martes, 24 de mayo de 2016

Receta infalible para provocar crisis


Semanas atrás, en “La fórmula ‘mágica’ de las crisis políticas” reflexioné para entender por qué la crisis afectaba a Venezuela y Brasil más que otros a pesar que el factor externo (la caída de los precios de los commodities: soya, petróleo, minerales, gas) incidía en casi todos.

En una rápida revisión del status de ambos países, el PIB de Venezuela decreció entre 5,7 y 7% en 2015 (según quienes lo informen) y decrecerá 8% este año (FMI); hoy debe USD 46,7 miles de millones (MM) (a fines de 2015 oficialmente su deuda pública era 68% del PIB y la privada 32%: 100% del PIB) y tiene que pagar USD 19,9 MM entre este año y el próximo (9,6 MM de capital y 10,3 MM de intereses; además, ya pagó 27 MM en 16 meses), mientras su inflación (oficial) fue del 180,9% en 2015 y se pronostica (FMI) 720% para 2016 y 2.200% en 2017. Brasil, por su parte, decreció 3,71% en 2015 y para este año se pronostica -2,95% y deuda pública en 74,5% del PIB (correspondiente a 1.672,9 MM cuando en 2014 fue de 556,87 MM); por su parte, la inflación en 2015 fue de 8,9% y para éste se prevé 9,8%.
¿Qué pasó? Ambos países identifican oficialmente como causa a la caída de precios de sus productos primarios de exportación (commodities): Venezuela petróleo (98% del total de exportaciones), Brasil hierro y soya (32 y 28%, respectivamente). Sin embargo, eso no explicaría totalmente la crisis, porque otros países de la región también exportadores de petróleo y gas, minerales o soya tuvieron crecimientos en 2015: México 2,5%, Colombia 3,1%, Perú 2,0% y Chile 2,1% (Argentina sólo creció 0,5%) por lo que hubo otros factores incidentes (más reales que la manida “conspiración de la derecha y el imperialismo yankee”).
Populismo y corrupción son esos ingredientes. En su Decálogo del Populismo, Enrique Krauze Kleinbort identifica algunas constantes que funcionan más allá de las ideologías de derecha (Rafael Leónidas Trujillo y Alberto Fujimori Fujimori) como de izquierda (Juan Domingo Perón Sosa y Hugo Chávez Frías), etiquetas a veces son confusas. De ellas, la utilización discrecional de los fondos públicos como patrimonio inacabable para repartir directa y discrecionalmente (el “bonismo” asistencialista) aun sin sostenibilidad (peor si se usan ingresos extraordinarios, como los de la “década dorada”) lo que mejora eventualmente la economía de los sectores de menores ingresos pero que, a la vez, les crea dependencia clientelar y anula el interés de superación hasta que este desinterés fagocita la economía y reaumenta la pobreza, llevando a situaciones críticas. En consecuencia, la ideologización de las políticas económicas (subordinadas a metas políticas), el despilfarro de recursos públicos y la falta de sostenibilidad de esas economías (por desinversión o por “enfermedad holandesa”) precipitaron las crisis.
El otro grave factor fue la corrupción institucionalizada como práctica política generalizada que permitió al chavismo cooptar todos los Poderes del Estado (hasta que perdieran la Asamblea Nacional) y al PT comprar voluntades en el Congreso y, aunque no pudo cooptar otros Poderes, sí enraizó el entramado de corrupción del Gobierno en alianza con el empresariado corrupto.
Las medidas populistas aseguran los votos de amplias mayorías hasta que las crisis peligran la seguridad económica de esos votantes porque el populismo —de izquierda, de centro o de derecha— siempre es un fracaso.
  

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miércoles, 18 de mayo de 2016

Cambios de capítulos con grandes capitulares


«El estado interventor absuelve a la sociedad de su responsabilidad. […] A la gente la empobrecen para que luego vote por quienes los hundieron en la pobreza.» [transcripción de entrevista a Jorge Mario Cardenal Bergoglio Sivori, hoy Papa Francisco, atribuida al periodista Chris Mathews de la cadena MSNBC.]

El final de 2015 trajo cambios muy importantes en Hispanoamérica. Cuatro hitos en distintos países dieron fe de que los cambios que llegaban eran trascendentales: la victoria de Mauricio Macri Blanco en Argentina sobre la corrupción y la fuerte contracción económica que dejaban doce años de gobernar el kirchnerismo; el triunfo aplastante de la oposición en las elecciones parlamentarias en Venezuela, la segunda derrota significativa del chavismo —la primera fue cuando los electores denegaron en las urnas la reforma constitucional chavista de 2007— desde que en 1999 llegara a gobernar y la primera significante para cambios en el poder en Venezuela, país dentro de un espiral destructiva de crisis económica, corrupción, violencia y desinstitucionalización; la batalla entre el oficialismo —cada vez más disminuido— y un amplio espectro de la sociedad brasilera, oposición política incluida, como consecuencia de los cada vez más graves estructuras de corrupción desde el gobierno —federal, estatal y local— y sus instituciones con complicidad de un sector muy importante del empresariado Mensalão (para compra de votos y adhesiones congresales en 2005), Máfia dos Sanguessugas (compras fraudulentas de mil ambulancias, 2006), Mensalão do DEM (Operação Caixa de Pandora, corrupción en el Distrito Federal, 2009) y Lava Jato (el petrolão coimas y sobreprecios con Petrobras)— que lleva al inicio del impeachment presidencial en Brasil —hecho político que podría marcar el final político de la presidente Dilma Vana da Silva Rousseff (salvaguarda hasta ahora de su antecesor y mentor), del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (quien podría terminar en la cárcel) y del Ciclo PT (Partido dos Trabalhadores, con graves indicios de beneficiarse con el esquema de corrupción de Petrobras)—, también consecuencia de corrupción y contracción económica galopantes. El cuarto es el descalabro del Partido Popular —y del Socialista Obrero también— en las elecciones generales en España con la consecuente imposibilidad para alguno de ellos de formar gobierno estable ya a las puertas de la convocatoria de nuevas elecciones, acompañado esto del surgimiento protagónico de dos fuerzas divergentes: el centrista Ciudadanos y el chavista Podemos, todo esto dentro de procesos centrípetos del Estado —Cataluña sobre todo pero también País Vasco, Galicia, Baleares, entre otros—. A estos hitos, en Bolivia se sumó en febrero pasado el rechazo a la reforma constitucional que le hubiera permitido al presidente Evo Morales Ayma su postulación para una posible tercera relección —aunque pudiera intentar otras opciones para repostularse—; también el presidente Rafael Correa Delgado anunció que no se presentaría en 2017 a otra relección en las elecciones generales del Ecuador —a pesar de que la Asamblea Nacional  aprobó la reelección indefinida de cargos elegibles, gracias a la mayoría del oficialista Movimiento Alianza PAIS: 100 de 137 asambleístas—, decisión ésta que es la forma para Correa Delgado de evitarse capear las situaciones más álgidas que vendrán de la creciente difícil situación económica que está afectando su país por la caída de los precios del petróleo, su principal producto de exportación, y su excesivo gasto público —padecimiento generalizado del socialismo del siglo XXI— que le ha llevado a abrir a las transnacionales petroleras las zonas protegidas y de patrimonio indígena.

