«Dentro de la
Revolución, todo; contra la Revolución, nada. […] ¿Cuáles son los derechos de los escritores y
de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la
Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho. […] Los
contrarrevolucionarios, es decir, los enemigos de la Revolución, no tienen
ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho
de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer.»
[Fidel Castro Ruz, Palabras a los
intelectuales, discurso pronunciado el 30 de junio de 1961, prolegómeno para la
Revolución Cultural de 1971-1976 —el denominado Quinquenio Gris.]
En la larga lista de caudillos
Patriarcas que exhibe nuestra América —tan diversos como Antonio López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, Porfirio Díaz Mori y Lázaro Cárdenas del Río en México, Justo Rufino Barrios Auyón en Guatemala, José Figueres Ferrer (Don Pepe) en Costa Rica, François Duvalier (Papa Doc) en Haití, José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco (Karaí Guazú) en Paraguay, Juan Manuel de Rosas, Domingo Faustino Quiroga Sarmiento (discutible su caudillaje pero ostensible su patriarcado) y Juan Domingo Perón Sosa en Argentina, Víctor Paz Estenssoro en Bolivia, Juan Vicente Gómez Chacón y Antonio Guzmán Blanco (y luego Hugo Chávez Frías) en Venezuela (no incluyo a José Antonio Páez porque sí fue un gran caudillo pero no llegó al patriarcado), Getúlio Dornelles Vargas en Brasil, Arnulfo Arias Madrid en Panamá y José María Velasco Ibarra en Ecuador—, Fidel Castro Ruz ocupa, por derecho propio, un
lugar indiscutible entre ellos sobre las ancas —o sobre la torreta de un T34-85,
para no mencionar el norteamericano M4A3 Sherman con el que él entró
victorioso en La Habana el 8 de enero de 1959— de los siglos 20 y 21. Fue
caudillo en el 20 para legiones de seguidores en toda Latinoamérica y Patriarca
en el 21 para la ALBA.
Además de caudillo y Patriarca,
Fidel Castro Ruz —Castro Ruz el Mayor para diferenciarlo de su hermano
y sucesor Raúl, Castro Ruz el Menor— fue, con mucho, el más superviviente
de las generaciones de líderes políticos que acompañaron su presencia en el escenario
mundial durante los últimos 60 años.
Con
Fidel Castro Ruz se va el último actor de la Guerra Fría, sobreviviente de todos
sus principales participantes: Había visto morir a Dwight «Ike» Stover Eisenhower,
a John Fitzgerald Kennedy, a Lyndon Baines Johnson, a Richard Milhous Nixon, a Gerald
Ford, a Ronald Wilson Reagan —Jimmy Gordy Carter fue un accidente incatalogable,
una catarsis que salió mal, en la presidencia de EEUU y George H. Walker Bush supo
recoger lo sembrado por Reagan; además, los dos estuvieron muy cerca de adelantársele
en el tránsito a la muerte—; también a Nikita Serguéievich Jrushchov, Leonid Ilich Brézhnev, Yuri Vladímirovich Andropov y Konstantín Ustínovich Chernenko — Mijaíl Serguéyevich Gorbachov, que la concluyó al menos entre las
dos principales potencias, trató por todo lo posible de desligarse de ella. Mao
Zedong, Zhōu Ēnlái y Margaret Thatcher llevaban ya mucho tiempo muertos.
También
sobrevivió a todos los líderes del llamado campo socialista: los ortodoxos prosoviéticos
—dentro del CAME—: Wojciech Jaruzelski en Polonia, Kádár János y Grósz Károly en Hungría, Erich Honecker en Alemania — Egon Krenz, aún vivo, no pudo llegar a dos meses—,
Gustáv Husák en Checoslovaquia — Miloš Jakeš estuvo bajo el poder de Husák mientras que
Karel Urbánek fue tan intrascendente como
Krenz, ambos vivos—, Tódor Khrístov Zhívkov
en Bulgaria, Nicolae Ceaușescu en Rumania
—el único fusilado—, Jambyn Batmönkh de Mongolia. Y los contestatarios como Josip Broz (Tito) había muerto muchos años antes y su
país fue el único que no sobrevivió los nuevos tiempos.
