martes, 19 de mayo de 2020

Hablemos (¡ya!) de elecciones

«No es el momento de divisiones ni de enfrentamientos por el poder [es] el momento de unirnos [para] preservar la salud y la vida de todos los bolivianos.» (Mons. Sergio Gualberti)

La renuncia el 11 de noviembre de Morales Ayma y sus inmediatos seguidores y el desbande apresurado y temeroso de una indignación popular, cerró 21 días de protestas contra el fraude electoral y 10 días desde que los comités cívicos de ocho departamentos le dieran un ultimátum para que renunciara a su cargo, abandonando el hasta entonces común reclamo opositor al MAS de una segunda vuelta electoral entre Morales y Carlos de Mesa que había sido apoyado por la Misión de Observación Electoral de la OEA. Distanciado de ese ultimátum, De Mesa siguió reclamando la segunda vuelta en solitario.

Asumida constitucionalmente la Presidencia el 12 de enero por Jeanine Añez, el país se abocó a un período electoral que se convocó el 5 de enero y culminaría el 3 de mayo con los comicios para posesionar quien ganara las elecciones el 12 de junio si no hubiera segunda vuelta.

Dos hechos preelectorales importantes fracasaron: la convocatoria presidencial durante enero para una nonata Cumbre de líderes calco del fracaso de la unidad opositora en octubre 2018 y la sí realizada "Cumbre por la unidad" del 1 de febrero convocada por el Comité Cívico Pro Santa Cruz para lograr un frente único; una segunda reunión el 3 de abril, nunca se realizó por la cuarentena. En medio, el 24 de enero la Presidente Añez anunció su candidatura.

Coincidí en enero con Roberto Laserna y Juan Cristóbal Soruco que un frente único antiMAS era pobre ejemplo de democracia pero nos fuimos al extremo contrario: «“le ganamos” al 20-O: competirán cinco alianzas y cinco partidos» [“El síndrome de la mariposa entrampada” 28/01/2020]. ¿La consecuencia prevista?: «El próximo gobierno necesariamente será de alianzas porque ninguna organización tendrá mayoría legislativa.» [“Una vez más: Más serán menos” 14/01/2020]. Pero tras que el 10 de marzo se anunció el primer caso de COVID-19 y el 22 el país entró en cuarentena total, las elecciones quedaron en stand by.

Hoy ya estamos de nuevo en tiempo electoral desde que Eva Copa promulgó su ley de postergación de elecciones —impelida por la urgencia de frenar la caída del MAS— y el Ejecutivo presentó su inhabilitación al Tribunal Constitucional. Oficialmente no hay campañas, pero el MAS ya hace lo que mejor sabe: crear conflictos, mientras otros políticos se aferran a discursos críticos —agarrando fallas del Gobierno o tergiversando realidades— o con acciones electoralistas presuntamente solidarias.

El Gobierno ha enfrentado una crisis para la que Bolivia no estaba preparada: el coronavirus. Ni la salud pública —cenicienta del MAS— ni la economía —miseria luego del despilfarro del cuatroceno— hubieran podido resistir sin medidas prestas y creativas que, en lo económico, generaron un Plan para proveer a las mayorías de recursos económicos —de muchas formas— y salvar empleos. Proceso de gobernar no exento de yerros: corrupción y favoritismo en ENTEL con Elio Montes, enseguida despedido y escapado; corrupción e ineficiencia en entidades públicas, rápidamente sancionadas; presunta corrupción de mandos medios y falta de control e inmadurez en YPFB; discrecionalidad en vuelos oficiales; decisiones autodañinas como la del control de expresión… además de falente control intergubernamental, de prevención y presto control de daños y de eficaz y proactiva comunicación pública, todos elementos de éxito.

La última encuesta en marzo dio sólo un trío en disputa: Arce, De Mesa y Añez. Hoy, la elección la decidirá la pandemia: influenciará contra Arce y potenciará o perjudicará a Añez según cómo se perciba su actuación; a De Mesa, más allá de sus declaraciones, no le redituará y pudiera afectarle, según lo maneje. 