Una necesaria recapitulación para entender estos cambios

Después de la crisis de 2008 —incluso antes y durante ella—, Latinoamérica vivió el mayor y más prolongado ciclo de altos precios por sus commodities —gracias a las (entonces) insaciables importaciones de China, sobre todo, e India— y la mayor afluencia de capitales de inversión —primero huyendo de la contracción de las economías de EEUU y Europa y, además, motivados por las ganancias de los altos precios que beneficiaban a Latinoamérica entonces y, sobre todo inmediato al 2008, por el lento despegue de la economía norteamericana y el permanente estancamiento de la europea—, razones ambas por las que el período entre 2004 y finales del 2013 ha sido denominado como “la década maravillosa” o “la del big push”. Década que se inicia con mayoría de gobiernos marcadamente de centro y centro derecha y algunos pocos de izquierda o centroizquierda, cerrando el período anterior de administraciones neoliberales y sus privatizaciones del aparato económico estatal.

Ubicados entre el centro y la derecha del panorama político latinoamericano, en 2004 se los encuentra detentando el poder en la mayoría de las administraciones de la Región: en México —Vicente Fox Quesada (Partido Acción Nacional, PAN)—, Guatemala —Alfonso Portillo Cabrera (Partido Republicano Institucional, PRI)—, Honduras —Ricardo Maduro Joest (Partido Nacional de Honduras, PNH)—, El Salvador —Francisco Flores Pérez (Alianza Republicana Nacionalista, ARENA)—, Nicaragua —Enrique Bolaños Geyer (Partido Liberal Constitucionalista, PLC)—, Costa Rica —Abel Pacheco de La Espriella (Partido Unidad Social Cristiana, PUSC)—, Panamá —Mireya Moscoso Rodríguez (Partido Panameñista [Arnulfista])—, República Dominicana —Hipólito Mejía Domínguez (Partido Revolucionario Dominicano, PRD)—, Haití —con el gobierno interino de Boniface Alexandre—, Colombia — Álvaro Uribe Vélez (Primero Colombia – Partido Liberal)—,  Bolivia —Carlos de Mesa Gisbert (independiente - Movimiento Nacionalista Revolucionario, MNR)—, Paraguay —Nicanor Duarte Frutos (Asociación Nacional Republicana-Partido Colorado, ANR-PC)— y Uruguay —Jorge Batlle Ibáñez (Partido Colorado).
Por su parte, del lado de la izquierda y centroizquierda ese año sólo estaban siete países: Cuba —Fidel Castro Ruz (Partido Comunista de Cuba, PCC)—, Venezuela —Hugo Chávez Frías (Movimiento V República, MVR)—, Ecuador —Lucio Gutiérrez Borbú (Partido Sociedad Patriótica 21 de Enero - Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, MUPP - Partido Movimiento Popular Democrático, MPD) —, Perú —Alejandro Toledo Manrique (Perú Posible)—, Chile —Ricardo Lagos Escobar (Partido por la Democracia, PPD) dentro de la Concertación de Partidos por la Democracia)—, Argentina —Néstor Kirchner Ostoić (Frente para la Victoria, FpV)— y Brasil —Luiz Inácio Lula da Silva (Partido dos Trabalhadores , PT). De éstos, Cuba, Venezuela y Argentina eran firmes seguidores del mentado socialismo del siglo xxi, mientras el PT de Brasil coqueteaba con ello —abordando casi con timidez competir el liderazgo de Chávez Frías desde la lógica de «O pais mais grande do mundo».

Fig. 1 Latinoamérica ideológica en 2004. (Elaboración propia.)

Panorama adverso a las ideas ubicadas hacia la izquierda —socialdemócrata y democristiana en Chile, mix de marxismo leninismo con centrismo en Ecuador, dos formas de socialdemocracia en Perú y Brasil (ésta hacia la izquierda) y remake de marxismo leninismo en el resto— que se recompone a partir de 2005 con los petrodólares venezolanos, fruto directo del big push.

