martes, 23 de mayo de 2017

Pandora à brasileira


«Y aquella mujer [Pandora], levantando la tapa de un gran vaso que tenía en sus manos esparció sobre los hombres las miserias horribles. Únicamente la Esperanza quedó en el vaso.» [Hesíodo, Los Trabajos y los días.]

Los escándalos de corrupción no son nuevos en Brasil. Tras la redemocratización en 1985, Fernando Collor de Mello, el primero de sus presidentes por vía directa, tuvo que renunciar a los dos años de ser elegido tras descubrírsele un gran esquema de corrupción política —tráfico de influencias por sobornos— y empezarle el Congreso un proceso de impeachment —el primero del ciclo redemocrático—, en una situación de crisis de la economía que provocaba un fuerte rechazo popular.

Pero los escándalos de corrupción han sido noticias seguida en el país —como el vicepresidente de la Cámara de Diputados, Fernando Lúcio Giacobo del evangélico Partido de la República, que “ganó la lotería 12 veces seguidas”— pero con la administración de Luiz Inácio "Lula" da Silva se sucedieron: desde el Mensalão —compra de votos y adhesiones congresales en 2005 que involucró a varios partidos y cuyo juicio concluyó en 2013 con prisión para decenas de líderes políticos y empresarios, incluidos del partido de Lula—, la Máfia dos Sanguessugas —compras fraudulentas de mil ambulancias en 2006—, el Mensalão do demOperação Caixa de Pandora en 2009— hasta llegar al Lava Jato —el petrolão: coimas y sobreprecios con Petrobras— que desde 2015 ha costado la cárcel a la cúpula empresarial del sector de la construcción y a numerosos políticos y que, en buena medida, fue razón —aunque no la base legal— de la defenestración tras impeachment de la presidente Dilma da Silva Rousseff en un momento también de crisis económica e impopularidad.

Y cuando se pensaba que el petrolão había destapado el summum de la corrupción política y empresarial en Brasil —que involucra directamente a Lula da Silva en varios juicios y que alcanza también ahora a Rousseff y que pudiera anular las elecciones de 2013 por financiación ilegal—, un nuevo escándalo remece a todo el sistema, empezando por el Michel Temer: la Operação Carne Fraca (Operación Carne Débil) destapó la adulteración y "maquillaje" de carne bovina y aviar en mal estado por parte de varias empresas como BRF y JBS, los dos líderes mundiales (Brasil es el principal exportador mundial, que representan el tercer producto de exportación de Brasil —el 7,2%—, después de la soya y el hierro).
Pero el terrible mal olor fue el de la corrupción política: Joesley Batista, copropietario de JBS, en delación premiada grabó al presidente Michel Temer conversando sobre sobornos y el Tribunal Federal de Justicia autorizó investigar a Temer. Mientras Temer declaró que no renunciaría y los pedidos de impeachment crecen, otro ejecutivo de JBS denunció en declaración premiada que 1.829 políticos de 28 partidos recibieron millonarios sobornos, incluyendo Lula y Rousseff. Sin elecciones inmediatas por ahora, los dos primeros de la línea sucesoria, los presidentes de Diputados y Senado, están acusados en Lava Jato.

A pesar de la enorme desestabilización política e institucional y de la afección a la delicada economía brasilera que estos procesos provoquen, conlleva una enorme satisfacción y seguridad el que la justicia funcione en Brasil. Ojalá conlleve que las nuevas generaciones políticas —luego del descalabro de las actuales— entiendan el mensaje.

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jueves, 18 de mayo de 2017

L’année de Brigitte


«Les Français ont choisi l'espoir et l'esprit de conquête [contre] l'esprit de division [et] la rupture avec la marche du monde.» [«Los franceses han elegido la esperanza y el espíritu de conquista [contra] el espíritu de división [y] la ruptura con el avance del mundo.» Emmanuel Macron en su discurso de posesión.]

