miércoles, 17 de junio de 2020

La anormal “normalidad”


«[Hay] un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente”. (Papa Francisco)

Mi anterior columna (“Pandemia, endemia y un solo país”, 02/06) la definí como “un catálogo de información necesaria sobre el COVID-19 para Bolivia y la Región”. Esa tarea es aún muy necesaria (diría mejor: urgente) porque entendemos mal cuando no hay información para neófitos (somos la gran mayoría), porque muchos no entendemos su peligros y porque otros se dejan engañar por «algunas ideologías políticas que andan cegadas por intereses de poder e inducen al pueblo a cometer errores y poner en riesgo su salud y su vida» (“Cuidar a los Ciudadanos”, comunicado de la Conferencia Episcopal Boliviana CEB, 10/06).

El 10 de marzo llegó la epidemia a Bolivia y el 22 el país inició la cuarentena rígida. Hoy, casi 90 días después, estamos bordeando 20 mil casos diagnosticados. ¿Fracasó la cuarentena? A pesar de los números, alarmantes sin dudas, y de algunas proyecciones muy preocupantes, yo sostendré que no.

La proyección de Edgar Villegas que a fines de mayo se llegaría a 10 mil casos se cumplió cabal el primero de junio; su siguiente predicción, que no descartaba que contagios de seis dígitos a fines de julio, la realidad hasta ahora no la confirma. Manteniendo el cálculo promedio de duplicación de contagios detectados cada 10 días, entre el 9 y el 10 de este mes hubiéramos tenido más de 21 mil casos pero a 16 aún bordeamos los 20 mil. ¿Error? No lo creo. ¿Menos pruebas PCR (Prueba de Reacción en Cadena de la Polimerasa, las que entran en las estadísticas)? En la semana pasada, el promedio diario fue de 1.452 pruebas mientras que antes, por ejemplo, en la semana entre el 25 y el 31 de mayo fue de 807 (exceptuando un día donde se informaron atrasadas); en realidad, a más pruebas, más detecciones. Si le sumamos que el porcentaje a nivel nacional de casos activos versus total de afectados confirmados el 13 fue del 81,2%, el 14 del 79,8% y el 15 el 78,7%, disminuyendo consecutivamente por primera vez y, además, consideramos que los pacientes recuperados en salud a nivel nacional el 15 fueron 3.430, el 18,0% de los contagiados totales (2.824 en Santa Cruz, el 24,1%), porcentaje muy superior al 3,3% promedio de fallecidos respecto al total de contagiados desde fines de mayo, entonces, amigos lectores, podemos tener esperanza que hemos logrado aplanar más la curva de contagios.

El estudio del Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de Washington en Seattle que mencionó la Presidente el día de Corpus Christi, fija el “pico” de la curva de contagios totales el 27 de julio con un promedio de alrededor de 94 mil casos; a partir de esa fecha empezaría a disminuir y una proyección para R0 (transmisión cero) sería, posiblemente, de tres y medio a cuatro meses después.

Eso nos lleva a entender la urgencia del mencionado comunicado de la CEB cuando pide «dejar los intereses particulares o de grupos, y buscar coordinadamente lo mejor para todos en esta hora difícil para Bolivia», pidiendo entendimiento en pro del pueblo boliviano, como reafirmó el Arzobispo de Santa Cruz, Monseñor Sergio Gualberti, el 11 pasado: «estamos llamados a promover la unidad, reconciliación y perdón [porque] persisten resentimientos y rencores que nos mantienen divididos y enemistados, y que incluso dificultan una acción común para enfrentar a la pandemia».

El mensaje es diáfano: sobre intereses sectarios (movidos por premuras políticas y desesperaciones de cálculo), lo principal es la vida de los bolivianos. No al prorroguismo arbitrario, sí a la defensa de la vida.

Claridad meridiana para hoy en Bolivia la frase del Papa Francisco en su homilía del 26 de marzo en la plaza de San Pedro: «estábamos en la misma barca, […] todos llamados a remar juntos […]. En esta barca, estamos todos».

Información consultada


martes, 2 de junio de 2020

Pandemia, endemia y un solo país



La columna de hoy, en stricto sensu, es un catálogo de información necesaria sobre el COVID-19 para Bolivia y la Región.