¿Pero qué es —casi podría decir “era”— el socialismo del siglo XXI?
Al margen de su enunciación histórico en 1996 por el sociólogo alemán afincado en Latinoamérica Heinz Dieterich Steffan y de que uno de sus pilares es la revolución cubana, esta etiqueta —política más que filosófica— alcanzó su relieve a partir de la defensa que Chávez Frías le hizo en el V Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2005). En resumen, propugna un Estado socialista revolucionario basado en la filosofía y la economía marxistas, estructurado en cuatro ejes:
·         El que denomina “desarrollismo democrático regional”, basado en la necesidad de eliminar las ventajas comparativas entre estados mediante promover la industrialización para alcanzar el desarrollo autónomo, con decisiva participación estatal, y que recupera elementos del desarrollismo de la década del 60 (por lo que se le denomine neodesarrollismo).
·         La “economía de equivalencias”, una economía en la cual todos tengan recursos equitativos y que se lograría mediante la instauración de una moneda de uso común llamada hora, cuyo valor estaría dado por el tiempo de trabajo y se acumularía mediante sistemas denominados bancos de tiempo, equivalente al tiempo de trabajo de una hora por lo que todo bien o servicio se valoraría en horas de trabajo invertidas en su producción. Esto, en realidad, una continuidad del paradigma marxista de que la plusvalía era la explotación del trabajo obrero.
·         La “democracia participativa y protagónica” como forma de mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas que lo que podría lograrse en la democracia representativa pero menor que en la democracia directa. Para lograrla, la ciudadanía se organizaría primero mediante consejos vecinales o comunales o consultas populares y en una etapa más avanzada mediante mecanismos de deliberaciones que permitirían al pueblo manifestarse.
·         Por último, las “organizaciones de base”: aquellas de carácter social o político que, para los teóricos del socialismo del siglo XXI son las más cercanas a la comunidad a la que pertenecen, por lo que los partidos políticos y movimientos sociales se estructurarían en torno a éstas minimizando la importancia de la dirigencia y dando lugar al autogobierno.

En resumen, Dieterich utiliza los conceptos —decimonónicos— planteados por Karl Marx sobre la dinámica social y la lucha de clases, intentando actualizarla a la actualidad, lo que le lleva suponer que el reforzamiento radical del poder estatal —presuntamente controlado democráticamente por la sociedad— es imprescindible para avanzar hacia el desarrollo social y económico.

El bolivianarismo

Pocos fenómenos de las últimas décadas han tenido la implicancia en la Región que logró la Revolución Bolivariana y su praxis: el chavismo. La crisis de la Revolución cubana y el castrismo tras la desaparición de la URSS —progresión visible desde el inicio de la perestroika— logró trasponerse como praxis en el fenómeno chavista y sus demás cercanos: el Social Liberalismo a la Brasileña de Lula Da Silva, la Revolución Ciudadana de Correa Delgado, el Proceso de Cambio de Morales Ayma, el País en Serio de Kirchner Ostoić.
La vida pública de Hugo Chávez Frías (HChF) se inicia en 1982 —año víspera del bicentenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar— cuando, con otros miembros de las Fuerzas Armadas venezolanas, cofundó el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), una organización cívico-militar marxista-leninista y de extrema izquierda que en 1992 —en medio de la crisis socioeconómica que acompañó al Caracazo en 1989 y lo continuó— intentó un golpe de Estado contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez Rodríguez liderado por Chávez Frías; el fracaso de esta intentona provocó que Chávez Frías fuera encarcelado para luego el presidente Rafael Caldera Rodríguez sobreseer su caso en 1994. Cuatro años después, la aureola de defensor de los pobres le permitió ganar a HChF, a la cabeza de su Movimiento V República (MVR), las elecciones presidenciales de 1998 con el 56.2% de los votos válidos, convirtiéndose en el 48º presidente de Venezuela e iniciando así el proceso de consolidación de lo que se denominó Revolución Bolivariana y a lo que le sumaría posteriormente la etiqueta de “el socialismo del siglo XXI”

El intento de golpe de estado dirigido por Chávez Frías contra el presidente Pérez Rodríguez en febrero de 1992 no fue el único que el MBR-200 organizó contra ese gobierno: el contralmirante Hernán Grüber Odremán dirigió el segundo en noviembre del mismo año.

Grüber Odremán —como los demás participantes en las dos intentonas— fue sobreseído en 1994.

La Revolución Bolivariana fue un proyecto ideológico y social basado en el ideario del Libertador Bolívar —desde la visión del denominado bolivarianismo— y los pensamientos de los también venezolanos Simón Rodríguez —Simón Carreño Rodríguez, mentor de Bolívar— y del General Ezequiel Zamora Correa —líder radical y agrarista de la primera mitad del siglo XIX conocido como General del Pueblo Soberano— para impulsar un nuevo socialismo —ahora denominado la sociedad socialista del siglo XXI— a través de la solidaridad de los pueblos latinoamericanos y fundamentado en el antiimperialismo —entendido éste como el enfrentamiento a EEUU— y el desmantelamiento de “la contrarrevolución” neoliberal.

«Juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo que, sobre esta moribunda Constitución, haré cumplir, impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro.» [Juramento de asunción de Hugo Chávez Frías como Presidente de la República de Venezuela el 2 de febrero de 1999 en el desaparecido Congreso Nacional.]

Chávez Frías asumió el poder jurando sobre la Constitución de 1961 —el ordenamiento jurídico que le permitió regresar a la libertad, hacer política, postularse y ser elegido presidente— pero horas después proclamó el "Poder Constituyente" para cambiarla mediante el Decreto Presidencial N° 3 del 2 de febrero de 1999. En abril siguiente promovió un Referéndum constituyente para modificarla y en diciembre realizó un segundo referéndum constitucional para ratificar la nueva Constitución que en noviembre había concluido la Asamblea Nacional Constituyente; fue aprobada con más del 71% de la votación. En julio siguiente, realizó nuevas elecciones generales para "relegitimar todos los poderes" —que no fue legitimado por el Centro Carter por la falta de transparencia, la perceptible parcialidad del Consejo Nacional Electoral (CNE), y la presión política del gobierno—: Chávez Frías ganó con el 59,76% de los votos. Así empezó el ciclo bolivariano.

«Yo no quiero que se hable aquí de chavismo. […] Muchos, tratando de minimizar este proceso político, de cambio, de revolución, trataron de acuñar el término de chavismo. […] Sería terrible que de un hombre dependiera el proceso. Sería una degeneración del proceso mismo». [Citado por Heinz Dieterich en «Los primeros pasos del Presidente Libertador (1999)» de su libro Hugo Chávez: el destino superior de los pueblos latinoamericanos (conversaciones con) (2007).]  