Emmanuel Jean-Michel Frédéric Macron, vigésimo quinto presidente de la République française —y copríncipe de Andorra, una curiosa figura desde el siglo XI, antes de que existiera la France— y décimo de la V República que forjara Charles de Gaulle en 1958, no sólo asciende al poder como el abanderado de la esperanza de los franceses sino, además, de todos los que quieren evitar los neopopulismos nacionalistas y aislacionistas —de derecha principalmente, pero también de izquierda como los de Sýriza en Grecia y Podemos en España— que amenazan con destruir la globalización y la unidad europea como el de los primeros ministros Beata Szydło de Prawo i Sprawiedliwość (Ley y Justicia) y Viktor Orbán de FIDESZ - Magyar Polgári Szövetség (Unión Cívica Húngara) en el país magyar, siguiendo la ola de los triunfos del Brexit en el Reino Unido y Donald Trump en los EEUU.

Los retos para Macron son muchos: una economía deficitaria desde 2004 y un bajo crecimiento del PIB —estimado en 1,5% para 2017 y 1,8% en 2018, aunque recuperándose luego de las caídas de 2009 (-2,9%) y 2012-2014 (0,2%, 0,6% y 0,6% aunque ya en 2015 creció 1,3%)—, 56% del PIB en gasto público y la deuda se acerca a su 100% con déficit crónico —sin equilibrar desde el final de Valéry Giscard d'Estaing y el comienzo de François Mitterrand, en 1980, aunque la inflación es baja (alrededor de 1,2% interanual a abril, la mayor desde 2012)—, el paro es de alrededor del 10% —el doble que Alemania (5,8%) y el Reino Unido (4,6%)— y el terrorismo islamista ha pegado fuerte en Francia —2015: en enero asesinatos en el semanario Charlie Hebdo y una tienda kosher parisina, en agosto hubo un frustrado intento de ataque en el tren rápido Amsterdam-Paris y en noviembre la masacre de El Bataclan y restaurantes cercanos, en Paris; 2016: en junio fueron asesinados un matrimonio de policías y en julio un camión arrolló a una multitud, ambos en Niza y ese mismo mes fue degollado mientras oficiaba misa el anciano sacerdote Jacques Hamel en Normandía; 2017: en marzo hubo un ataque incruento en el aeropuerto de Orly y a fines de abril es asesinado un policía y heridos otros, ambos en Paris— además de la fuerte inmigración árabe y de los musulmanes autóctonos —ciudadanos por  varias generaciones, los llamados “franceses de segunda generación”— que han creado verdaderos guetos salafistas en los barrios de mayoría musulmana —donde viven la mayoría de los más de 5 millones de musulmanes que habitan Francia (30 en toda la Unión Europea), 8% de todos los franceses, muchos de ellos bajo el nivel de la pobreza y donde es mucho más alto el desempleo— aprovechando la laxitud de un estado “políticamente correcto”, “multiculturalista” e “inclusivo”. Y por si esto no fuera suficiente, Marine —Marion Anne Perrine— Le Pen y su Front national (Frente Nacional) posicionando en los franceses la salida de la Unión Europea, el regreso al franco, el proteccionismo y el populismo —todas compartidas en el otro extremo del arco ideológico, el ultraizquierdo, por Jean-Luc Mélenchon y La France Insoumise (Francia Insumisa), de quien sólo le separa la oposición a los migrantes; además, súmesele las consecuencias del Brexit y las amenazas —atemperadas ahora, es cierto— de Trump de hacer que Europa pague su defensa y la “protección” —que hasta ha poco se entendía “de interés mutuo” y “prioridad para la seguridad de los EEUU”— estadounidense.

Las elecciones fueron el momento en que cuatro visiones del mundo —distintas pero con muchas similitudes, a veces paradójicas— confluyeron: una izquierda crítica (Mélenchon y Hamon), un centro liberal (Macron), una derecha liberal conservadora (Fillon) y una extrema derecha (Le Pen). Hasta acá las diferencias a primera vista; en lo paradójico, Le Pen y Mélenchon tenían coincidencias en el manejo de la economía —para ambos eran profundamente estatistas, defensores del intervencionismo del estado en la economía, antiglobalizadores y profundamente críticos de la Unión Europea— pero opuesto culturalmente —Le Pen conservadora, con lo que coincidía con Fillon en sus posiciones nacionalistas y conservadoras mientras Mélenchon y Macron eran culturalmente liberal, tolerantes con los musulmanes y defensores de los derechos para los homosexuales —; a su vez, Fillon y Macron eran liberales en su visión de la economía. Al final, triunfó la posición liberal de Macron en la economía y la cultura.