La epidemia “aterrizó” en febrero 25 en  São Paulo (Brasil), continuando al resto de Latinoamérica: 27 en México; 29 en Ecuador (aunque el 14 llegó de España la primera contagiada); marzo 1 en República Dominicana; 3 Argentina y Chile; 6 Colombia, Costa Rica y Perú; 7 Paraguay; 8 Panamá; 10 Bolivia; 11 (ya declarada pandemia por la OMS) Cuba, Guyana y Honduras; 13 Guatemala, Uruguay y Venezuela; 18 El Salvador y Nicaragua; 19 Haití, y 23 Belice, el último.

Neófitos la gran mayoría, nos confundimos con la abrumadora cantidad de datos, aumentado por la sensibilidad solidaria (y temerosa) por contagios y fallecimientos: trataré de clarificar algunos términos. Los dos primeros son importantes para entender la penetración del virus: morbilidad (cantidad de afectados por cien mil habitantes) y mortalidad (porcentaje de fallecidos del total de afectados). Hasta la noche del domingo, la morbilidad en Bolivia era 85,8 (mundial: 80,4) y la mortalidad 3,1% (mundial: 6,1); según los datos de la OMS/OPS (aunque algunos sean poco fiables, como Nicaragua y Venezuela), la morbilidad de Bolivia está por debajo de Chile (521,7), Perú (511,9), Panamá (323,7), Brasil (245,8), Ecuador (229,7) y República Dominicana (168,4), mientras la mortalidad por COVID-19 en nuestro país es menor que la de Belice (11,1), México (11,0), Ecuador (8,6), Guyana (7,8), Brasil (5,7), Nicaragua (4,6), Cuba y Honduras (ambas 4,1), Colombia (3,4) y Argentina (3,2).

Un argumento muy real es que la morbilidad depende de la cantidad de pruebas de detección realizadas y es importante diferenciar las existentes: PCR (Prueba de Reacción en Cadena de la Polimerasa), las más confiables pero lentas y caras, además de escasas y requerir personal y equipos especializados; pruebas de anticuerpos (serológicas), que pueden detectar casos que ya se han curado, y pruebas de antígenos, más simples, rápidas y menos costosas pero poco confiables. El dato actualizado para Bolivia al domingo fue de 29.642 pruebas PCR acumuladas según el MINSALUD, lo que da 2.548,0 pruebas por millón de habitantes (2,5 x millar de habitantes en la metodología de la OECD: la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos que agrupa a países con más desarrollo económico); aunque es una cifra baja, no lo es tanto si la comparamos con la de México (0,6), Japón (2,2) o Colombia (2,3), según la OECD al 4 de mayo.

En Bolivia tenemos tres grupos de departamentos por nivel de afecciones: el más afectado con Santa Cruz y Beni, el domingo con 89,0% de los casos activos (incidieron los contagios en las marchas masistas pidiendo elecciones y los bloqueos en ambos); el moderado: Cochabamba (6,1%, que aumentó en los últimos días, posiblemente por contagios en los bloqueos), La Paz (2,7%) y Oruro (1,3%), y el menos afectado: Potosí (0,4%), Tarija (0,3%) y Chuquisaca y Pando (0,1%).

Al margen de las urgentes improvisaciones que se tomaron, de las dificultades en conseguir todos los insumos y de la corrupción en el caso ventiladores (denunciada como “irresponsable e inmoral” por la Conferencia Episcopal y repudiada por la sociedad), se “aplanó la curva” al contener la propagación y evitar un fuerte aumento de casos al principio, previniendo saturar los servicios médicos, grave sobre todo en Bolivia donde el Masismo durante el cuatroceno con boom de ingresos nunca benefició la salud pública y aún sigue bloqueándola en la Asamblea. Además, las medidas de alivio social (bonos, reducción de tarifas, créditos postergados, etc.) no dejaron caer el país en las crisis alimentarias que han sucedido en otros.

Es momento de entender que el coronavirus será endemia en el mundo hasta que haya suficientes vacunas. En su incidencia mediata primará nuestro comportamiento.

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