martes, 17 de diciembre de 2019

Chairo y locro: candidatos, memes y medios



2020 va a ser año de elecciones bolivianas, y tendrán mucha llajwa —esa salsa “que hace sudar el bigote”— y no importará si será de locoto, de ulupica o de aribibi porque de todos tendrá.

Este 2019 que acaba nos dejará dos recuerdos opuestos pero indisolubles: un gran fraude y el acelerado desmoronamiento de los fraudulentos prorroguistas. El año venidero será de elecciones —nacionales primero y subnacionales después— y mucho dependerá de nuestra conciencia ciudadana —de todos, sin extremismos—, de la vigilancia que nuestro Estado haga para mantener la tranquilidad lograda y de la participación comprometida de la comunidad internacional.

Me quedaré en las elecciones nacionales porque las gestionará la Administración de transición que surgió luego de la huida de los que violentaron las pocas reglas democráticas que pervivían; las subnacionales serán tarea del gobierno que sea elegido.

Un paso atrás: al 20 de octubre pasado llegaron 9 candidaturas en competencia —aunque decir “todas en competencia” es un burdo eufemismo—: de un lado, Morales con el oficialismo del MAS forzando un ilegal prorroguismo y con todos los beneficios de la cooptación generalizada; de la oposición, un arco de ocho partidos y alianzas; de éstos, en el sprint inicial contaban dos: Carlos de Mesa Gisbert, coaptándose con el FRI —la herencia una vez maoísta de “Motete” Zamora— y aliándose en Comunidad Ciudadana (CC) con dos organizaciones muy locales: Sol.bo —citadino paceño— y el tarijeño TODOS; y Óscar Ortiz Antelo con la Alianza Bolivia Dice NO (BDN) que sumaba DEMÓCRATAS, organizaciones y plataformas; el resto: MNR, UCS, PDC —que después sorprendió levantando el voto confesional—, MTS, FpV y PAN-BOL en el período electoral permanentemente estuvieron con intenciones de voto muy bajas y su “residualidad” en los resultados —con todo lo falso que fueron los comicios— lo corroboraron para cinco de ellos. Nos quedaremos para analizar su año 2019 con tres: CC, BDN y, secundariamente, PDC.

Empezaré con CC. De Mesa fue, posiblemente, el único político preMAS que se mantuvo vigente en Bolivia durante la mayoría el cuatroceno —aunque Quiroga Ramírez tuvo un desempeño destacado dentro de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA) con otros 36 ex Jefes de Estado y de Gobierno, fue más visible hacia el exterior que adentro del país, excepto su fallido intento electoral de 2014—, lo que le permitió a De Mesaq que fuera —con Morales— el político más conocido y, a su vez, sobre él confluyeran altas expectativas previas a su proclamación. Sin ocuparme en analizar a fondo su campaña (lo avancé en “Bolivia: recuperando democracia”, E-lecciones.net 26/11), en general fue una campaña que gran parte transcurrió en redes, con poca visibilidad de candidato y apoyada más en acusar por difamación en algunos casos y en defenderse —con silencios en muchas ocasiones— que en verdadera actividad proselitista; al final, entendiendo la necesidad estratégica de un sprint fundamental, se apoyó en la consigna mediáticamente masiva del “voto útil” como un genial leitmotiv y acompañado con amplio despliegue de presencia del candidato, aunque descartando el contacto con la prensa. Por el contrario, Ortiz Antelo —permanente fiscalizador del Masismo— llegó con varios elementos en contra: poco conocido para la mayoría —algo que se esforzó en mejorar—, tildado erróneamente de “oligarca” y “procruceño” y, sobre todo, por ser el último candidato en lid después de frustrada la alianza opositora. El PDC inició su carrera con el expresidente Paz Zamora, quien decidió renunciar al comprobar las magras intenciones y fue sustituido por el pastor presbiteriano Chi Hyun Chung quien, con su prédica fundamentalista, movilizó el voto evangélico, algo que en Bolivia sólo había sucedido tímidamente —y circunscrito a Oruro— con la Alianza Renovadora Boliviana (ARBOL) en 1993, no ligada al neopentecostalismo.

Para las próximas elecciones generales —las subnacionales serán aplazadas—, después que se instalen los tribunos electorales ahora en elección y se fije el nuevo calendario, además de De Mesa y CC —ya anunciado pero que no contará con el beneficio del “voto útil”— estará el MAS —sin candidato aún y cada vez más dividido entre “moderados” con los alteños Eva Copa y Sergio Choque, “radicales” de la “vieja guardia” con Gustavo Torrico visible y cocaleros del Chapare con Andrónico Rodríguez, Leonardo Loza y Segundina Orellana—; la pulseada entre el Ministro Arturo Murillo y los dirigentes chapareños —agregar “masistas cocaleros” es una redundancia— sobre el control policial de las elecciones —obligación constitucional— terminará con una segura nueva flexibilización de la dirigencia local por necesidad de garantizar votos al MAS. Las candidaturas de Luis Fernando Camacho y Marco Pumari han fracasado antes de postularse pero con seguridad habrá otras, sin descartar a Jorge Quiroga Ramírez ni cuál será la decisión de DEMÓCRATAS. Por su parte, el clima externo es cada vez más favorable al proceso de transición, a pesar de los agoreros y falsarios, confirmado el fraude por el informe del equipo de auditoría de la OEA sin rebate regional y atemperado el sesgado informe de la CIDH con la invitación in loco al organismo para investigar en el país por seis meses prorrogables.