Es en 2001 que HChF empieza realmente su Revolución Bolivariana: En lo internacional, con la Cumbre de Caracas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), la visita a Venezuela del presidente de Cuba Fidel Castro Ruz y los viajes de Chávez Frías por varios países asiáticos, incluida su participación en el Grupo de los 15 (G-15) del Movimiento de Países No Alineados, entonces activo. En lo nacional, la nueva Asamblea Nacional —elegida en 2000 y donde el oficialismo y sus aliados tenía 92 diputados, la mayoría (55%) de los 167 que la conformaban— aprobó, el primero de muchos después, un Decreto Habilitante que le otorgaba poderes especiales al presidente para aprobar 49 decretos con fuerza de ley sin necesidad de debate parlamentario, entre ellas tres fundamentales para el futuro del chavismo: la Ley de Tierras —justificador de una Reforma agraria que ha terminado por hacer desaparecer la seguridad alimentaria en Venezuela y cuyo modelo expropiador se amplió después a todas las ramas de la actividad económica, hasta el colapso productivo de los años 2015-2016—, una nueva Ley de Hidrocarburos —que ampliaba el poder del estado en el Sector y convertía en operadores a las empresas hidrocarburíferas— y la Ley de Pesca —que planificaba este ámbito.

La visita de Fidel Castro Ruz tenía varias implicancias: primero, por el apoyo dado a HChF en los años previos —a pesar de la relación muy cercana que Castro Ruz y el defenestrado ex presidente Pérez Rodríguez habían tenido—; segundo, porque denominó a HChF consideraba a Castro Ruz (el Mayor) su “mentor político”; tercero, por la necesidad imperiosa para Cuba de tener un aliado estratégico que fungiera como “padrino” económico luego de la pérdida —desastrosa para la economía cubana— de la desaparecida URSS y no haberlos conseguido en su heredera Rusia ni en China, y la última, muy importante, por lo que podría significar Venezuela y su Revolución Bolivariana para completar —petrodólares por medio— lo que la Revolución Cubana no logró vía guerrillas: la expansión del socialismo marxistaleninista —ahora con la etiqueta “del Siglo XXI”.

Con el intermedio del período que lleva al golpe de estado de abril de 2002 y la etapa posterior con el paro petrolero —hechos que coinciden con la fuerte caída de ingresos petroleros consecuencia de los bajos precios entre 2001 y 2002 —con mínimos alrededor de USD 17 el barril— y que conllevó, por lo tanto, escasez financiera del gobierno para cubrir muchas de sus obligaciones y para tener una política social prebendalista, la Revolución Bolivariana continuó su proceso y expansión.

Fig. 2 Evolución de los precios del petróleo WTI (petróleo de referencia para Venezuela) entre 1999 y 2016. (Elaboración propia.)

Dentro de Venezuela, la política de programas sociales —dirigidos a solucionar las carestías de amplios sectores de la población— desde 2003 se estructuró en el Sistema Nacional de Misiones —o «Misiones Bolivarianas» o «Misión Cristo», como también las denominó Chávez Frías, aunque ésta última menos empleada— que llegó a tener más de 40 Misiones y Grandes Misiones, en muchos casos con la transferencia directa de recursos, financiados fundamentalmente por la exportación de petróleo de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) —según cálculos basados en cifras oficiales, en el período el Estado venezolano recibió casi un billón de dólares (1,000 millardos de millones de dólares) de los cuáles, alrededor de  61 millardos de millones destinó a los programas entre 2009 y 2013, la época de mayor inversión social—; también se agudiza la confrontación y el denuesto a sus opositores, creando una cada vez mayor división —en ese momento aún con el mayor apoyo popular al chavismo— dentro de la sociedad venezolana. En lo exterior, la Revolución Bolivariana creo un sistema de naciones afines al chavismo que se estructuraron en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP, 2004), conformó —mediante precios concesionales y facilidades de pago del petróleo provisto— una comunidad de afines — el Acuerdo de Cooperación Energética PETROCARIBE (2005)— y, dentro de su estrategia antimperialista, creó dos organizaciones multilaterales regionales sin participación de EEUU ni Canadá — Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR, 2008) y Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC, 2010)— que sustituían funciones —duplicaban en realidad— de la Organización de los Estados Americanos y con la convivencia timorata de gobiernos muy distantes ideológicamente del chavismo pero temerosos de las consecuencias internas de oponérsele frontalmente a su hegemonía —sustentada en sus petrodólares y en la capacidad de agitación social de sus afines.

Entre 2004 y 2008 hay cambios fundamentales en la correlación política regional, muchos de ellos motivados por la preminencia del chavismo y la Revolución Bolivariana.

En 2008, el año de los mayores precios del petróleo, Latinoamérica estaba conformada de la siguiente estructura ideológica:

Los países ubicados entre el centro y la derecha en Latinoamérica 2008 se habían reducido significativamente respecto de 2004: en México —Felipe Calderón Hinojosa (PAN)—, El Salvador — Elías Antonio Saca González (ARENA)—, Costa Rica —Óscar Arias Sánchez (Partido Liberación Nacional, PLN)—, Colombia — Álvaro Uribe Vélez (Primero Colombia – Partido Liberal)—,  Perú — Alan García Pérez (Alianza Popular Revolucionaria Americana - Partido Aprista Peruano, APRA)— y Paraguay —Nicanor Duarte Frutos (ANR-PC), que en el segundo semestre daría paso a un gran espectro de la oposición que, por primera vez en 65 años, derrotaba a los Colorados.

Por el contrario, los gobiernos de la izquierda y centroizquierda ese año habían aumentado significativamente, bajo el influjo de la Revolución Bolivariana (aunque no sólo por ello): Guatemala —Álvaro Colom Caballeros (Unidad Nacional de la Esperanza, UNE)—, Honduras —José Manuel Zelaya Rosales (Partido Liberal de Honduras, PLH)—, Nicaragua —Daniel Ortega Saavedra (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN)—, Panamá —Martín Torrijos Espino (Partido Revolucionario Democrático, PRD)—, Cuba —Raúl Castro Ruz (PCC)—, República Dominicana —Leonel Fernández Reyna (Partido de la Liberación Dominicana, PLD)—, Haití —René García Préval (Fwon Lespwa)—, Venezuela —Hugo Chávez Frías (Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, heredero del MVR)—, Ecuador —Rafael Correa Delgado (Movimiento Alianza PAIS - Patria Altiva i Soberana)—, Chile — Michelle Bachelet Jeria (Partido Socialista de Chile, PSCh, dentro de la Concertación de Partidos por la Democracia)—, Bolivia —Evo Morales Ayma (Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos, MAS-IPSP)—, Argentina — Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner (FpV)—, Brasil —Luiz Inácio Lula da Silva (PT)— y Uruguay —Tabaré Vázquez Rosas (de la coalición Frente Amplio, FA).

