domingo, 30 de marzo de 2014

La depauperación de la riqueza

Decir “rico pobre” describe hoy a Venezuela.

Asentado sobre un mar de reservas probadas de petróleo convencional —316MM de barriles (2013), 48,5MM más que Arabia Saudita— con exportaciones de 2,2M barriles/día (2012, hoy se calcula 1,7M, importando cerca de 87K/día de procesados desde EEUU pero con menores exportaciones a ese país: 795K/día contra 1,9M en 1998) a precios altísimos (llegó a USD 147/barril y hoy está a 101) que le dieron ingresos entre USD 800MM y 1MMM entre 1998-2013, destinando el país una gran parte a la inversión social (64,1% en 2013 para 35 programas o Misiones), reduciendo (2013) la pobreza moderada de 29,5% a 23,9% y la extrema des 11,7% a 9,7% y con desocupación de 7,8%, cumpliendo los postulados bolivarianos y del Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez Frías que exportó —sin balas pero con petrodólares

Pero estos éxitos encubren las causas de la crisis actual: rentismo exagerado —un millón más de funcionarios en 10 años—; destrucción indiscriminada del aparato productivo, obsolescente e ineficiente —las importaciones aumentaron de USD 21,8 MM (2005) a 45MM (2013, 206%) mientras las exportaciones no petroleras se redujeron de USD 6,8MM (2006, antes del primer plan socialista) a 2,1MM (2013: -69,2%); las agroalimentarias pasaron de USD 1,8MM (1998) a 8MM (2012): 70% del consumo (el gobierno anuncia racionamiento)—; inflación anualizada de 57,3% —mayor mundial—; decrecimiento pronosticado del PIB de 1% —aunque Ramírez Carreño, vicepresidente económico pronostica crecer 4%—; alto gasto público (50,6% 2012); reservas internacionales reducidas hoy a USD 21MM; deuda pública de más de USD 107MM (2010); déficit posible por encima de 4 % del PIB (2014);  tipo de cambio oficial sobrevaluado —3 tipos de cambio: público, SICAD I y II—; restricciones al financiamiento externo —calificaciones de riesgo bajísimas— y fiscal y caída de los precios internacionales del petróleo con la mayoría de su exportación  comprometida —por PETROCARIBE (mecanismo de captación de alianzas que HChF desarrolló) o para pagar deudas a China (más de USD 41MM)—; escasez de productos y medicamentos (28%)…

Si se le suma la inseguridad ciudadana —11.761 muertos en 2013 (para el gobierno y 24.763 para el Observatorio Venezolano de Violencia: un homicidio cada 20 minutos, 12% de la mortalidad general), más que en Irak (8.863); 2.841 en enero y febrero de 2014 (48/día, oficial); segundo lugar mundial—, se comprende el estrepitoso fracaso de la gestión gubernamental y del modelo venezolano. Y se entienden muchas cosas.


Referencias

http://www.petrocaribe.org/           

miércoles, 26 de marzo de 2014

El legado latinoamericano de Adolfo Suárez

«Está el hoy abierto al mañana / mañana al infinito. / Hombres de España: / Ni el pasado ha muerto / Ni está el mañana ni el ayer escrito.»

[Fragmento de «El Dios Íbero» (poema de Antonio Machado Ruiz en su libro Campos de Castilla, 1912), incluido en el discurso de Adolfo Suárez González ante las Cortes Españolas el 9 de junio de 1976 al presentar la Ley de Asociaciones Políticas.]

Sombra, héroe, villano, sombra de nuevo y héroe sublimado al final, Adolfo Suárez González —“Timonel de la Transición” se lo ha denominado en estos días— fue todo eso, y quizás más, en una vida política que ejerció en la primera línea de un momento imprescindible: la impostergable transición de España del caudillismo, el atraso y el patriarcado político a la democracia y la modernidad, quiebre que dejó enseñanzas indelebles —en su momento pero también ahora— para Latinoamérica.