También
sobrevivió a los líderes latinoamericanos que en 1959 coincidieron con su arribo
al Poder: Adolfo López Mateos en México,
Miguel Ydígoras Fuentes en Guatemala, Ramón Villeda Morales en Honduras, José Maria Lemus López en El Salvador, Luis Anastasio Somoza
Debayle en Nicaragua, Mario Echandi Jiménez en Costa Rica, Ernesto de la Guardia
Navarro en Panamá, François Duvalier en Haití, Héctor Trujillo Molina en República
Dominicana, Alberto Lleras Camargo en Colombia, Rómulo Betancourt Bello en Venezuela
—ascendió pocos días después que Castro Ruz—, Manuel Prado y Ugarteche en Perú,
Jorge Alessandri Rodríguez en Chile, Hernán Siles Zuazo en Bolivia, Juscelino Kubitschek
de Oliveira en Brasil, Alfredo Stroessner Matiauda en Paraguay, Arturo Frondizi
Ércoli en Argentina y Martín Recaredo Echegoyen
—dentro del Consejo Nacional de Gobierno— en Uruguay, así como a los dos presidentes
de Cuba que él nombró: Manuel Urrutia Lleó —falleció exilado— y Osvaldo Dorticós
Torrado.
Castro
Ruz el Mayor sobrevivió a cinco Papas: San Juan XXIII —Angelo Roncalli—, Pablo VI
—Giovanni Montini—, Juan Pablo I —Albino Luciani— y San Juan Pablo II —Karol Wojtyła—,
y se reunión con otros dos, luego de su renuncia del poder: Benedicto XVI —Joseph
Ratzinger— y Francisco —Jorge Mario Bergoglio. Tres italianos, un polaco, un alemán
y un argentino.
Y,
por último, sobrevivió a sus dos comandantes guerrilleros más carismáticos: Camilo
Cienfuegos Gorriarán —desaparecido en un vuelo interno— y Ernesto Guevara de la
Serna —abandonado por todos en Bolivia— y a importantes dos compañeros de armas
que encarceló: Huber Matos Benítez y Eloy Gutiérrez Menoyo. También sobrevivió a
dos de sus militares declarados “Héroe de la Revolución Cubana” a quienes se fusiló:
William Morgan Ruderth y Arnaldo Ochoa Sánchez.
Fidel Castro Ruz vivió
muchos ismos, algunos los promovió e incluso los sobrevivió. Condottiere de la revolución permanente y paladín del marxismoleninismo,
incendió los ánimos de más de una generación con el mensaje de construir sociedades
más justas —aunque la praxis propia no lo lograra— y
bajo las banderas del internacionalismo proletario llevó cubanos a muchas tierras
lejanas —de África, Latinoamérica e incluso Asia— con
el espíritu de “Crear dos, tres… muchos Vietnam”.
Entre
las décadas de 1960 y 1990 —e incluso posteriores con las guerrillas marxistas Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en Perú y las colombianas Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FARC) y Ejército de Liberación Nacional (ELN)—, Latinoamérica se vio incendiada
por guerrillas marxistas o afines, en su mayoría promovidas, organizadas y con soporte
cubano e, incluso, algunas con participación de militares cubanos, como en República
Dominicana, Panamá, Venezuela y Bolivia.
Fuera
de la región, fuerzas cubanas intervinieron en conflictos en Argelia —Guerra de
las Arenas (1963) entre Argelia y Marruecos—, Congo —Crisis del Congo (1964-1965)—,
Medio Oriente —en la guerra de Yom Kipur (1973), en apoyo a la República Árabe Siria—,
Angola —Operación Carlota (1975-1991) durante la guerra civil del país, apoyando
al Movimento Popular de Libertação (MPLA) contra el Frente Nacional de Libertação
(FNLA, apoyado por Zaire y China) y la União Nacional para a Independência Total
(UNITA, apoyada por EEUU y Sudáfrica)—, Namibia —paralelo con la Operación contra Sudáfrica hasta su independencia en 1990—
y Etiopía —Operación Baraguá (1977-1989) en apoyo al gobierno socialista de la República
Democrática Popular de Etiopía y en el conflicto del Ogadén con Somalia, así como
el Frente Popular de Liberación de Eritrea (FPLE). En la Operación Carlota participaron
más de 337 mil soldados cubanos y 50 mil civiles y en la Operación Baraguá casi
42 mil soldados, con el saldo entre ambas de varios miles de muertos. En todas estas
operaciones en África y Medio Oriente —sobre todo en Siria, Angola, Namibia y Etiopía—
las tropas cubanas, bajo la bandera del “internacionalismo proletario”, sirvieron
de lanza de la Unión Soviética que, por razones del equilibrio entre superpotencias,
no podía intervenir directamente. También tropas cubanas estuvieron en Guinea-Bissau,
Mozambique y otros.