Fig. 3 Latinoamérica ideológica en 2008. (Elaboración propia.)

De estos países, eran miembros de la ALBA-TCP: Nicaragua, Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Antigua y Barbuda —Antigua and Barbuda—, Dominica, Granada —Grenada—, San Cristóbal y Nieves —Saint Kitts and Nevis—, Santa Lucía —Saint Lucia—, San Vicente y las Granadinas —Saint Vincent and the Grenadines— y Surinam —Suriname—; Honduras perteneció entre 2008 y 2009, año éste cuando fue suspendida tras el derrocamiento de Zelaya Rosales. De los países que no eran formalmente miembros de la ALBA-TCP, Argentina —kirchnerista— continuaba siendo firme aliado del socialismo del siglo XXI, mientras Brasil —proclive con el PT— y Uruguay —con el FA, aunque sólo moderadamente entusiasta— tenían posiciones cercanas con el chavismo.
Destacaré Honduras por su singularidad. Su presidente José Manuel Zelaya Rosales —rico y exitoso ganadero— fue promovido como parte del Partido Liberal de Honduras (PLH), una agrupación ubicada entre la centroderecha y la derecha-centroderecha. Posteriormente fue acercándose progresiva y aceleradamente al bolivarianismo e integrando la ALBA-TCP y PETROCARIBE —muy posible más motivado por los petrodólares y por la posibilidad de protagonismo que le brindaban más que por afinidades ideológicas—, proceso que se detuvo bruscamente en 2009 cuando Zelaya Rosales intentó ir a la prórroga de su mandato —prohibido expresamente en Honduras por su Constitución— y es entonces que la alianza de los Poderes Judiciales y Legislativo con las Fuerzas Armadas lo sacaron del Poder —literalmente: “de la cama”—, hecho criticado por toda la Región pero donde el presidente Da Silva intentó ganar el protagonismo sobre Venezuela con algunas decisiones heterodoxas y poco usuales en la Región—como el alojar a Zelaya Rosales en su embajada en Tegucigalpa cuando regresó clandestinamente. Hecha la transición a la estabilidad democrática en 2010, ni el nuevo movimiento de Zelaya Rosales —el Partido Libertad y Refundación (LIBRE), con su candidata Xiomara Castro de Zelaya, fue segundo con 28.78% de los votos en las elecciones generales de 2013— ni el PLH han vuelto al poder.

Fig. 4 Principales miembros de la ALBA-TCP. Los países miembros están en rojo; los países afines están en tonos más bajos, en dependencia de su afinidad. (Elaboración propia.)

El resto de la historia es la continuidad —con clímax y declinación— de lo anterior. Abanderada la Revolución Bolivariana bajo el lema «Patria, Socialismo o Muerte» —remedo más que recreación del lema castrista «Patria o Muerte»— enarbolado por Chávez Frías en su segunda asunción de mando y en la seguridad de la estabilidad de su posición, ese mismo año el gobierno presentó su Proyecto de Reforma Constitucional para modificar 69 artículos de la Constitución de 1999 —la misma que fue elaborada por el chavismo inmediatamente tras la primera victoria de HChF—, entre los cuales estaba conformar un Estado socialista y extender el período presidencial a siete años reelegibles sin especificación de límite de eventos —lo que era la posibilidad de relecciones indefinidas; esto último lo logró en otra consulta en 2009. Sin embargo, los votantes no aprobaron las modificaciones: Ésta fue la primera y única —oficialmente, al menos— que Chávez Frías perdió una votación en vida.
La última elección presidencial en la que participó Chávez Frías fue la 2012, ya con un avanzado deterioro de su salud, la que ganó frente al candidato opositor Henrique Capriles Radonski. Fallecido sin poder asumir la presidencia, su vicepresidente —cargo que en Venezuela no es de elección popular— Nicolás Maduro Moros, designado poco después del triunfo electoral, asumió el cargo.

La muerte de Hugo Chávez Frías marcó, en el imaginario político popular latinoamericano, un momento crucial para el desenvolvimiento de la izquierda del siglo XXI. En 2013, los gobiernos de centroizquierda e izquierda dominaban la Región: Nicaragua, Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia formaban parte de la ABA-TCP —aparte otros países caribeños más por interés económico que afinidad ideológica—, mientras Argentina —ya entonces con Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner— era su aliado inclaudicable, Brasil —ahora con Dilma Vana da Silva Rousseff— y Uruguay —con José Mujica Cordano, del ala más a la izquierda del Frente Amplio— eran firmes apoyos —basta recordar que Venezuela, Brasil, Argentina y Uruguay, con solidaridad de Bolivia que no era miembro pleno (en stricto sensu, Venezuela tampoco lo era porque el Congreso paraguayo no había ratificado su adhesión por el ya controvertido tema de los derechos humanos en ese país caribeño, ratificación que era requisito ineludible según la Carta constitutiva del MERCOSUR), crearon un cerco ideológico alrededor de Paraguay cuando el Congreso de ese país depuso expeditamente a Fernando Lugo Méndez en 2012—; El Salvador, República Dominicana y Perú mantenían — por diversas razones pero todas relacionadas con el apoyo económico del chavismo, ya sea estatal o partidario— apoyos tácitos al team bolivariano. En su enfrente, los entonces escasos países latinoamericanos con gobiernos del espectro político desde centro hacia la derecha —México, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Haití, Chile y Paraguay— mantenían una posición de poca o ninguna confrontación con Venezuela y el resto de la ALBA-TCP, motivados por razones internas —el miedo a que los sectores de izquierda prochavista de sus países, quizás no tantos numéricamente pero sí muy activos públicamente, les creara problemas de agitación, algo que desde las dictaduras del Plan Cóndor todo gobierno democrático en la Región temía para que, de reprimirlos, no se los tildara de “fascistas”— y externas —por un lado, la diferencia de posiciones ideológicas entre los ocho países que no le permitían un discurso común, y por otro el miedo al aislamiento regional.