¿Pero quién era Adolfo Suárez González hasta la muerte del Caudillo y el gobierno de Carlos Arias Navarro? Hombre de tercera o cuarta línea del franquismo —a la sombra de otros— que fue ascendiendo, dentro de esa misma sombra, hasta 1975 cuando  fue nombrado Ministro Secretario General del Movimiento en el primer gabinete franquista formado tras la muerte del dictador. (Recordemos que el Movimiento Nacional fue el instrumento totalitario, de inspiración fascista, único de participación en la vida pública española durante el franquismo: 1938-1976.) Su nombramiento en 1976 por el nuevo Jefe de Estado —el rey Juan Carlos de Borbón— como Presidente del Gobierno cuando era desconocido para la mayoría de los españoles, generó muchas críticas por su edad —43 años— e inexperiencia política y por sus vínculos con el franquismo.

Al margen de los errores —que sin dudas los tuvo porque, como afirmó, «nosotros fuimos nuestro propio antecedente»—, en poco más de dos años su gobierno desmontó la estructura totalitaria y corporativa de los cuarenta anteriores, marcando dos hitos políticos fundamentales: primero, los inéditos Pactos de la Moncloa de 1977 —que incluyeron, entre otros aspectos, libertad de expresión, modificación del código penal, reforma de la seguridad social y reforma económica modernizando hacia una economía social de mercado abierta al mundo— aprobados en menos de veinte días con consenso de la totalidad de los partidos políticos españoles —recién legalizados todos—, desde los comunistas y socialistas a la izquierda hasta los populares a la derecha —Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne (hoy Partido Popular) sólo firmó lo referido a economía y no a política— pasando por los nacionalistas catalanes, que permitió la reforma económica y política; y, segundo y facilitado por los Pactos, la fundamental  Ley para la Reforma Política —la primera que luego sería aprobada en España en un referéndum, con amplísima mayoría—, la que llevó a las primeras elecciones libres en 1977 y, sobre todo, a la Constitución democrática de 1978 y confirmó el desmontaje de todo el andamiaje constitucional totalitario. Un proceso de construcción sin violencia —más allá de la que ejercían, ajenos a este proceso, ETA y extremistas de izquierda como GRAPO— de un nuevo Estado democrático, social y de derecho  mediante el diálogo y el consenso, como afirmó el mismo Suárez González: «El diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar porque, en esa entrega, se juega la propia existencia de los interlocutores.»

Animal político coherente, supo retirarse dignamente en 1981 —ya sentadas las bases de la nueva democracia— cuando, en un país donde se oía mucho de “desilusión y desencanto”, no pudo romper las oposiciones: en el ejército —con aprestos golpistas en algunas facciones— por desmantelar el franquismo, abolir el servicio militar obligatorio, perseguir a los asesinos de Atocha —atentado terrorista de ultraderecha (del denominado “terrorismo tardofranquista”) contra cinco abogados del sindicato Comisiones Obreras— y aprobar las autonomías; en la derecha por legalizar los comunistas —«Yo no soy comunista, pero sí soy demócrata»— y los sindicatos libres, disolver el Movimiento Nacional y amnistiar a los presos políticos; en la iglesia por aprobar el divorcio y las libertades en la enseñanza; en los banqueros y el  empresariado por su política económica social de mercado y su política fiscal; en los socialistas por haber sido un falangista; en los terroristas para que la democracia no les demoliera sus justificaciones; en su propio partido, por diversos intereses contrarios y protagonismos; en el rey por no solucionar problemas que entonces surgían y, posiblemente más, porque el monarca prefería atribuir los éxitos del Gobierno a la Corona y los fracasos sólo al propio Gobierno… En fin: un hombre que surgió de la derecha a quien se le acusaba de que gobernaba para la izquierda cuando realmente era el prototipo del centrismo, algo que España —y no sólo allá— hacía muchos años que había olvidado.