Castro Ruz El Mayor dirigió
una revolución triunfante contra un gobierno dictatorial, el de Fulgencio Batista Zaldívar, gracias al éxito de la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra
tras la expedición del Granma desde México, eso en un momento en que los pocos gobiernos
democráticos progresistas latinoamericanos apoyaban las redemocratizaciones, incluso
a través de expediciones para que despertaran movimientos populares —como las que
la Legión del Caribe intentó propiciar contra los Somoza Debayle en Nicaragua y
Trujillo Molina en República Dominicana—, en un momento que la prédica democrática
del difunto presidente Roosevelt había sido sustituida por la Guerra Fría y el apoyo
a dictadores anticomunistas fuertes por las administraciones de Harry Truman y Dwight
Eisenhower.
El triunfo de la revolución
cubana coincidió temporalmente con otro hito democratizador en la Región: la elección
a la presidencia de Venezuela con 49% de los votos de Rómulo Betancourt Bello, un líder socialdemócrata que se había opuesto a las dictaduras de Juan Vicente Gómez Chacón y Marcos Pérez Jiménez, iniciando con su ascensión un largo período de gobiernos democráticos en su país. La visita de Fidel Castro Ruz a Venezuela el 23 de enero de 1959 —su primera salida al exterior— fue el momento cumbre del acercamiento entre ambos gobiernos; el progresivo distanciamiento culminó años después en la creación de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional por el Partido Comunista de Venezuela en 1962 y el intento de invasión de Machurucuto en 1967 con expedicionarios cubanos y venezolanos, antecedidos por la ruptura de relaciones diplomáticas
y consulares en 1961.
El mayor de los Castro Ruz colocó
a Cuba en el primer plano de las noticias internacionales permanentemente, generó
afinidades y desafectos muchas veces más allá de toda fría lógica —jamás conllevó
la indiferencia— y fue siempre consecuente con su discurso —el suyo, el discurso
orientador, que “marcaba líneas”, muchas veces iluminado—, una coherencia que no
admitió jamás oposiciones ni críticas sino sólo adhesiones y seguimientos, cuando
no alabanzas —sinceras algunas, lisonjas interesadas las más— que crecieron con
el tiempo.
Fidel Castro Ruz construyó y
mantuvo inalterable por décadas una democracia vertical de partido único —al mejor
estilo soviético—, con muchos derechos conculcados y sin oposiciones toleradas,
justificándola en su visión propia del Partido Revolucionario Cubano de José Martí
para la guerra de 1998 pero que, a diferencia de éste en su labor proindependista,
no aceptaba disensos ni sumaba voluntades.
El
Comandante en Jefe fracasó en exportar su revolución porque sobrepuso la ideología
a la praxis y, como Lenin y sus bolcheviques creyeron en el concepto de «el eslabón
más débil», él creyó repetir el fenómeno Cuba bajo el supuesto de «el fin de imperialismo…»
y se topó un día con la perestroika y el fin del Muro de Berlín. En su mérito de
consecuencia ideológica tengo que reconocer que nunca aceptó el fin del ciclo más
allá de que fue un «accidente histórico», con todas las connotaciones de detener
el tiempo que eso tuvo, sobre todo para Cuba.
André Voisin, el científico francés padre del pastoreo racional,
lo llamó “su mejor discípulo” en 1964, poco antes de su muerte en Cuba. Ése fue
el momento en que las ideas del Comandante, armadas de ideología, pasaron de transformadoras a rupturistas y con el mismo ímpetu con el que se enfrentaba al “imperialismo
yankee” —eje de su prédica ideológica—, el mayor de los gobernantes Castro Ruz —fueron
más hermanos que Fidel y Raúl pero estuvieron desligados del Poder— pasó a las grandes
decisiones devenidas en grandes fracasos económicos donde tres rutilan: el Cordón
de La Habana (1967), la creación de un emporio de café que nunca existiría y que
demandaba 25 mil trabajadores de la ciudad diariamente —el país terminó pasando
de exportador a importador de café y mezclando el grano de consumo interno con chícharo
o kudzu—; la Brigada Invasora de Maquinarias “Che Guevara” (1967-1968), que desmontó
miles de hectáreas para sembrar caña de azúcar para la futura Zafra de los Diez
Millones, propició un desastre ecológico y empobreció los suelos; la Zafra de los
Diez Millones (1969-1970), con un país detenido para sembrar caña de azúcar y cortarla,
desastre de planificación, logística y tecnología que a pesar de todos los esfuerzos
y de despriorizar toda la demás actividad económica, quedó en una zafra de 8 millones.
