martes, 29 de marzo de 2016

Pascua distinta en La Habana


«Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba.» (San Juan Pablo II, visita apostólica a Cuba.)

Esta Semana Santa —“resucitadas” oficialmente en Cuba luego de la visita de Benedicto XVI en 2012— fue muy distinta, en significancia y hechos, a otras que le precedieron, pero en ella también ha tenido mucha importancia la Iglesia católica. Ya con su visita en 1998, San Juan Pablo II abrió —hacia afuera— nuevas posibilidades de relacionarse con el mundo y —hacia adentro— repuso a la Iglesia en su relación con el Estado, fortaleció la institución y la reacercó —sin discriminaciones— al pueblo cubano. Luego, Benedicto XVI en su visita profundizó la apertura oficial hacia la institución y sus fieles y, con mucho, coadyuvó a convertirla en el interlocutor más aceptado entre disidencia y oficialismo, bisagra en muchas negociaciones. Al final, Francisco coadyuvó decisoriamente para que el 17 de diciembre de 2014 se produjera el descongelamiento de la relación entre Cuba y Estados Unidos, cerrando un ciclo de enfrentamientos entre ambos países iniciado a finales de 1959 y que, con la reapertura de representaciones de ambos países a nivel de embajadas en 2015, concluyeran —al menos oficialmente— 54 años de mutua incomunicación.

Por eso, en esta Semana Santa habanera el simbolismo de las relaciones de las últimas décadas entre los tres últimos Papas y Cuba —apostólicas y, con mucho, políticas, que pudieran ya encontrarse globalmente en la II CELAM de 1968 en Medellín con la presencia de Paulo VI— me lleva a otros simbolismos: los del reencuentro y el resurgimiento —resurrección— que llegaron a Cuba con la visita del presidente de los EEUU, Barack Obama.

Si para algunos la visita de Obama a Cuba fue una “concesión sin reciprocidad”, olvidan elementos importantes: en el plano regional, el acercamiento con Cuba dejó casi huérfana una de las banderas más importantes del antimperialismo latinoamericano: el bloqueo —pendiente de eliminar por el Congreso—; en el interno cubano, marcó diferencias ideológicas —principalmente sobre libertad de expresión y de disentir en esta etapa de posrevolución—, abrió espacios de inversión —imprescindible para la economía cubana y beneficioso para EEUU— y sentó bases para acelerar el deshielo en las relaciones, a la vez que un baño de relaciones públicas y popularidad presidencial. Éstos —junto con la visita a Argentina— son éxitos indiscutibles de un presidente norteamericano que muchas veces ha sido timorato y ambivalente y que necesitaba dejar un legado: Mejorar las relaciones con Latinoamérica, “enterrando” —en palabras de Obama— la Guerra Fría, y brindar a la economía de EEUU un nuevo mercado y foco de inversión —una necesidad de ambos países. Por ello, la afirmación de Castro Ruz el Mayor en el reciente artículo "Hermano Obama" ("No necesitamos que el imperio nos regale nada.”) es certera, aunque en un sentido diferente al del escrito.

Más trascendente, no lo dudo, fue la frase de su hermano el presidente Raúl Castro Ruz en el encuentro oficial con Obama: "Debemos concentrarnos en lo que nos acerca y no en lo que nos separa", como también podría decirse para Cuba la frase de Jorge Luis Borges que Obama repitió en Buenos Aires: “Y ahora creo que en este país tenemos cierto derecho a tener esperanza" (de una entrevista en 1984 recopilada en el libro “Borges: Conversations”).

Información consultada

http://religioncristiana.idoneos.com/ 

domingo, 20 de marzo de 2016

Populismo "made in USA"


«Votez escroc, pas facho.» («Voten por el farsante, no por el fascista.»)