En este panorama acalmado progresivamente, el final de los programas Pentágono y Cabildeo y la inesperada y práctica desaparición de la Agencia de Noticias FIDES —fundada por mi amigo y colega de columnas acá el Padre Pepe Gramunt de Moragas hace más de 56 años— son señales muy infelices para la libertad de expresión en esta nueva etapa, tan necesitada de ella para defender la democracia.

En 2016 tuvimos una ola de esperanza, que en 2017 se trocó en duelo indignado y este año, acabado el duelo, devino en justa furia. Hoy es la hora de sembrar. Ojalá el próximo recolector sea tan exitoso como anhelamos. 


Información consultada

Bastian, Jean-Pierre: La mutación religiosa en América Latina: Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica. Fondo de Cultura Económica, México, 2012.

martes, 3 de diciembre de 2019

Diciembre latinoamericano reideologizado



Diciembre siempre es un mes de buenos augurios pero también de incertidumbres más allá del carbón en calcetines navideños. De ambos lo es este año que también es de cambios y convulsiones políticos: Cambios próximos en Uruguay y Argentina y recientes en Bolivia, también un año de estar Andrés Manuel López Obrador en el poder (MORENA es otra etiqueta utilitaria más del caudillismo de AMLO, como le fueron el PRI y el PRD).

Uruguay y Bolivia se libraron de gobiernos del llamado “socialismo del siglo 21”: Uruguay de uno light –democrático aunque a veces con regañadientes y corrupción– y Bolivia de uno heavy criollo –mezcla de caciquismo caudillista, sindicalismo cocalero y corrupción desembozada–; sus nuevos gobiernos están ubicados en las democracias liberales. En Argentina regresa al poder los que salieron en 2015: la variante rioplatense del socialismo 21 y su corruptela; es verdad que buena parte de ese regreso no es mérito propio, porque el macrismo –que llegó con firmes augurios de cambio– se debatió entre el gradualismo, la pusilanimidad y los saltos arriesgados a destiempo; el mérito propio de los Fernández viene más del arraigado prebendalismo clientelar del peronismo –no importa su etiqueta temporal– y de pensarse en el Primer Mundo –Menem, incluso CFK y Macri– cuando se bordea el Tercero… o el Cuarto. De México, en un año las promesas se diluyen, la credibilidad hace aguas y, a pesar de los discursos, Trump es su a modo de titiritero.

En la República Oriental del Uruguay, con Luis Alberto Lacalle Pou —del tradicional Partido Nacional (Blanco), conservador— se acaban 15 años de gobierno del Frente Amplio, miembro del Foro de São Paulo. Cuando el primero de marzo próximo asuma el mando de su país, este heredero de políticos (su padre Luis Alberto Lacalle de Herrera fue presidente y su madre María Julia Pou Brito del Pino parlamentaria; su abuelo Luis Alberto de Herrera y Quevedo fue uno de los líderes políticos del país la primera mitad del 20), pondrá fin a un ciclo que, si bien moderado excepto algunos exabruptos de personajes radicales como Lucía Topolansky Saavedra, fue aliado del bolivarianismo y el Foro.

Jeanine Añez Chávez saltó a la palestra de la opinión pública el 11 de noviembre pasado —siendo vicepresidente segunda del Senado—, tras la renuncia la noche anterior de Morales Ayma y al día siguiente asumió la Presidencia Constitucional tras el vacío de poder dejado por las renuncias de quienes le antecedían en prelación para ello. Ella y las fuerzas que la llevaron al poder —junto con los sectores moderados del MAS facilitados por la Iglesia Católica, la Unión Europea y Naciones Unidas— lograron capear el temporal de violencia con que los sectores violentos del MAS —más el narcotráfico y sus aliados de las FARC, así como venezolanos y cubanos— trataron de fracasar la transición. Hoy, en una veintena de días después, el país está pacificado y sin violencia —la única está en las mentes dogmáticas y cerriles de los Grabois— y va camino de elecciones transparentes y democráticas.

Lacalle Pou y Añez Chávez –y quien le siga– tendrán diferentes tareas pero un mismo objetivo: mantener y consolidar sus democracias, en un contexto regional complejo por la injerencia forista y reformas a medias. Los Fernández —Alberto y Cristina— las tienen más difíciles: no canibalizarse entrambos y sobrevivir, con políticas macroeconómicas pasadas nuevamente anunciadas pero constreñidas por muy nuevas situaciones, sin petrodólares venezolanos y con Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay —MERCOSUR— desafectos. López Obrador tendrá que superarse en sus dotes demagógicas de surfista político.

Información consultada