Pero el más significativo y de efecto largamente duradero fue
«la Ofensiva Revolucionaria».
En
1968, la confiscación masiva de pequeños establecimientos —55.636 pequeños negocios:
11.878 tiendas de víveres, 3.130 carnicerías, 3.198 bares, 8.101 establecimientos
de comida, 6.653 lavanderías, 3.643 barberías, 1.188 reparadoras de calzado, 4.544
talleres de mecánica automotriz, 1.598 artesanías y 3.345 carpinterías (según datos
publicados por el periódico oficial Granma en marzo de ese año)— con los objetivos de «luchar contra el
capitalismo y construir un Hombre Nuevo» conllevó inmediatamente un enorme deterioro
económico y la disminución acentuada de alimentos y servicios.
Esta Ofensiva Revolucionaria avanzó tras las grandes confiscaciones
del período 1959-1963 que fundamentaron, años después, las bases de la planificación
centralizada al estilo soviético y las dificultades del rígido racionamiento de
todos los alimentos y demás productos básicos desde 1962, vigente hasta ahora.
El “trabajo voluntario”, las “jornadas guerrilleras” y los “horarios de
conciencia” —sin retribución todos— fueron experiencias que debían haber
llevado hacia la desaparición del dinero —un conjunto de ideas promovidas por
el Che Guevara— y que, junto con la estatización de la economía, debían llevar
al Hombre Nuevo pero condujeron al desplome de la productividad y al quiebre de
la economía cubana. Años después, sin que sirviera de aprendizaje la fallida
experiencia cubana, se incorporaron como ideas básicas al socialismo del siglo
21 de Heinz Dieterich Steffan y condujeron a Venezuela al estado de
pauperización actual.
Más
allá de cualquier otra medida, «la Ofensiva Revolucionaria» es central del pensamiento
del comunismo cubano —y del descalabro socioeconómico posterior.
Aunque no tan historiografiada
como otros fenómenos de la Guerra Fría, la importancia de «la Ofensiva Revolucionaria»
se acrecienta en el complejo contexto histórico en el surge: la escalada de la guerra
en Vietnam y las grandes manifestaciones de protestas en Estados Unidos; la
rebelión estudiantil en París de mayo del 68, extendida significativamente a
Alemania federal, Suiza, España, México, Argentina, Uruguay, EE.UU., Checoslovaquia
e Italia; la “Primavera de Praga” y la invasión militar soviética y de sus
aliados del Pacto de Varsovia —excluyendo Rumania— en Checoslovaquia para
abortarla; el aumento de la confrontación —verbal y real— entre EEUU y Cuba tras
la captura y asesinato del Che en Bolivia.
Con
esta política de eliminar todo vestigio de propiedad privada que no fuera para
uso personal —la “propiedad personal”: vivienda, auto…—, prácticamente todo el
aparato productivo y de servicios pasó a propiedad del Estado y a ser operado
por el mismo. Fue la utopía del socialismo real…
Todo ello, sumado a la
crisis provocada por la eliminación de los subsidios del denominado campo
socialista después de su desaparición y la de la Unión Soviética en 1991 —la
ayuda económica (excluyendo la militar), principalmente soviética, para Cuba en
el período 1960-1990 se calcula en 65 mil millones de dólares— que provocó para la isla la declaratoria de Período Especial en Tiempos de Paz y la caída abrupta del 90% de sus suministros y del
35% de su Producto Interno Bruto —paliado
por el ascenso de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela y el inicio
del ingente apoyo al gobierno cubano, hoy muy mermado por sus propias falencias—,
llevó a que la renta per cápita mensual en 2013 estuviera alrededor de 22
dólares, lo que conlleva una renta anual de 264 dólares, mucho menor a los 374
dólares (3.090 a precios actuales) de la renta cubana de 1958, año en
que el Atlas of Economic Development (1961)
de Norton Ginsburg colocaba a Cuba en el lugar 31 en desarrollo mundial. Ese
año y a pesar de todas las injusticias sociales y pobreza —sobre todo rural—,
en distribución equitativa de la riqueza Cuba sólo era superada en la Región
por Costa Rica y Uruguay, con 33% de su población ubicada en clase media y sólo
30% de toda esa población se dedicaba a la agricultura (datos del Censo
Nacional de 1953), a diferencia de 62% en Centroamérica o 55% en toda
Latinoamérica; la cobertura de la seguridad social alcanzaba al 63% de la
población trabajadora en 1958 —sólo superado por Uruguay— y la participación