Cuando en 2002 los electores izquierda, centro y derecha moderada en Francia comprobaron perplejos que en la segunda vuelta el 5 de mayo competirían el entonces presidente Jacques Chirac —en busca de su reelección— con la derechista-gaullista Union pour un Mouvement Populaire (Unión por un Movimiento Popular, UMP) y un neofascista con meteórico ascenso: Jean Marie Le Pen con el partido nacionalista de extrema derecha que él fundó, el Front National (Frente Nacional, FN) —y del cual fue expulsado en 2015 por su actual presidente, Marine Le Pen, su hija. En ese momento y ante el temor a que Jean Marie Le Pen ganara la Presidencia, todas esas fuerzas políticas —representadas por la mayoría de las agrupaciones de los otros 8 candidatos de izquierda, centro y derecha que perdieron en primera vuelta y la UMP — se unieron en su contra bajo el slogan «Votez escroc, pas facho» y así Chirac —el “farsante” del establishment francés— fue relegido presidente por una aplastante mayoría del 82,21%.

Por eso coincido con Rosa Townsend en su predicción de que el martes 8 de noviembre de este año, cuando más de 245 millones de electores estadounidenses —de una población de cerca de 320 millones— participarán en las 58as elecciones presidenciales cuatrienales para seleccionar al nuevo gobernante —porque el actual presidente Barack Hussein Obama II no podrá aspirar a un tercer periodo de gobierno debido a que la Vigesimosegunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos limita a dos mandatos el ejercicio de la presidencia, aunque en la historia del país sólo Franklin Delano Roosevelt, antes de ella, ejerció más de dos (cuatro, el último inconcluso por su fallecimiento)— y los electores se encuentren frente a los más que posibles candidatos Donald Trump y Hillary Clinton, muchos republicanos e independientes —espantados del fenómeno Trump— se unirán a los demócratas y votarán por Hillary Diane Rodham Clinton, ex primera dama de los Estados Unidos —durante la presidencia de su esposo Bill" Jefferson Clinton—, ex senadora por el estado de Nueva York y ex secretaria de Estado durante la primera Administración Obama —quien había sido su oponente en las primarias demócratas de 2008— y, sin duda alguna, la política mejor preparada para gobernar entre todos los candidatos de ambos partidos en estas elecciones: la “farsante” del establishment norteamericano por excelencia.

El largo proceso electoral estadounidense para estas elecciones de 2016 se inició el 1 de febrero con las elecciones primarias, caucus y asambleas partidarias en todos los estados, el Distrito de Columbia y sus otros territorios para la elección de los delegados para las convenciones partidarias de nominación de candidatos presidenciales los demócratas elegirán 4.765 delegados y los republicanos 2.472. Para ganar una convención, los aspirantes necesitan tener la mitad más uno de los delegados en juego. En las elecciones de noviembre, los votantes elegirán 538 compromisarios que conformarán el Colegio Electoral encargado de elegir a los nuevos mandatarios —presidente y vicepresidente, ambos del mismo partido—, lo que representa un conjunto de elecciones indirectas —primarias, convenciones y presidenciales.

En sus últimas elecciones presidenciales, la participación de la población en edad de votar ha sido baja —la mayor desde 1948 fue la de 1960 con 63,‌06%, cuando fue elegido John F. Kennedy—, sin embargo, dos fenómenos electorales han motivado el interés electoral del pueblo norteamericano: Bernard "Bernie" Sanders y Donald Trump, y ha puesto el debate político en el centro de todas las conversaciones, como personalmente comprobé en días pasados.

Diametrales, a ambos los une el populismo. Sanders desde el partido del asno —los demócratas— y Trump del de los elefantes —republicanos, el Grand Old Party (GOP)—, han remecido las campañas con consignas populistas y demagógicas: socialistas utópicas las de Sanders y xenófobas y chauvinistas las de Trump —lindantes con el neofascismo de ambos Le Pen, más radical en el padre y más “moderno” en la hija—, dirigidas a conquistar el voto de la clase trabajadora blanca con un discurso proteccionista en política comercial, a pesar de las diferentes plataformas.

«Donald Trump se parece mucho más a un fascista que a un populista.» (Enrique Krauze Kleinbort, entrevistado por la BBC.]