De Adolfo Suárez González como paradigma del político profesional digno —ejercicio tan menguado en la España copada de medianías de los últimos lustros—, tengo que reconocer que la imagen que de él rescata Pascual Gaviria Uribe en su "La muerte de un actor" es fundamental para describirlo: El 23 de febrero de 1981, menos de veinte días después de su dimisión y en la segunda votación de investidura de su sucesor, con muchos militares golpistas ingresando en el hemiciclo del Congreso de Diputados —la misma sede de las Cortes Españolas franquistas que él contribuyó decisivamente a transformar—, insultando amenazadores a los diputados y disparando al techo del salón del Congreso, sólo Suárez González y el líder comunista Santiago Carrillo Solares —quien, desde su posición política, también fue un actor importante de la Transición— se mantuvieron, desafiantes, sentados en sus escaños y cuando el  líder de los golpistas, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina, le apuntó con su arma al pecho, Suárez González le espetó con vehemencia: «¡Explique qué locura es ésta!". "¡Pare esto antes de que ocurra alguna tragedia, se lo ordeno!»

Con los años, fue el reconocimiento de lo decisivo de su actuación política creciendo y, ahora a su muerte —lejos del enriquecimiento de muchos otros actores políticos y negado a recibir remuneración alguna como ex Presidente del Gobierno—, desde hace años escapado de la realidad, se le reconocen su importancia y su calidad de demócrata y hombre político, la misma que lo desaferró del Poder y, años después, lo hizo retirarse de la vida pública. Un ejemplo paradigmático que se ha contrastado con la actual desvalorada clase política española.

¿Qué enseñanzas dejaron la Transición española y Adolfo Suárez González para Latinoamérica?

Elogiado a su muerte por la gran mayoría de los principales medios de prensa latinoamericanos sin importar su tendencia ideológica —ya fueran El Nuevo Herald de Miami o CubaDebate de La Habana—, sin dudas Adolfo Suárez González —y, por ende, la Transición española a la Democracia— tuvieron una impronta muy importante en Latinoamérica, sobre todo para los diferentes países de la Región que se incorporaron a la democracia en los años 80 después de períodos dictatoriales. El modelo de transición pacífica desde una dictadura, las aperturas políticas con convivencia, muchas de las reformas económicas, las leyes de amnistía —o “de prescripción”, tan debatidas pero necesarias, al menos en los primeros períodos post dictaduras—, incluso las alternancias en el poder, fueron algunas de las actuaciones que muchos países de Latinoamérica vieron reflejadas en la España democrática.

Pero tres de sus valores más significativos aún necesitan posicionarse en nuestra Latinoamérica: el primero es la defensa del diálogo y del consenso, del que ya hemos argumentado, y los otros: uno, gobernar sin demagogia, incumpliendo las promesas; el otro, la descalificación sin pruebas como argumento de confrontación. Del primero, él dijo: «Quienes alcanzan el poder con demagogia terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro.» Mientras que del segundo, en su anuncio de dimisión de la Presidencia del Gobierno, fustigó que «el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier tipo de solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente, pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia».

Importantes enseñanzas pendientes en muchos de nuestros países, donde los ejemplos negativos huelgan.


Ningún mejor epitafio que el que, para la posteridad, marca la losa bajo la que Adolfo Suárez González y su esposa Amparo Illana Elórtegui están enterrados en el claustro de la Catedral de Ávila: «La concordia fue posible.»

Referencias


http://www.poesi.as/amach101.htm           
http://wwwrabodeaji.blogspot.com/2014/03/la-muerte-de-un-actor.html

Mar y necesidad

«Todo idealismo frente a la necesidad es un engaño.». [Friedrich Nietzsche]

Estos días mucho se habló del mar propio para Bolivia. La asunción de la presidente Michelle Bachelet Jeria despertó expectativas bolivianas de cercana solución… más de las racionales.