laboral en la renta nacional era del 65%, la más alta de la Región para el
período 1949-1958. Son sólo ejemplos del fracaso del modelo producido por la
Ofensiva Revolucionaria y vigente aún en gran medida —exceptuando las empresas
mixtas con capital extranjero y los cuentapropistas,
un sector “nacido” en el Período Especial que desde entonces ha fluctuado
intermitentemente entre permitido, tolerado y restringido…
Pero frente todos estos
errores —identificados con el embargo
comercial, económico y financiero norteamericano en contra de Cuba (denominado «el
bloqueo»), vigente desde octubre de 1960—, dos grandes éxitos: el posicionamiento
del relato de la Revolución, fijado en
la mente de grandes mayorías —muchas veces con independencia de su nivel
socioeconómico e ideología— y la identificación de los mitos Fidel, Che Guevara y Revolución Cubana como marcas-íconos
asociadas con dignidad, futuro mejor, internacionalismo-solidaridad
y antimperialismo.
No menos exitoso fue el posicionamiento del mito enemigo principal asociándolo como imperialismo yankee, que se convirtió
en leitmotiv y mantra de gran parte de la izquierda mundial.
El
éxito de su relato del éxito —y vale
muy bien la redundancia— empezó tan pronto como el 17 de febrero de 1957 —a
escasos 77 días del 2 de diciembre del año anterior cuando el yate Granma, con 82 expedicionarios dirigidos
por Fidel Castro Ruz, había llegado a las costas cubana—, The New York Times publicó
“Cuban Rebel is Visited in Hideout”, el primero de los tres artículos con la
entrevista que su corresponsal Herbert Matthews le realizó al líder insurgente
en su campamento guerrillero al interior de la Sierra Maestra.
Faltarían
casi dos años para que Castro Ruz el Mayor entrara en La Habana pero, para el
mundo, ése día ya ganó su guerra. Y también surgió una de las mayores epopeyas exitosas
de marketing político a nivel mundial.
En el relato de la Revolución
primó la comparación antes-después, tomando como quiebre el triunfo
de 1959. A éxitos destacados se les ocultó antecedentes reconocibles mientras los
fracasos —como los antes mencionados— o eran ocultados o atribuidos a la conspiración externa —los eternos
enemigos: la emigración cubana (odiada, tolerada o celebrada, según fuera la necesidad
interna) y, sobre todo, su apoyo y alter ego: el imperialismo yankee—, y esto
funcionó con los tres mayores logros posteriores a 1959: educación, salud y
deportes.
- Tras la Revolución en 1959, la expansión de la educación
alcanzó niveles impresionantes —llegó a todos los lugares del país— y se democratizó
—con acceso irrestricto—, con lo que superó las principales falencias en la
educación pública hasta 1959 que estaban en la diferencia entre el acceso a la
enseñanza en las zonas urbanas y las rurales, agregada la precariedad a la
educación rural.
®
Pero este éxito se apoyó en un sistema educativo bastante
avanzado y sólido desde el Plan Varona (vigente de 1900 a 1939 y denominado en
loor de su creador, el filósofo Enrique José Varona Pera) que sentó las bases
de modernización de la educación en Cuba desde una concepción científica y
democrática.
- Analfabetismo en el transcurso de 1961. La
campaña redujo el analfabetismo desde un porcentaje superior al 20%
en 1958 al 3,9% en 1961, alfabetizándose 707.212 personas.
®
En 1958, Cuba era el tercer país de Latinoamérica con
menos analfabetos, luego de Chile —algunas fuentes lo sustituyen por Uruguay— y
Costa Rica, y sólo Argentina, Uruguay y Chile tenían menos ausentismo escolar.
- El salto cualitativo en cobertura de salud pública
—territorial y de calidad de servicio— fue realmente significativo, tanto con
la construcción de hospitales y postas sanitarias como por la ampliación de la
formación e investigación médica, alcanzando su cumbre a comienzos de los años
80 con el Médico de la Familia y los más bajos indicadores de mortalidad
infantil y ocurrencia de enfermedades prevenibles. (Después de la crisis de
inicios de los 90, la exportación de servicios médicos se convirtió en una
opción de ingresos para el Estado, lo que conllevó aumento de matrículas para
medicina en las universidades —y amplia reducción del tiempo de formación— y
contracción de los servicios en el país por falta de disponibilidad local de
profesionales.)
