constitucional. Al no poder rerelegirse, promovió para 2010 la candidatura de su ministro Juan Manuel Santos Calderón —luego enfrentado con él— y para 2014 la de otro exministro —Óscar Iván Zuluaga Escobar— que perdería frente a la reelección de Santos Calderón.

Concluyendo…

En resumen y con independencia de su ideología —izquierda, centro o derecha, incluso un mix de extremos—, propósitos y acciones, los Somoza, Perón Sosa, Castro Ruz, los Duvalier, Chávez Frías, los Kirchner y Uribe Vélez manejaron —con mayor o menor éxito o descaro— su sucesión; menos Kirchner Ostoić, todos —incluidos Velasco Ibarra y Paz Estenssoro con intervalos— se perpetuaron —o lo intentaron, al menos— en el poder; todos buscaron concentrar ese poder en ellos y asociaron “país” con su persona “predestinada”. Por su parte, Gómez Chacón, Pinochet Ugarte, Dornelles Vargas, Perón Sosa, Paz Estenssoro, Duvalier (padre), Castro Ruz, Chávez Frías, Kirchner Ostoić, Morales Ayma y Correa Delgado llegaron a ejercer el gobierno de su país en medio de crisis —sistémica o de la clase política—; de ellos, Gómez Chacón, Pérez Jiménez, Batista y Zaldívar, Somoza García, Trujillo Molina y Pinochet Ugarte a través de golpes de estado mientras Paz Estenssoro, Castro Ruz y Ortega Saavedra lo fueron por revoluciones. No debe olvidarse que la mayoría fueron caudillos:
Gómez Chacón, Somoza García, Trujillo Molina, Dornelles Vargas, Perón Sosa, Velasco Ibarra, Paz Estenssoro, Duvalier (padre), Castro Ruz, Chávez Frías, Morales Ayma, Ortega Saavedra y Uribe Vélez, y todos, en alguna etapa de sus gestiones al menos, fueron populistas.

En conclusión, ¿queda alguna duda que en Latinoamérica el heredar el poder, perpetuarse en él y concentrarlo alrededor del líder que personalizaba a la nación ha sido práctica bastante común? Además de personalizar la nación.

Entonces, ¿es que seremos monarquías sin monárquicos?

El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder.” José de Sousa Saramago

Información consultada

http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Reyes_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_III_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_IV_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_VI_de_España
http://es.wikipedia.org/wiki/François_Duvalier
http://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Claude_Duvalier
http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Manuel_Santos
http://es.wikipedia.org/wiki/Movimiento_Nacionalista_Revolucionario
http://es.wikipedia.org/wiki/Óscar_Iván_Zuluaga
http://es.wikipedia.org/wiki/Rey_de_España 
http://retratosdelahistoria.lacoctelera.net/post/2009/11/01/cronologia-los-reyes-espa-a
http://www.buscabiografias.com/bios/biografia/verDetalle/8690/Papa%20Doc%20-%20Francois%20Duvalier