Basaré mi análisis en el concepto de necesidad: “carencia que se reconoce”. ¿Por qué “reconocida”? Porque si el sujeto (individual o colectivo) con esa carencia (lo que le falta) no la identifica como tal (porque no tiene la experiencia para reconocerla), podrá vivir siempre sin esperar (sin expectativa) solucionarla: Como ejemplo, hasta fines del siglo xix no existía energía eléctrica y por eso no era necesidad pero hoy no podríamos vivir (al menos como conocemos) sin ella; no obstante, hay aún muchas zonas en el mundo donde no se conoce y no se la espera porque no hay expectativas de que sea necesidad.

Lo anterior me justifica que, más allá de las expectativas en Bolivia de solucionar la carencia del mar, para Chile no es necesario solucionarla, hoy al menos; incluso, tras el reciente fallo de la CIJ (que redujo el mar territorial chileno) y con el diferendo del triángulo terrestre latente aún que complicaría más esa solución esperada, posiblemente (repito: hoy) a Chile le sea necesario no solucionarla.

Y remarco hoy porque en un pasado cercano hubo momentos que Chile sí necesitó solucionar la necesidad boliviana. Uno, en 1975, el conocido Abrazo de Charaña entre los dictadores Augusto Pinochet Ugarte y Hugo Banzer Suárez; en ese momento, era necesidad para el gobierno de facto de Chile romper el aislamiento internacional tras el sanguinario golpe de 1973 y la solución inmediata era restablecer relaciones con su vecina Bolivia (casualmente en vísperas del inicio del Plan Cóndor, que los involucró) para abrir una brecha en ese aislamiento y que, a su vez, solucionaba la necesidad boliviana de mar mediante un intercambio territorial. El otro fue, progresivamente, entre 2001 y 2003 cuando la necesidad chilena de abastecerse de gas llevó a despertar expectativas bolivianas de recuperar su cualidad marítima a través de abastecer del energético a Chile. Ambos fracasaron, el primero por rechazo en Bolivia al canje territorial y oposición peruana a la cesión de ex territorios perdidos (como en 1950), el segundo nonato cuando (ante la inseguridad de abastecimiento boliviano y luego argentino) Chile optó por el LNG.

En este momento, más allá de discursos y automotivaciones, incluida la llamada “diplomacia de los pueblos”, para Chile no es necesidad solucionar la mediterraneidad boliviana. Considerando que Ilo no es aún solución (ni en plazo mediato porque Perú no ha ratificado los acuerdos ni aún hay condiciones logísticas), la solución para la necesidad pasa por basarse Bolivia en la realpolitik y dialogar (negociar) suficiente y adecuadamente sobre todo aquello otro en que Chile necesita de Bolivia, considerando que, por ahora, el tema mar está descartado por Chile hasta el fallo respectivo de la CIJ.


Referencias


miércoles, 12 de marzo de 2014

Michelle y las Nuevas Alamedas

Lo simbólico de que, por vez primera, dos mujeres —socialistas ambas: Michelle Bachelet Jeria e Isabel Allende Bussi— encabecen Chile, una como Presidente del país y la otra —hija del malogrado Presidente Salvador Allende Gossens— liderando el Senado poco después de que el país recordara los 40 años del derrocamiento y muerte de su padre —aniversario que sirvió como parteaguas de la historia política chilena—, debe haber impresionado a muchos chilenos.

Muchos retos, internos y externos, tendrá el nuevo gobierno pero la vara de medida del éxito de su gestión pasará por tres ejes: cumplir sus reformas fundamentales —educativa (con educación gratuita universal en 6 años), tributaria (para financiarla) y constitucional (reformando la Constitución de la dictadura aún vigente)—, para lo que necesitará el éxito en los otros dos, el primero: sostener y mejorar los buenos indicadores macroeconómicos que hereda —para financiarlas y poder mejorar la distribución de la riqueza en un país con 0,55 de Gini (CEPAL, 2012).