También en 2013 aún se disfrutaba del big push: los altos precios de los commodities que la —entonces— insaciable China y en menor proporción India los “devoraban” y mantenían muy altos y esto llenaba las billeteras gubernamentales de la mayoría de los países de la Región —México, Venezuela y Ecuador basaban gran parte de sus ingresos públicos en la exportación de petróleo, Bolivia en gas y minerales, Perú y Chile en minerales, Brasil en hierro y soya, commodity este que compartía con Argentina… Ingresos que, con excepciones —como las de los Fondos de Estabilización Económica y Social y el de Reserva de Pensiones de Chile, basado en los sobreingresos por el cobre, representaron el 44% (USD 22.819 MM) de todos los fondos soberanos de la región (USD 51.820: Chile, Perú, Brasil, México, Trinidad y Tobago, Venezuela, Panamá y Colombia, en orden decreciente de tamaño de fondos), en su buena medida basados en ingresos petroleros (24% del total: USD 12.501 MM)—, no constituyeron fondos soberanos para inversión y estabilidad a largo plazo sino meramente coyunturales.

Populismo: el síndrome latinoamericano

«Las instituciones pasan por tres períodos: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso.» [François-René, vizconde de Chateaubriand, diplomático, político y escritor francés (1768 - 1848).]

El gran problema de la Región no fue la falta de recursos sino su abundancia, porque en su mayoría sufrió la “enfermedad holandesa”: el inesperado flujo abundante de ingresos a las arcas de los países exportadores de commodities —unido a la llegada de ingentes capitales de inversión, migrando de las (entonces) poco atractivas economías del llamado Primer Mundo— durante un período relativamente largo —“la década dorada”— permitieron elaborar ambiciosos planes de eliminación de la pobreza que, en muchos de los casos, fueron realmente exitosos y llevaron a fortalecer una clase media emergente. Pero, paralelo con ello, la aplicación de un populismo desenfrenado —del estilo que institucionalizó Juan Domingo Perón Sosa en sus dos primeros gobiernos y que siguió siendo consustancial a muchos de sus continuadores— que no midió consecuencias de otros escenarios futuros menos favorables y tomó como eterno lo que era circunstancial, ha llevado a la regresión de muchos de esos avances, sobre todo en Venezuela pero también en Argentina y Brasil y, en menor grado, Ecuador —Bolivia, aún al menos, se salva a nivel macroeconómico pues, aunque los ingresos han caído drásticamente, las reservas y créditos internacionales, además de mucha mayor rigidez fiscal con los contribuyentes, han servido de puente temporal de estabilidad económica.

Y aunque siempre Perón Sosa ejemplifique al gobernante —caudillo— populista, el populismo no es un fenómeno argentino ni de caudillos —ése otro gran pecado latinoamericano— ni tiene un color político definido pero sí tiene ribetes poco democráticos, aunque circunstancialmente haya surgido dentro de un proceso tal. Caudillos populistas nacionalistas también fueron Lázaro Cárdenas del Río en México, Getúlio Dornelles Vargas —el más importante y controvertido político de su país en el siglo xx, “padre” del Estado Novo— en Brasil, José María Velasco Ibarra y Abdalá Bucaram Ortiz en Ecuador, Augusto Leguía y Salcedo, Juan Velasco Alvarado y Víctor Raúl Haya de la Torre —aunque éste no gobernó, su partido (APRA) lo fue consustancialmente— en Perú, Arturo Alessandri Palma en Chile, Hipólito Yrigoyen Alén también en Argentina, José Batlle Ordóñez en Uruguay y el boliviano Víctor Paz Estenssoro, mientras Carlos Saúl Menem Akil en Argentina y Alberto Fujimori Fujimori en Perú fueron populistas neoliberales que intentaron prorrogarse —otra “virtud” de los caudillos populistas—, a la vez que copaban los Poderes del Estado; populistas pero poco trascendentes también fueron la Alianza Nacional Popular (ANAPO) de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, la Unión Nacional Odriísta (UNO) de Manuel Odría Amoretti en Perú y la alianza populista de Carlos Ibáñez del Campo en Chile —tanto Rojas Pinilla, Odría Amoretti como Ibáñez del Campo fueron militares que, en algún momento, tuvieron acciones golpistas.

En el lado de la izquierda revolucionaria o socialista, la figura más importante de los últimos años anteriores fue Fidel Castro Ruz. Al frente de una guerrilla popular en Cuba contra la dictadura de Batista Zaldívar, ocupó el poder desde 1959 como primer ministro —los presidentes Manuel Urrutia Lleó (1959) y Osvaldo Dorticós Torrado (1959-1976) no ejercieron un poder efectivo— hasta 1976 y como presidente —1976 a 2008, simultaneando con la comandancia de las fuerzas armadas y la primera secretaria del Partido Comunista por él fundado, cargo éste que siguió detentando hasta 2011— y a su retiro por enfermedad en 2008 fue sustituido por Raúl Castro Ruz, su hermano menor y compañero de guerrilla, su segundo designado desde que en 1964 Ernesto Guevara de la Serna se salió de la dirigencia cubana para integrarse nuevamente a luchas guerrilleras en África y Latinoamérica. Caudillo marxista y populista, realizó una amplia política social y logró concentrar todo el poder alrededor del Partido Comunista —centralizando todo el debate político del país dentro del Partido, formado en un estructura vertical de tipo estalinista—, única fuerza política del país, pero fracasó en crear una economía centralizada eficiente, dependiendo hasta inicios de la década de 1990 de las subvenciones de la entonces Unión Soviética y, luego del ascenso bolivariano en Venezuela, del apoyo del país vecino.