®
La medicina en Cuba tenía un nivel científico
importante desde finales de la época colonial. Basta mencionar a Carlos Juan
Finlay y Barrés, descubridor del vector de la fiebre amarilla y creador de su
vacuna, primer candidato latinoamericano —en varias ocasiones— al Premio Nobel
de Fisiología o Medicina.
- La democratización de la práctica del deporte en Cuba
a partir de 1959 fue la que llevó a los lauros olímpicos —77 medallas de oro,
69 de plata y 74 de bronce, 220 en total, de ellas 202 a partir de Tokio 1964—,
ubicándose hasta Rio 2016 en el vigésimo lugar en la historia de medallista de
todos los Juegos Olímpicos. (La cosecha se reduce después de Beijing 2008 en
medallas de oro y desde Londres 2012 en total de medallas.)
®
En los Juegos de Paris 1900, Ramón Fonst Segundo fue
medallista de oro y de plata en esgrima, siendo el primer medallista
latinoamericano. En San Luis 1904, Cuba gana 9 medallas: Fonst Segundo repite 3
medallas de oro —una por equipos— y también son ganadores de oro Manuel
Dionisio Díaz Delgado —una individual y otra por equipo— y Henry Albertson Van
Zo Post —por equipo, además de una de plata y dos de bronce, individuales—;
Charles T. Tatham ganó una de plata y otra de bronce, individuales. En Londres
1948, Carlos de Cárdenas Culmell y su hijo Carlos de Cárdenas Plá obtuvieron
medalla de plata en vela. Tampoco debe olvidarse a José Raúl Capablanca y
Graupera, el único campeón mundial de ajedrez [1921-1927] proveniente de
Latinoamérica.
Queda un aspecto importante: la emigración, forzosa o
voluntaria de dos millones de cubanos. De lo mucho que he leído y oído estos
días sobre Fidel Castro Ruz —a favor y en contra, desde dentro de la isla y desde
todo el mundo—, el hombre que no aceptó la desaparición del campo prosoviético
ni tampoco el acercamiento con el presidente Obama, prefiero quedarme con lo
que escribió la cubanoamericana Achy Obejas en su artículo “The Little Fidel in
All of Us” para The New York Times:
«Fidel didn’t
merely contain multitudes: He took all of our destinies and redesigned them.
Who would I be if Fidel’s revolution hadn’t happened and my parents hadn’t
left? Who would those who remained on the island be if those of us who left had
stayed by their side? Who would any of us be if Fidel hadn’t caused this
rupture in our lives?
After all the
headlines and the shouting, after all the calls from all the places we Cubans
have been scattered, this is what haunts us.»
«Fidel
no sólo contenía multitudes: Él tomó todos nuestros destinos y los rediseñó. ¿Qué
habría sido yo si la revolución de Fidel no hubiera ocurrido y mis padres no se
hubieran marchado? ¿Qué serían los que decidieron quedarse en la isla si los
que nos fuimos nos hubiésemos quedado a su lado? ¿Quién sería cualquiera de
nosotros si Fidel no hubiera causado esta ruptura en nuestras vidas?
Después de todos los titulares y la algarabía, después de todos los llamados de
todos los lugares en los que nosotros los cubanos hemos sido dispersos, esto es
lo que nos persigue.»
[Traducción mía.]
La muerte de Fidel
Castro Ruz, amén de muchas otras connotaciones, tiene dos simbolismos. El
primero, la fecha de su muerte coincide, 60 años después, con la salida del
yate Granma de México para ir a
iniciar la guerra de guerrillas que producirían la Revolución cubana, el inicio
de la expedición con el albor de la madrugada y el deceso anunciado en la
noche.
El segundo es
carpenteriano: El viaje de sus cenizas de La Habana a Santiago de Cuba repite,
recorriendo en sentido inverso, el viaje que realizara los primeros días de
enero de 1959. Un viaje a la semilla
con muchas connotaciones.
Información consultada
Funes Monzote, Reinaldo: De
bosque a sabana: azúcar, deforestación y medio ambiente en Cuba, 1492-1926.
Siglo XXI Editores, 2004.