Pero el otro reto requerirá de toda su habilidad política negociadora para mantener en concordia a su Nueva Mayoría con las divergencias que afloran y aforarán más entre sus disímiles integrantes —democristianos, socialdemócratas, socialistas, comunistas, independientes radicales— como base de los futuros acuerdos parlamentarios con independientes y oposición, imprescindibles para las reformas educativa y constitucional porque sus parlamentarios sólo le alcanzarán —si son unidos— para la reforma tributaria.

Todo eso, junto con el conflicto mapuche en lo interno y en lo externo  implementar el fallo de la CIJ sobre Perú, argumentar frente al de Bolivia y operar la participación del país en el Acuerdo del Pacífico y en la ASEAN a la vez de realizar su pretendida apertura a Argentina y Brasil, es lo que logrará que Chile tenga Grandes Alamedas para todos.

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domingo, 9 de marzo de 2014

Michelle y su grimorio de promesas

Cuando el 11 Michelle Bachelet Jeria reciba el mando de Chile necesitará un buen grimorio —libros medievales de magia y encantamientos— para mantener en concordia a su Nueva Mayoría —desde los democristianos a los comunistas y, más, a los radicales ex dirigentes estudiantiles—, sostener los buenos indicadores que hereda de su antecesor —alto crecimiento y recuperación de los desastres del terremoto y tsunami de 2010 que desnudó imprevisiones y soberbia de Estado— y cumplir sus compromisos de campaña: reformas educativa (educación gratuita universal), tributaria (para financiarla) y constitucional.

Estas tres reformas —entre muchas otras propuestas— son los ejes fundamentales de los cambios sociales para modernizar Chile y acortar la brecha entre ricos y pobres anunciados en su campaña y que le dio los votos para triunfar sobre la candidata de la Alianza, Matthei Fornet. Los aspectos principales de la reforma educativa son lograr la gratuidad universal de la educación superior en un plazo de seis años, crear dos nuevas universidades estatales y fortalecer la educación pública para combatir el lucro en la educación; en la fiscal, bajo la filosofía de que “paguen más los que ganan más” aumentará de 20% a 25% el impuesto a las empresas para financiar mejoras en la educación, a la vez que rebajará en 5% el impuesto a las personas y eliminará exenciones fiscales sobre parte de las utilidades de las empresas, a la vez que creará una administradora estatal para competir con el sistema privado de fondos de pensiones. Pero la más transformadora es la redacción de una Constitución más representativa con cambios profundos del sistema electoral. Calcula destinar USD 15 mil millones a estas tres reformas.

En otros comentarios he destacado sus éxitos: única mujer que ha ocupado el cargo y primer mandatario que es reelegido para un segundo período y supera 60% de votos efectivos; también su dirección en ONU MUJER. Pero, en contraparte, es el primer gobierno elegido con menos sufragios del padrón —26,08%— y con una coalición —creada a partir de la Concertación para incluir a militantes comunistas— que no satisface totalmente al socio mayoritario —la DC.

Con mayoría simple en ambas Cámaras —21 de 38 en Senado y 67 de 120 en Diputados (6 y 21 de DC, respectivamente, tercer partido en el Congreso tras la UDI y RN)—, para alcanzar los quórums de cuatro séptimos (22 senadores y 69 diputados) y tres quintos (23 y 72) que necesita deberá negociar con los independientes y la oposición.

En lo exterior, deberá implementar el fallo de la CIJ sobre Perú, argumentar frente al de Bolivia, operar la participación del país en el Acuerdo del Pacífico —que llamó “reduccionista”— y en la ASEAN y realizar su pretendida apertura al Este —Argentina y Brasil.

Muchas expectativas.