A partir de la Revolución de Cuba, la importancia de las ideas socialistas prosoviéticas fue extendiéndose en distintos países de África y Asia pero, sobre todo, en Latinoamérica, donde sería fundamental para la multiplicidad de guerrillas de izquierda y, más contemporáneo, para la formación del bolivarianismo y el socialismo del Siglo XXI.

Sin embargo y a pesar de su éxito político externo —o quizás por eso—, la Revolución Cubana fracasó siempre en su intento de lograr el éxito económico porque intentó redistribuir la riqueza que no creaba —la recibía generosamente— a través de la planificación centralizada —arbitrariamente subordinada a consideraciones ideológicas— y el absolutismo de la propiedad estatal y, por el contrario, llevó la economía del país al fracaso permanente y la necesidad del apoyo y tutoría externos.

Primero la Unión Soviética desde la década del 60 hasta su desaparición a inicios de los 90 y, luego, Venezuela desde el advenimiento de HChF —con intentos fracasados de conseguir otros padrinazgos—, Cuba existió dependiendo de la ayuda del exterior. Finalmente, ante la debacle del chavismo venezolano, Cuba decidió acercarse nuevamente a EEUU, en un salto sobre más de cincuenta años de distanciamiento mutuo y, como consecuencia hacia la región, dejó huérfana a la izquierda latinoamericana de su permanente leitmotiv del “imperialismo contra Cuba”.

¿Por qué fracasó la Revolución Bolivariana y su Socialismo del Siglo XXI?

«El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero... de los demás.» [Margaret Thatcher, primer ministro británica (1925 - 2013).]

Bajo las banderas de la justicia social y la redistribución de la riqueza, el Socialismo del Siglo XXI —viabilizado gracias a los petrodólares venezolanos— logró dos hitos: se expandió por gran parte de Latinoamérica —y coartó a los gobiernos que no le comulgaban, estimulando su miedo a los conflictos sociales y el asilamiento regional— y resucitó la importancia de las figuras de Fidel Castro Ruz y su Revolución, aunque ahora más en calidad de mito primigenio que de actor.

Las vacas flacas no es sólo un precepto de la Biblia

Pero, como en la Revolución Cubana, la Revolución Bolivariana fue un ciclo políticamente exitoso —más allá de consideraciones democráticas— que no supo correlacionarlo con el económico. El flujo muy amplio de ingresos fiscales consecuencia de las exportaciones se utilizó para redistribuirlo entre los menos favorecidos, reduciendo las brechas sociales y las cifras de los pobres moderados y extremos —en categoría de miseria—, algo exitoso y loado. Pero, en contraposición, no se invirtieron recursos en hacer sostenible la economía, desarrollándola para poder hacer permanente la verdadera revolución: la de crear una importante clase media emergente que aseguraría entonces, a su vez y con sus propios consumos, la movilidad económica de sus países. Cuando el flujo extraordinario —excedentario respecto a los habituales— de ingresos del big push se detuvo —principalmente por la contracción del crecimiento económico en China y por la exponencial caída de los precios de los hidrocarburos por la apuesta saudí para sacar a sus competidores (incluidos los del fracking en EEUU)—, una gran parte de las economías latinoamericanas sintieron rápidos problemas pero donde más se ha sentido esto ha sido en los países gobernados por izquierdas neopopulistas: Venezuela, Argentina y Brasil, abruptamente, pero también en Ecuador —salvándose Bolivia hasta ahora gracias a recursos acumulados pero, con mucho, por generosos créditos chinos—, combinándose la tormenta perfecta: menores ingresos que conllevan, en el mejor de los casos, reducción significativa del crecimiento —y decrecimiento en general— junto con inflación creciente y, como consecuencia pero paralelo, progresiva reducción de la masa laboral.

Ésta sería, per se, una situación muy complicada, pero a eso se ha sumado mucha corrupción —algo realmente generalizado en alto grado en Venezuela y, en leve menor grado, en Brasil y Argentina pero también omnipresente en los demás—, la cooptación —variable en grado pero significativa en todos, Brasil el menos penetrado— de los Poderes del Estado y la captación —activa o pasiva— de la prensa y, por ende, la manipulación más o menos abierta de la opinión pública. Todo esto ha llevado a una crisis generalizada de la gobernabilidad —acentuada en Venezuela y Brasil— y a inequívocas señales de cambios profundos para rectificar esas situaciones, lo que ya sucedió en Argentina; Venezuela y Argentina a las puertas de ellos; Ecuador en camino, mientras Bolivia se enfrenta a un cada vez más seguro cambio de liderazgo dentro del mismo proceso y Cuba se debate entre cambiar —representado por el presidente actual y sectores pragmáticos que traten de mantener parte del actual sistema— o no —abanderados en la figura de su antecesor—, esto so peligro de hundirse.

La combinación de todos estos elementos —unido a un creciente sentimiento ciudadano de condena y castigo a la corrupción—, ha sido el detonante de la rápida modificación del escenario político latinoamericano.

¿Será permanente? Hoy no podría afirmar hacia dónde se moverá Latinoamérica en los próximos 5 años, pero lo que no me queda duda es de que, por esta vez, no será el regreso del populismo desenfrenado —ni tampoco de los sobreingresos. Es la hora de ajustar el cinturón y podar los árboles frondosos y nefastos de la corrupción y el continuismo.

Para ello, cierro con la explicación que da el político intelectual mexicano Jorge Castañeda Gutman sobre los aprendizajes de este período: «[…] los partidos de izquierda volverán a ganar. Para cuando llegue ese día, la izquierda del mañana debe aprender [que] ahorrar dinero para los malos tiempos no solo es un precepto bíblico. Si la izquierda está en el poder cuando venga el próximo auge en el mercado de las materias primas, es necesario que los gobiernos tomen medidas preventivas para el futuro. […] Lo mejor que ha podido pasarle a América Latina en estas épocas ha sido el clamor de integridad en el gobierno. La próxima vez, la izquierda debería retomar esta bandera en lugar de descuidarla.»

Fig. 5 Latinoamérica ideológica a inicios de 2016. (Elaboración propia.)