Requiem pour la Vème République

Si ése es el panorama actual, las oportunidades que tuvo Macron —un social liberal, mix de socialdemócrata de centro y liberal de centroderecha con conciencia social— para su triunfo son varias: la primera, que el gobierno saliente del socialista François Hollande fue muy impopular —según Cevipof, tras el anuncio de que no se reelegiría un “alivio” de percepción le subió inmediatamente 13 puntos porcentuales desde su casi 16% de popularidad previo, el menor de un presidente francés desde René Coty, antes que De Gualle lo sustituyera— y su quinquenio 2012-2017 fue uno de los más inestables económicamente —bordeó técnicamente la recesión con crecimiento casi 0% del PIB—, ejemplificado por su bajo liderazgo y práctica subordinación a las políticas económicas estabilizadoras —y prácticamente recesionistas— fijadas por la “locomotora alemana” encabezada por la Bundeskanzlerin Angela Dorothea Merkel y su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble.

La segunda fue que el descrédito de la gestión Hollande sumó al Parti socialiste en una de sus peores crisis, acentuada —casi en estado terminal— tras la izquierdización para las elecciones recientes con la elección en primarias de Benoît Hamon, exministro de Hollande, como candidato socialista en detrimento de Manuel Valls Galfetti, reciente primer ministro y más popular que el presidente Hollande —26% en octubre pasado—, considerado un “liberal” por los sectores a la izquierda del Partido; los otros candidatos en las primarias fueron los exministros Arnaud Montebourg —tercero—, Vincent Peillon y Sylvia Pinel —aliada social liberal—, el diputado verde François de Rugy y el eurodiputado Jean-Luc Bennahmias. Hamon obtuvo en las elecciones 2.291.565 de votos —6,36% del total—, poco más de los 1.170.000 que obtuvo en la segunda vuelta de las primarias socialistas, constituyendo esos poco más de un millón de votantes adicionales todo lo que la campaña presidencial socialista de Hamon pudo captar tras las primarias.

La tercera fue el error catastrófico que para Les Républicains y los socialistas fue la decisión de convocar a primarias abiertas, donde cualquier ciudadano —tras el pago simbólico de 1 €— podía votar sin necesidad de pertenecer al partido tras el fútil argumento de que “conocían la plataforma”, error que les costó a ambos partidos sus posibles candidatos mejor situados en preferencias. Para los republicanos —con mayor votación: alrededor de 4 millones, muchos de ellos socialistas y de otras corrientes de izquierda y extrema derecha que buscaban frenar a Nicolas Sarkozy— significó la derrota del favorito expresidente Sarkozy —Nicolas Sarközy de Nagy-Bocsa— y de su ex ministro —y exprimer ministro de Jacques Chirac— Alain Juppé frente François Fillon, exprimer ministro de Sarkozy; los otros cuatro candidatos —Nathalie Kosciusko-Morizet, el ultraconservador Jean-Frédéric Poisson y los exministros Jean-François Copé y Bruno Le Maire— fueron intrascendentes en resultados. Fillon se presentó como el candidato de la derecha constructiva, distanciándose a la vez del período Sarkozy y de la ultraderecha de Le Pen; un aluvión de escándalos de corrupción terminó por hundirlo al tercer lugar en las elecciones, levemente por arriba del candidato de la extrema izquierda y senador exsocialista, Jean-Luc Mélenchon, líder del Parti de Gauche y de la coalición La France Insoumise que lo patrocinó tomando ejemplo y programas de la campaña de Bernard "Bernie" Sanders en los EEUU y del partido español Podemos.

La cuarta fue el temor que despertó en parte importante del electorado francés y europeo en general el avance de sectores de derecha extrema, nacionalistas, antiglobalización, antieuropeístas, populistas y antinmigrantes sostenidos en sus discursos por la situación económica deficiente tras la crisis de 2008, el fracaso de la política comunitaria respecto a la inmigración, el auge del terrorismo islamista y la baja operatividad —y alto burocratismo ineficiente— de las instituciones de la Unión Europea, sectores envalentonados tras el Brexit —con consecuencias muy directas la desvinculación para Francia— y la victoria de Trump.