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martes, 4 de marzo de 2014

Moloch Baal y el populismo latinoamericano

«Los brazos de bronce estaban trabajando más rápidamente. Ya no se detuvieron. Cada vez que un niño se colocó en ellos, los sacerdotes de Moloch […] vociferaban: “¡Ellos no son hombres, sino bueyes!” y la multitud alrededor repetía: "¡Los bueyes! bueyes".» [Salammbô (Gustave Flaubert, 1862)]

Flaubert logró recrear con mucha vitalidad —que nos espeluzna, diría más— una de las más sangrientas etapas de la historia cartaginesa, luego de la Primera Guerra Púnica, mezclando lo que cuenta la Historiae del griego Polibio con la fantasía. El fragmento de su novela Salammbô en el que describe los sacrificios de niños vivos en la caldera que representaba al dios Moloch Baal es, sin duda, uno de los más crueles de la literatura occidental, no sólo por la violencia que dimana de su descripción sino, además, porque todo el tiempo Flaubert —narrador omnisciente— nos deja entender su futilidad.

Regresando a nuestros tiempos, discrepo con la opinión del cínico amigo —lo dice el autor, no yo— que Moisés Naim menciona en su columna «¿Qué está en juego en Venezuela?» en el español El País cuando dice “América Latina no es competitiva ni siquiera en sus tragedias”. Porque si en algo la Región “da cátedra” a cualquier otra es en un “pecado” que ha permeado la historia latinoamericana desde sus inicios independientes pero que desde mediados del siglo pasado y más en la década pasada ha retomado fuerza, transgrediendo muchas veces las leyes de la economía y el desarrollo: el populismo.

Aunque el populismo no es una “invención” latinoamericana: el populismo (del término latino populus: "pueblo") como corriente que busca lograr la justicia y el bienestar social a través de afianzar el Estado como defensor de los intereses de la población mediante el ejercicio del estatismo, el intervencionismo y la seguridad social, lo podemos encontrar  tan antiguo como en el último período de la República Romana (ss. ii y i a.C.) liderado, entre otros, por los hermanos Tiberio y Cayo Sempronio Graco —tribunos de la plebe— y el mismo Cayo Julio César, pero es en Latinoamérica donde se da el caldo principal de cultivo para la aplicación de métodos populistas, ya sea en gobiernos de derecha y centroderecha —ejemplificados en los de Manuel Odría Amoretti en Perú, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y Luis Muñoz Marín en Puerto Rico en una etapa primera, y los neopopulistas de los años 90 (mezcla de populismo y neoliberalismo): Carlos Saúl Menem Akil en Argentina y Alberto Fujimori Fujimori en Perú (incluyendo, moderadamente, a Álvaro Uribe Vélez en Colombia y Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa en México)— como de centro, centroizquierda e izquierda — Hipólito Yrigoyen Alem en Argentina, Plutarco Elías Campuzano (conocido como Plutarco Elías Calles) en México, Juan Velasco Alvarado en Perú, Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala, Carlos Ibáñez del Campo  en Chile, Carlos Andrés Pérez Rodríguez en Venezuela (primer gobierno) e, incluso, Fidel Castro Ruz en Cuba antes de la declaración socialista, y los recientes miembros de la ALBA (denominada “tercera ola populista latinoamericana”): Hugo Chávez Frías en Venezuela (y el descalabro de su heredero Nicolás Maduro Moros), Néstor Kirchner Ostoić y su viuda Cristina Fernández Wilhelm en Argentina, Evo Morales Ayma en Bolivia, Daniel Ortega Saavedra  en Nicaragua y Rafael Correa Delgado en Ecuador (el más pragmático de todos), además de en parte también por Fernando Henrique Cardoso, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Vana Rousseff en Brasil— han utilizado métodos populistas, porque el populismo no es ideología sino forma de gobernar y detentar el poder.

Aunque existió desde la independencia —ejemplo fue el Tata Belzú (Manuel Isidoro Belzú Humerez, Presidente de Bolivia entre 1848 a 1855) repartiendo al voleo monedas a la muchedumbre popular frente al Palacio de Gobierno en La Paz a mediados del siglo xix—, es en el siglo xx que adquiere carta de ciudadanía con el nacional-populismo histórico de gobiernos como —sin agotar la lista— el de Lázaro Cárdenas del Río en México, José María Velasco Ibarra en Ecuador y Getúlio Dornelles Vargas en Brasil pero, sin dudas, el paradigmático fue Juan Domingo Perón Sosa en Argentina; presidente en tres ocasiones entre 1946 y 1955 y 1973 y 1974 (por fallecimiento), creador del Justicialismo —en el que han convivido la extrema derecha de la Triple A y la ultraizquierda de los Montoneros— que, con programas de justicia social que muchas veces fueron realmente efectivos pero con desacertados ejercicios económicos, logró “convertir” a Argentina de uno de los diez países más ricos del mundo —aunque con desigualdad social— a comienzos del siglo pasado en otro en crisis periódicas, como la actual.