Información consultada

https://www.voanoticias.com/america-latina/opositores-bolivia-elecciones-jeanine-evo-morales

martes, 5 de mayo de 2020

COVID, COVID, COVID



Hablamos sobre el COVID. Pensamos sobre el COVID. Soñamos (pesadilleamos más bien) sobre el COVID. Vivimos “sobre” el COVID más que “con” el COVID.

¿Por qué tememos tanto al COVID-19? En mi columna Virus y elecciones: ¿pe(s)cadores ganan? (24/03) lo adelantaba: ¿por qué le tememos al COVID-19 si han muerto menos de 250 mil personas en todo el mundo desde su inicio mientras que «la Peste Negra mató un tercio sólo de toda la población europea del siglo XIV y entre 20 y 40 millones murieron con la gripe española de 1918 [y] el HIV y el SIDA [tuvo] más de 40 millones de fallecidos». ¿Por qué el mundo se ha paralizado?

De los 196 países miembros y asociados de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo 14 son inmunes hasta ayer lunes: Kiribati, Lesotho, Islas Marshall, Micronesia, Nauru, Niue, la impenetrable Corea del Norte, Palau, Samoa, Islas Salomón, Tonga, Turkmenistán, Tuvalu y Vanuatu; ajenos a la OMS, sólo las Islas Cook. Eso deja 187 países (los restantes 182 de la OMS más los Territorios Palestinos, Kosovo, el Vaticano, el Sahara Occidental y Taiwan) donde viven (o vivían) algunos de los 3.482.848 infectados.

¿Por qué tememos tanto al COVID-19? Por su rápido contagio (en la República de Corea se mapeó una persona contagiando a más de mil en pocos días), por su período de latencia asintomático (alrededor de 14 días), por su confusión con otras afecciones conocidas (gripe, resfrío, incluso dengue) y por el alto índice de agravamiento de los casos ya sintomáticos: entre el 10% y el 15% de los pacientes internados por el COVID-19 (o virus SARS-CoV-2) ingresan en las Unidades de Terapia Intensiva (UTI) y el 90% de éstos requieren intubación y ventilación mecánica durante, al menos, dos o tres semanas. También ha contribuido mucho a ese temor la infopandemia que se ha desatado alrededor de la verdadera pandemia: una explosión de información, sobre todo en canales digitales y redes sociales pero también en medios masivos, muchas veces tergiversada, falsa o alarmista y poquísimas veces contrastada.

Para los gobiernos, el temor era otro: La insuficiente infraestructura sanitaria para casos graves. Según aumentaban los casos, la inicial displicencia (alimentada por las falsas estadísticas de China y su presto “control”, tan elogiado por la OMS) se convirtió en pánico y desesperación, con acciones propias de un filibusterismo: barcos y aviones cargados de (preciosos y escasísimos) insumos médicos retenidos y embargados en escalas en países intermedios; retención de cargas que se enviaban a segundos países…

¿Cómo estábamos en Bolivia? Muy desprotegidos por muchos años de falta de inversión humana y de recursos en la salud pública (los 14 del MAS fueron de despilfarro en inutilidades). ¿Cuáles eran las posibilidades? Empezar sin dar margen a que el COVID-19 tomara la delantera y golpeara (recordemos la Europa de tranquilidad y paseos con más de 300 casos en España y en Italia, o el premier Boris Johnson anunciando que priorizarían la economía… hasta que terminó en una UTI).

A pesar de los agoreros y los críticos festinados, partiendo de cero, o menos aun, en condiciones heredadas y sin recursos el 4 de marzo (cuando había sólo un sospechoso que luego fue negativo) se empezaron a tomar recaudos y buscar, en ese mercado canibalizado, lo que el país necesitaba para protegerse y, cuando el 10 de marzo aparecieron los dos primeros casos, inmediato se declaró Situación de Emergencia Nacional.

He sido un crítico permanente de las falencias en nuestra información epidemiológica (puede leerse en la Cronología que publico todos los días) pero no lo he achacado (como algunos políticos desesperados) a ocultamiento sino a mala comunicación porque si no ¿cómo yo la obtengo desde diversos medios públicos?

«El que es sabio refrena su lengua.» (Proverbios 10:19, espero que no me tilden de violar el laicismo)

Información consultada