La quinta y última: la desesperanza de la ciudadanía francesa —compartida por casi todos los europeos y muchos estadounidenses— en sus políticos y sus partidos. Sólo así se explica cómo un partido nuevo —La République En Marche! (¡La República en Marcha!), continuación de En Marche! Association pour le renouvellement de la vie politique (¡En Marcha! Asociación para la Renovación de la Vida Política)—, creado hace un año recién para catapultar a Macron a las presidenciales, pudo llevar a su creador a la presidencia de la República Francesa.

La Politique en rose

El ascenso electoral de Macron y sus posteriores victorias en primera y segunda vuelta fueron feraces para las publicaciones del corazón: la llamada prensa rosa. No por gusto Francia fue su cuna con la parisina L'Illustration a fines del siglo 19 —también fue la primera publicación que incluyó fotografías: en blanco y negro en 1891 y a color en 1907.
Un joven Macron —39 años ahora, el más joven gobernante de Francia desde Napoleón Bonaparte—, el más joven ministro de Francia —36—, nunca elegido, casi sin partido —militó en el Socialista entre 2006-2009—, graduado graduó en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París y en la Escuela Nacional de Administración —el “horno” donde se cuecen las élites políticas y gubernamentales del país—, banquero exitoso de inversión en Rothschild & Cie… Pero todo esto era “menos interesante” que su histoire d'amour éternel (historia de amor eterno): alumno brillante de liceo que se enamora, a los 16 años, de Brigitte Trogneux —en esa época Auzière, por su entonces esposo—, su profesora de francés y guía de grupo de teatro, 24 años mayor, casada y con tres hijos —contemporáneos y asaces compañeros de estudio de Emmanuel. Una historia de amor que, repudiada por los padres del chico y distanciados —Emmanuel es enviado a estudiar a Paris, poniendo tierra por medio—, se mantiene y alcanza el éxito en 2007 cuando, divorciada Brigitte y con el apoyo de sus hijos, se casan.

Así se inicia la que —luego de las historias escabrosas de amores de Mitterand (simultáneamente y bajo el mismo techo del Elíseo con Anne Pingeot y su esposa Danielle) y Hollande (y sus tres “primeras damas” superpuestas: Ségolène Royal, Valérie Trierweiler y Julie Gayet)— será un remanso rosa para muchos: un joven presidente con seis nietos y una esposa que saber guiarlo a la victoria, porque Mme. Macron estuvo presente en las grandes decisiones de su esposo durante su ministerio, en su campaña y ya ambos anunciaron que no será decorativa en la Presidencia. Nadie duda que Brigitte no será otro vase brisé —como la imagen que describió Sully Prudhomme— a la sombra del Poder.

¿Será el poder al lado del trono —como Hillary Clinton o, mejor aún, Jackie Kennedy— o estará tras el trono —como Nancy Reagan? Lo que me extrañaría mucho es que quedara sólo como una figura decorativa como Melania Trump —Melanija Knavs—, con quien se la ha comparado por sus trajes celestes —color preferido de la Kennedy y que es el color del poder en segundo plano— en las tomas de posesión de sus maridos —el de Mrs. Trump de un reconocido diseñador estadounidense, el de la primera dama francesa de una marca insignia del país —en avance de austeridad, el vestido fue prestado por la marca.

Curiosamente, a Melania la separan de Trump los mismos años que a Brigitte de Emmanuel: 24, pero los sentidos son contrarios. Yo voto por la madurez de Mme. Macron.

Después de los fastos: Ce sera la VIème République?

La derrota de los dos partidos que marcaron los últimos sesenta años de la política francesa dentro de la V República que forjó De Gualle —el de derecha, cambiando de nombre (Union des Démocrates pour la République, Union pour la Démocratie Française, Rassemblement pour la République, Union pour un mouvement populaire, Les Républicains…) y que dio a De Gualle, Alain Poher, Georges Pompidou, Giscard d'Estaing, Chirac y Sarkozy como presidentes, y de izquierda, el omnipresente socialista (socialdemócrata), que ubicó a Mitterrand («le Sphinx» [«La Esfinge»], tres veces presidente, 14 años, casi quitándole a Louis-Philippe «Égalité» la condición de último rey de Francia) y Hollande en la presidencia— marcó un cambio significativo que no fue ocupado por los extremos: la ultraderecha del Frente Nacional de Le Pen o la ultraizquierda de Francia Insumisa de Mélenchon.

