miércoles, 9 de febrero de 2011

El mérito y la crítica

Una semana atrás, toda Bolivia seguía las noticias del derruido edificio “Málaga”.

Este gran desastre urbano reveló facetas muy positivas y otras muy negativas del país y de los medios de comunicación.

De las positivas, la más importante –creo que para todos– fue la inmensa y permanente demostración de solidaridad que expresó el pueblo cruceño y de todo el país. Individuos, empresas, organizaciones, autoridades (en general) manifestaron continuamente su apoyo a los socorristas y voluntarios y su misericordia solidaria con las víctimas y sus familiares. Como también lo fue la presencia de especialistas de diversos países.

Los medios masivos de comunicación realizaron una labor ardua al mantener informada continuamente a la población. Durante una semana, toda Bolivia estuvo atenta a lo que sucedía alrededor del edifico siniestrado y esperó –con ansias frustradas– recibir buenas noticias, gracias a la presencia y difusión de los medios.

Pero, en contraposición, también hubo facetas negativas.

El sensacionalismo de algunos medios en tener la “primicia” dio más morbo que información; como ejemplo, recuerdo una emisión el martes de esa semana –a escasas 9 horas del suceso–, abordando en vivo su periodista al portero del edificio –malherido, casi sin poder hablar, rescatado de los escombros– e insistiendo el conductor del programa en que la víctima le dé detalles, a pesar de que el herido le expresaba que, por los golpes, no recordaba lo sucedido.

En otros casos y olvidando el Código de Ética que tanto –con justeza– se defendió hace pocos meses, se repitieron opiniones sin respaldo –a veces de los familiares de las víctimas, quienes tenían todo el derecho a decirlas en su desesperación pero no los medios a repetirlas– y se aventuraron hipótesis inconsistentes sin evaluarlas. Como previnieron en esos días dos comunicadores conocidos –Aré y Caballero–, no siempre primó la responsabilidad en la información.

Del país, me resumo a dos facetas negativas: La falta de preparación para prevenir o solucionar desastres y la ausencia de control de las edificaciones.

Respecto a la primera, mucho fue el esfuerzo y la voluntad pero, al menos al comienzo, primó la improvisación y el desconcierto. Falta tecnología y, aunque hay conocimiento, se adolece de estructuras adecuadas de pronta respuesta. De la segunda, las necesarias investigaciones dirán cuántas normas se violaron o no existen o, peor, no se aplican adecuadamente y menos se controlan realmente.

El suicidio de las víctimas –porque eso, para los que sabían del trabajo: ingenieros, arquitectos y constructores, fue el tratar de arreglar las vigas rotas con troncos, “soportar un ladrillo con fósforos” ejemplificó un ingeniero entrevistado– ojalá sirva para evitar que otros desastres similares sucedan.


No quiero concluir sin expresar mi oración por el niño trabajador asesinado, porque violando las normas laborales se le hizo trabajar y conociendo sus empleadores el riesgo lo hicieron quedarse allí, quizás el
único que no tenía certeza de lo que podía suceder.