martes, 24 de agosto de 2010

De la virtud pública, del humanismo cristiano y de los hombres

De la virtud pública y de los hombres. La entrega anterior la dediqué a la virtud pública, reflexionando sobre cómo el ejercicio de los valores éticos por la clase política es una condición ineludible para construir un país fraterno, justo y solidario. En esa reflexión sobre el servicio a la sociedad del servidor público y no en su beneficio individual, mencionaba que su ejercicio generalizará la recuperación de la confianza social para ser más libres.



La corrupción perfora el estamento público y devora los recursos pero, sobre todo, destruye la credibilidad de los gobernados en las instituciones que los gobiernan. América Latina ha sufrido, en todos sus países y en diferentes épocas, ejemplos fehacientes de autoridades enriquecidas a costa de recursos que debieran –porque de derecho lo son– ser de beneficio público.


La semana pasada se cerró con la noticia de la detención en Lima de Luis Alberto Valle Ureña, quien gobernó el departamento de La Paz entre 1997 y 1999 amparado en el “mérito” de ser yerno del entonces presidente Bánzer.


Valle fue el más conocido –aunque, lamentablemente, no el único– ejemplo de la antivirtud en la gestión pública de la última década del siglo 20 en Bolivia. Cabeza visible de sonados escándalos que lo han llevado a estar incoado en cerca de 16 juicios inconclusos por diversos delitos, su relación familiar le permitió gozar de impunidad durante muchos años; cuando ya no le pudo proteger su parentesco, apeló a cuanto recurso jurídico le pudo beneficiar; en abril de 2009, sin poder utilizar más subterfugios legales, escapó a Perú, país que le negó asilo político basado en que las acusaciones que pesaban en su contra no eran de persecución ideológica sino por delitos comunes.


Y lo aprehendió la Interpol –que mencionó que la fisonomía de la ex autoridad está notoriamente cambiada– este viernes 20, paseando por el limeño distrito de Surco, y ahora las autoridades bolivianas aceleran los trámites para su deportación.


Valle Ureña –como en fecha más cercana el expresidente de YPFB y del Senado Santos Ramírez Valverde– deberá asumir sus responsabilidades legales respecto las acusaciones de corrupción y la justicia cumplir sus deberes, para sentar precedente –como, en otra dimensión, fue la condena a Luis García Meza– contra actuaciones delictuosas similares –pasadas, presentes y, quisiera que no, futuras.


Para cerrar esta reflexión, retomo la idea de que la escuela debe tener –y de hecho, por obligación moral, la tiene– la responsabilidad de inculcar la virtud pública en los educandos, sin sectarismos y tendencias.


Del humanismo cristiano y de los hombres. Me faltó comentar –que no es olvidar– un hecho que me llena de orgullo: Fui invitado, días atrás, como docente a la primera sesión de la Academia de Comunicación Política, en Ciudad de Guatemala.


Y si muy interesante fue el encuentro con expertos de primer nivel y con comunicadores de muchas partes de nuestro continente –México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica, Panamá, Colombia, Brasil, Venezuela, Perú, Chile, Argentina (espero no olvidar ninguno) y Bolivia en mi persona–, más lo fue el espíritu doctrinal que lo animaba: el Humanismo Cristiano, concepción del mundo cuyos valores se basan en la solidaridad social en pos del bien común y la responsabilidad recíproca entre individuo y comunidad, reafirmando –contra el liberalismo económico– la responsabilidad del Estado y la sociedad con los grupos sociales más desprotegidos, como parte todos de una misma comunidad.

domingo, 22 de agosto de 2010

Un país fraterno, justo y solidario

Este domingo oí la misa en una parroquia en Lima, Perú.

La homilía estaba dedicada a un tema que nos atinge a todos: construir un país fraterno, justo y solidario. Como Perú está en un período electoral, la importancia de reflexionar sobre cómo la clase política, la corrupción y los valores éticos son aspectos fundamentales tras el fin de conseguirlo se convertía en una necesidad perentoria e ineludible.

Pero la reflexión era tan cercana a cualquier latinoamericano que podíamos haberla oído –y seguro ya la hemos escuchado y leído muchísimas veces– en La Paz, en Buenos Aires, en México o en cualesquiera de nuestros países: la vocación de servicio a la comunidad, para muchos políticos que aspiran a ocupar –u ocupan– cargos electivos, como valor ético está reemplazada por la búsqueda del beneficio personal o sectario. Los valores que constituyen la virtud –como fuerza de las acciones– de un servidor público están lamentablemente tergiversados cuando lo que ese político busca es que la comunidad sea la que le sirva, degenerando su responsabilidad ante la sociedad que lo eligió por el mal uso público del poder en pro de beneficios obtenidos mediante la corrupción.