Ese cambio significó para Macron tener ante él dos caminos: relanzar la República y forjar la VIème République o enterrarse con la Quinta y, de yapa, a la Unión Europea. Ésos son los caminos.

Por lo pronto, su centrismo y la novedad de su partido "ni de derecha ni de izquierda" le ha permitido mirar a todos lados: Su primer ministro es un diputado conservador moderado —Edouard Philippe, del partido de Fillon—; sus ministros —11 mujeres y 11 hombres— provienen de varios partidos: el propio La République En Marche!, Les Républicains, socialistas, radicales y centristas, además de ecologistas e independientes, confirmando un sentido de unidad y alianza, de la que está muy necesitado para conformar en las elecciones de junio una mayoría parlamentaria que le permita gobernar y no cohabitar.
El reto está, las cartas también. Falta echar a andar. 

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martes, 9 de mayo de 2017

Le Pen, Trump, Brexit, Chávez


Este domingo pasado, los ciudadanos eligieron a Emmanuel Macron como nuevo presidente de la République française, el vigésimo quinto de los períodos republicanos y el décimo de la V República que inauguró Charles de Gaulle en 1959. Una elección más determinante para el futuro europeo que para la misma Francia porque para el país se jugaba el futuro de una nueva VI República —la V había muerto— pero para Europa se decidía —más que en Holanda en marzo pasado— su propia existencia como Unión. La victoria de Macron no fue tan arrolladora como la de Jacques Chirac en 2002 cuando todo el arco político francés se unió para derrotar al ultraderechista Jean-Marie Le Pen y su Frente Nacional pero la del domingo frente a Marion Anne —Marine— Le Pen, su hija con el mismo partido, tiene la misma importancia porque en ésta la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon —defensor del madurismo venezolano— y su Francia Insumisa sólo promovieron la abstención. Y aunque la confirmación de la victoria de Macron será en la “tercera vuelta” —las legislativas de junio próximo—, hay una fuerte probabilidad de que el Frente Nacional no supere significativamente sus dos diputados actuales —en el ballotage, el FN sólo ganó en dos de los 101 departamentos— y dos certezas: los partidos que gobernaron la V República —la derecha gaullista, mudando denominaciones en el tiempo, y el socialista— han terminado su ciclo y necesitan reinventarse en un escenario dominado por los extremos y un poder aún indefinido, el del socioliberalismo de ¡En Marcha!, el partido que hace un año creó Macron para promover su candidatura.

El fenómeno Macron, en realidad un outsider recién llegado a la política, no es excepcional: aunque con posiciones diferentes a Donald Trump —más afín con Le Pen—, Macron y Trump son políticos outsider que llegan en un momento de urgencia política: en Francia, la derrota de los dos partidos hegemónicos marca el fin de una época mientras en EEUU la crisis republicana —empujada por los sectores ultraconservadores— y la demócrata —por los radicales de Saunders— marcan la urgencia de profunda renovación.  

El fenómeno ultranacionalista —antiglobalizador, nacionalista, aislacionista, antimigrante— de Le Pen y Trump es el mismo que le dio el éxito al Brexit: los tres fueron victoriosos —Le Pen en primera vuelta— con sectores rurales y populares —Le Pen absorbió mucho del voto obrero, incluido antes procomunista, y de los pequeños propietarios; Trump y el Brexit tuvieron adhesiones similares—, los tres exacerbaron el nacionalismo y achacaron sus males al exterior —Trump a la globalización, Le Pen y el Brexit a la Unión Europea—, los tres apelaron a las frustraciones de sus votantes —Trump y Le Pen al desempleo y el trabajo de mala calidad; Nigel Farage, líder del UKIP promotor del Brexit, a la seguridad social; los tres a la migración.

Como Hugo Chávez Frías en 1998 —otro outsider como Tsiripas en Grecia—, Le Pen —infructuosamente—, Trump y el Brexit navegaron sobre la ola del descontento social y el final de un período: Chávez Frías enterró la IV República que democristianos y socialdemócratas corrompieron —Maduro Moros lo hará con la V que el chavismo malgastó—, Le Pen coadyuvó al entierro de la V República francesa, el Brexit —y los nacionalismos del Viejo Continente— obligarán a rehacer la unidad de Europa y tras Trump republicanos y demócratas tendrán que recrearse.





 




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