En lo general, el populismo se arroga la “representación del pueblo” y adopta políticas económicas de carácter redistributivo, a la vez que tiene la imperiosa necesidad de “construir” un antagonista, ya sean las oligarquías o sectores foráneos o ambos, que actúe como Némesis de su acción. Basada esta forma de ejercer el poder a través de un líder carismático —por lo común, paternalista— que las clases desfavorecidas se lo identifican y lo apropian como suyo —aunque, con frecuencia, no lo sea y se aproveche para su propio beneficio de esa asimilación e identificación—, lo que les conlleva asumir que este líder entiende sus problemas y dificultades y trabaja para solucionarlos, percepción que el líder refuerza por medio de incrementar su popularidad —tanto por implementar políticas de corto plazo de beneficio popular, aunque contravengan las leyes, como por el empleo de la cada vez más incrementada propaganda oficial centrada en su liderazgo y la permanente movilización social de las agrupaciones que ha creado o aliado.

La etapa histórica que nos interesa —siglo xxi latinoamericano— se caracteriza por la conclusión de las transiciones democráticas en la Región y el agotamiento del paradigma neoliberal que imperó después las crisis generalizadas de mediados de los años 80 en la Región. 

En su Decálogo del Populismo, el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze sistematiza características comunes de los gobiernos eminentemente populistas. Llevadas a un plano de ejercicio pleno, analizaré la exacerbación de sus componentes: El populismo —entendido como Política de Estado— exalta al líder carismático, el “hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo”; un líder populista llega a existir sobre la realidad —Perón Sosa y Eva Duarte Ibarguren, Evita, para muchos “la capitana abanderada de los humildes” y “la jefa espiritual de la Nación” que a la vez que preconizaba medidas sociales se enriquecía y ostentaba esa riqueza con el beneplácito “cómplice” de los más necesitados— e incluso más allá de ella —como en el caso de Chávez Frías, que su sucesor ha convertido en un culto cuasi religioso. El líder populista llega a apoderarse y abusar de la palabra, fabricando “su” verdad y evitando —prohibiendo incluso— la intermediación mediática; cuando se exacerba, es el único “intérprete” —siempre emocional— de la Vox populi, eliminando la libertad de expresión y el pluralismo, convirtiendo los medios dicotómicamente en sus dependientes o en sus enemigos —CFK y Correa Delgado— y puede llegar a al blackout informativo —Maduro Moros. Su concepción de la economía llega a ser “mágica”, con un Estado interventor en las actividades económicas —con nacionalizaciones que no siempre se justifican y redistribuciones de la riqueza (que pueden ser necesarias como concepto de política social e, incluso, económica en el caso de la tierra) que fracasan cuando no se acompañan de planes de desarrollo sostenible, que es lo más común—, que se convierte en Estado-empresario y emprende políticas redistributivas —casi siempre desde el asistencialismo—; manejando el erario público en forma discrecional — volitiva y arbitraria muchas veces, las que concluyen en desastres descomunales— en sus decisiones y proyectos, sin tomar en cuenta los costos —a veces, incluso, para enriquecerse él y su entorno, que lo medra— y menos los ingresos a mediano plazo sino agotando la riqueza acumulada o la coyuntural, creando una mentalidad prebendalista y asistencialista sin crear riqueza sostenible ni, muchísimas veces, empleo de calidad por lo que, pasada la bonanza o agotados los recursos anteriores, se revierten los logros sociales y pueden, incluso, agudizarse más; pero su munificencia no es gratis: su ayuda es focalizada porque la cobra en apoyo e, incluso, obediencia —como el dicho popular: “o estás conmigo o estás sinmigo”, glosa del bíblico “el que no está conmigo, está contra mí” [Lucas 11, 15-26]. El líder populista paradigmático alienta el odio de clases pero se aprovecha —y beneficia de ellos, a la vez que los beneficia— de quienes lo apoyan dentro de esas mismas clases oligarcas que él critica. Es el Gran Convocante que moviliza permanentemente a los grupos sociales que lo apoyan —la más de las veces generados por él dentro de un Corporativismo Estatal de Inclusión y de los que, en ocasiones, forman parte sus grupos de choque— y, como es inmune a las críticas por ser investido de la Vox populi, achaca todos los males existentes al “enemigo exterior” —imaginario en ocasiones, siempre representado en el “Imperio yankee” aunque no sea el único (como Uribe Vélez fue para Chávez Frías y hoy para Maduro Moros)— y a la oligarquía, aunque sean de propia generación; usualmente pretendido originario —porque descarta todo el pasado por “nefasto” y promueve la desconfianza y rechazo de lo hecho por quienes le antecedieron, por más justas o beneficiosas que fueran esas acciones— a la vez que propugna la “ley natural”. Al final, en palabras de Krauze, el “populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal”, a lo que agrego que, cuando se convierte en Política de Estado y el Líder es arropado en el voto masivo —o mayoritario— como representación valedora de su cualidad democrática, convierte el ejercicio democrático en democracia directa con apoyo de sus movimientos sociales —que pueden llegar a sustituir, real o efectivamente, a las representaciones delegadas dentro de la democracia representativa—, coaptando a su arbitrio los Poderes e instituciones del Estado y desarrollando esquemas cada vez más autoritarios.