Y la corrupción –que es el hecho de pasar del ser al dejar de ser– es, como lo define entre siete precisas acepciones el Diccionario de la Real Academia Española, la pudrición –la perversión– de algo vivo y su viciar. Porque eso es lo que la corrupción conlleva al ser público que la practica: la destrucción de los valores que motivaron su elección y el enviciamiento de su vida pública, dejando de ser un ser social –de servicio a la sociedad– para convertirse en un enemigo de esa misma sociedad.

Pero esta reflexión va aparejada con otra, también importante: ¿Dónde le enseñamos al que será ese hombre público –cuando aún es un proyecto de ser social: un niño, un preadolescente– esos valores que son la virtud de su vida social? La respuesta debería ser en la escuela, que es el lugar de formación de la personalidad y la consciencia social de todos nosotros. Pero el común de nuestra escuela latinoamericana, no importa la latitud y a pesar de sus honrosas excepciones –que para eso son las excepciones: para demostrar por comparación–, es cada vez más donde prima la información sobre la formación.

Si bien este comentario partió de una reflexión religiosa, para nada tiene que circunscribirse a este ámbito, aunque no deje de tener una gran relevancia, más allá de su denominación. Los valores practicados de nuestras sociedades deben ser el resultado del ejercicio de la virtud individual como antítesis del vicio social, y la incorporación de estos valores son responsabilidad de los actores de la formación de los niños y jóvenes: la familia, la escuela y la sociedad en su conjunto; sin embargo, la escuela debe tener –en su permanente función de formar al futuro individuo social– la obligación de inculcar la virtud pública en los educandos, pero descartando sectarismos y tendencias.

El ejercicio de esta virtud pública, la del servicio social y no del beneficio individual, no sólo hará transparentes las sociedades sino hará que se generalice la recuperación de la confianza social y, entonces, seremos más libres.

martes, 3 de agosto de 2010

Varias opiniones que no quiero dejar pasar

José de Mesa. Si Von Humboldt mereció que lo denominaran Segundo Descubridor de América, Don Pepe –con Doña Teresa– también ayudaron a descubrir Bolivia. Uno de los historiadores más importantes del país, una buena parte del conocimiento sobre el arte colonial altoperuano se debe a esta incasable pareja. Colega mío como docente en los primeros años de “Nuestra Señora de La Paz”, era estimulante ver cómo despertaba el interés de sus alumnos, que siempre le rodeaban fuera de clases. Escritor erudito, formó una sólida familia intelectual. Su obra de recuperación cultural de Bolivia sigue viva y será largamente perdurable.

Fútbol y política: todos somos expertos. Pero no hace falta serlo para darse cuenta que el fútbol boliviano –más allá de los amores que se tengan– castiga hoy, con mucho, la honrilla de todos. Lejos –verdaderamente muy lejos– están las Eliminatorias para el Mundial 2004, cuando un equipo de todos despertaba el orgullo de propios y extraños: Un gran equipo (¿recuerdan la primera derrota de un equipo brasilero en eliminatorias mundialistas? ¿El Prado paceño lleno hinchas bolivianos que esperaban ver llegar a los poderosos vencidos? Y después celebrar, merecidamente, a los triunfadores), un entrenador exitoso y comprometido (con sus bigotes hirsutos como banderolas) y una dirigencia unida. Después de los bochornos de los últimos años –a pesar de que siempre hay quienes se consuelan en probabilidades estadísticas que van desapareciendo con la ilusión–, hay un plan propuesto y una mencionada voluntad gubernamental; nos falta –al menos, hasta ahora– sumar la unidad dirigencial, desprovista de mezquindades y parcelamientos. Ojala resulte.

Leyes fundamentales. Ya la Asamblea Legislativa Plurinacional se estrenó aprobando las Leyes que eran imprescindibles para el funcionamiento de la Nueva Constitución Política del Estado de 2009. Criticadas por unos, celebradas por otros, es verdad que la oposición parlamentaria no aportó –o no pudo o no tuvo el tiempo de llegar a hacerlo– mucho a sus contenidos, pero lo que nadie duda es que completan el andamiaje constitucional que se inició en 2006. Ahora faltan sus Reglamentos, y es en esa práctica que se podrá conocer el valor y la efectividad de esas leyes y en esa fase operativa es donde se podrán enmendar divergencias, siempre que exista la voluntad común. Pero, como leyes promulgadas que son, aunque no se compartan por quienes la critican, son de estricto cumplimiento mientras otras no las sustituyan o enmienden.

Ideas y no insultos. Se le atribuye a Karl Marx la frase “cuando se acaban las ideas, buenos son los insultos”. No lo comparto y lamento que en los últimos años cada vez haya menos debate de ideas y más se discuten eslóganes reiterativos aderezados de insultos, con pocas excepciones. De toda la nueva clase política –porque la anterior a diciembre de 2005 desapareció–, la gubernamental y la opositora, la Opinión Pública espera mucho más en nuevas ideas. El país las necesita.

Espero –como todos los que me leen hoy– que mi próxima opinión sea menos quejumbrosa.

Dios lo quiera.