Una contienda que empezó con una larga lista de precandidatos republicanos —el empresario Trump, el senador por Kentucky Randall “Rand” Paul, el ex  gobernador de Florida John “Jeb” Bush (hijo y hermano de los presidentes Bush), el actual presidente en la Cámara de Representantes y ex acompañante de fórmula presidencial de Mitt Romney en 2012 Paul Ryan, el actual gobernador de Nueva Jersey Christopher  “Chris” Christie, el cubanoamericano senador por Florida Marco Rubio, el senador por Texas (predicador evangélico ultraconservador, también de origen cubano y nacido en Canadá) Rafael Edward “Ted” Cruz, el actual gobernador de Ohio John Kasich, el actual gobernador de Wisconsin Scott Walker, el ex gobernador de Louisiana Piyush “Bobby” Jindal (hijo de emigrantes hindúes católicos), el ex gobernador de Texas Richard  “Rick” Perry, el ex senador por Carolina del Sur Lindsey Graham, el ex gobernador de Nueva York George Pataki, el ex senador por Pennsylvania Richard “Rick” Santorum, el ex gobernador de Arkansas Michael "Mike" Huckabee, la ex directora ejecutiva de Hewlett-Packard Carleton "Carly" Fiorina y el neurocirujano Benjamin “Ben” Carson — y menos demócratas —la ex ex ex ex Clinton, el senador por Vermont Sanders, el senador por Virginia James “Jim” Webb, el ex gobernador de Maryland Martin O'Malley, el académico Lawrence Lessig y el ex gobernador de Rhode Island Lincoln "Linc" Chafee—, pronto se redujo a una pelea republicana entre un Trump hasta ahora muy victorioso seguido de Cruz —Kasich sin trascendencia y un Rubio “expulsado” después de permanente tercerón— y una pulseta entre la Clinton y Sanders.
Hoy Trump y la Clinton tiene bastantes seguras sus nominaciones, si nos guiamos por el número de delegados: de los tres últimos republicanos aún en lidia, hasta el 19 de marzo Trump tenía 678, Cruz 423 y Kasich 143 —Marco Rubio, fuera ya de contienda al perder su propio estado, obtuvo 154—, mientras la Clinton tenía 1.614 delegados elegidos y 467 superdelegados y Sanders 856 delegados y 26 superdelegados.

¿Por qué los políticos del establishment han fracasado —como Bush y Rubio, ambos floridanos, el primero moderado y el segundo conservador— o han sufrido —incluso la Clinton? En un país que se precia de su democracia, libertad de expresión y asimilación, la crisis de 2008 golpeó poderosamente a las clases media y trabajadora y, aunque superados muchos de los parámetros macroeconómicos de la crisis —incluido desempleo—, las dejó muy dolidas y afectó los valores de la sociedad, facilitando el crecimiento del muy conservador Tea Party Movement, que ha “secuestrado” al partido republicano y provocado el surgimiento de dos antisistemas como Trump y Sanders, que con discursos diferentes, pero con bases conceptuales simplistas y bastante radicales, han captado la atención de los electores. Ambos, en sus diferentes orientaciones, responden al rechazo de una parte importante de la sociedad norteamericana al pacto social que los padres fundadores copiaron principalmente de las ideas de Jean-Jacques Rousseau —fundamento de la filosofía liberal— y sus antecesores Hobbes y Locke, aunque Trump esté más cerca, sin serlo, del Tea Party —como también la Marine Le Pen aduce ser la heredera de los valores tradicionales de Francia— y Sanders del Occupy Wall Street.

¿Qué pasará hasta la Convención republicana de julio en Cleveland (Ohio)? ¿Trump será electo candidato —y ahuyentará a buena parte de los republicanos moderados y de los republicanos conservadores pero pro establishment? ¿O la maquinaria del GOP podrá elegir a Cruz —mucho más conservador que Trump pero menos radical— y entonces Trump decidirá si va como independiente a las elecciones o se retira de la contienda? Las dos opciones son muy negativas para el Partido Republicano y, en forma distinta, lo fracturarán.

¿O no se dará el “voto farsante”?

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