Todas estas características anteriores están ejemplificadas en los dos países en crisis actualmente: la Argentina de Néstor Kirchner Ostoić y su sucesora (y luego viuda) CFK —a quienes el analista Andrés Oppenheimer llamó “Gobierno conyugal” y que yo inscribiría como tradición del justicialismo, recordando a Perón Sosa y Evita, primero (aunque ella no gobernó sola porque su muerte temprana lo truncó, sí cogobernó efectivamente con su marido), y luego a él mismo con  María Estela Martínez Cartas, Isabelita, que lo sucedió constitucionalmente— y la Venezuela de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro Moros. Ambos países hoy —más Venezuela pero cerca Argentina— están inmersos en “tormentas económicas perfectas”: junto con un descrédito creciente del Estado se produce alta inflación, escasa o nula inversión, crisis de los servicios públicos, depreciaciones aceleradas de la moneda oficial, crecimiento del PIB nulo —incluso decrecimiento en sectores generadores de riqueza y empleo, como el industrial—, dependencia ascendente de la cotización de commodities —petróleo en Venezuela, soya en Argentina— y de las importaciones junto con reducción significativa del nivel de vida de la población —sobre todo en las clases medias y emergentes, volviendo a cotas superiores de ambos niveles de pobreza—, entre otros comunes a ambos, a lo que en Venezuela se adiciona un desabastecimiento muy creciente y medidas cortoplacistas que generan más crisis.


Al final de cuentas, políticas populistas han estado presentes en casi todos los gobiernos latinoamericanos, incluidos los del desarrollismo de los 60 y 70 preconizado por Raúl Prebisch Linares y la CEPAL. El peligro es cuando el populismo muta de instrumento y se convierte en política de Estado y el líder populista sustituye al Estado por la “voluntad del pueblo”, es decir: de ÉL, y se cumple la advertencia del revolucionario francés Honoré Gabriel Riquetti, Conde de Mirabeau: “El mayor peligro de los gobiernos es querer gobernar demasiado.”

El populismo impreciso y ambivalente es, entonces, como Moloch Baal: devora a las criaturas que lo adoran.



Referencias