Epílogo: España entre el chavismo, la inopia o el cambio de paradigmas

El 20 de diciembre de 2015, España terminó el falso romancero de la Transición. Ese día, los resultados de la voluntad popular socavaron los cimientos de un cada vez más endeble bipartidismo y desnudaron dos problemas irresueltos: el primero, coyuntural, que el país había avanzado en su recuperación macroeconómica pero no había podido —o sabido o intentado— la recuperación de la microeconomía del ciudadano español. El segundo, consustancial al diseño de la Transición —herencia de la Constitución de 1978 que establece una España “una y plural”— y al reordenamiento territorial de la primera administración socialista, es el problema de los entes naciones —Cataluña (Catalunya) en la situación más centrípeta, así como País Vasco (Euskadi), Galicia, Islas Baleares (Illes Balears), Andalucía, Aragón, Canarias y Comunidad Valenciana (Comunitat Valenciana)— dentro del Estado español y la necesidad de nuevas definiciones al respecto —incluido el debate federal—, pasando por reformar una Constitución que, en este caso al menos, promovía la ambigüedad.

«La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.» [Artículo 2, Constitución Española, 1978.]

Súmele a ello un gobierno, el del Partido Popular (PP) —socialdemócrata de derecha—, que en las elecciones anteriores de 2011 había obtenido el segundo mejor resultado histórico de un partido para el Congreso de los Diputados: 186 —el mejor fue el del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1982 con 202— y que en la siguiente de 2015 desciende a 123 —63 menos— y pierde la cómoda mayoría absoluta. Mayoría que le permitió gobernar aplicando sus planes sin mucha dificultad y frenar iniciativas con las que no estuvo de acuerdo —como la imprescindible rediscusión y relaboración de la Constitución y el marco de convivencia del país, ahora promovido con diversos cauces tanto por el PSOE como por Ciudadanos y PODEMOS—, obviando discusiones imprescindibles —la situación de Cataluña es un buen ejemplo— “para que el tiempo las solucione”, la filosofía de su presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey, ahora en funciones. También ese modus operandi de Rajoy Brey lo aplicó a la corrupción en su partido —la Operación Púnica, las Tarjetas Black en Caja Madrid, los papeles de Bárcenas, la Trama Gürtel, la Operación Tula y los posibles desvíos de dinero del PP valenciano, sin contar el escándalo de la Agencia Tributaria (caso Cemex), las implicaciones no transparentes del rescate a la Banca y la amnistía fiscal, entre otros—, ocultándolos, y menospreciando a partidos y organizaciones menores.

No menos angustiosa fue la situación luego del 20D para los socialistas. Después de perder 20 diputados —ya en 2011 había perdido 59, un total de 79 en las dos legislaturas—, el PSOE arrastraba la pésima administración de la crisis de 2008 por el gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero y sus propios casos de corrupción, algunos compartidos —como las Tarjetas Black en Caja Madrid y la Operación Púnica— y otros particulares —como el caso de los ERE o el fraude en cursos de formación (éste por 2 mil millones de euros provenientes de fondos europeos. 

Sin entrar en detalles que cambian todos los días y ante la imposibilidad del PP o el PSOE de formar gobierno en solitario o de asociarse entre sí, las perspectivas para España son muy sencillas, con dos opciones: o alguno de ellos logra una coalición estable —dificilísimo de lograr— o se vuelve a convocar elecciones.

«No daré un paso al lado. Me encuentro con ganas.» [Mariano Rajoy Brey, presidente interino de Gobierno español, El País, 4 de abril de 2016.]

Las “ganas” de Rajoy Brey pasan por la convocatoria de nuevas elecciones donde confía en el desgaste que produciría en el resto del arco político las —hasta ahora y posiblemente después— infructuosas negociaciones del líder del PSOE Pedro Sánchez Pérez-Castejón para formar gobierno con los emergentes Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (C’s) —liberal— de Albert Rivera Díaz y PODEMOS —chavista— de Pablo Iglesias Turrión. Confianza asentada, además, en el regreso de los electores populares migrados principalmente a Ciudadanos y en el efecto de que PODEMOS termine de hundir al PSOE —el recóndito propósito jamás enunciado de Rajoy Brey y que ha beneficiado a los chavistas españoles— y en la constatación que, excepto C’s y algún partido minoritario, el PP —y, más que el partido, él mismo— tiene el veto de alianza de los demás partidos.

Mariano Rajoy Brey ha “logrado” transformar el Partido Popular que recibió de José María Aznar López de un partido de derecha —en transición entre la derecha tradicional al liberalismo— en otro más cerca de la socialdemocracia de derecha común en Europa.

Considerando un buen parlamentario, sin embargo Rajoy Brey es carente de carisma y no ha logrado crear un liderazgo social ni partidario como tuvo Aznar López ni el de Manuel Fraga Iribarne en su partido antecesor, Alianza Popular.
La amplia mayoría parlamentaria con la que contó en la gestión 2011-2015 afianzaron sus defectos: la incapacidad de consensuar, la formación de camarilla y la inmovilidad perpleja ante cualquier enfrentamiento a sus posiciones, ya fuera el independentismo catalán, el 13M u la doble contabilidad para el PP de Luis Bárcenas Gutiérrez —«Luis, sé fuerte»— le ha granjeado la animadversión dentro del espectro político del país.

Mala estrategia la de Rajoy Brey porque, en diferencia con sus pretensiones, ningún pronóstico augura que mejoraría significativamente su base electoral —mal para PSOE y PODEMOS, que podrían reducirlas, y mejor para Ciudadanos, que podría crecer en alguna medida— y, peor, atentando a la tímida recuperación macroeconómica del país en el cuatrienio pasado —porque más allá de los discursos triunfalistas y de las comparaciones con el resto de Europa, los resultados electorales no son muestras de satisfacción del electorado español con la gestión popular.

Mientras escribo esto (7 de abril), España puede estar avanzando hacia una, hasta ahora, impensable alianza —o acuerdo de gobernabilidad, al menos— entre liberales, socialdemócratas —ambos firmemente demócratas en sus convicciones— y chavistas —con credenciales mucho menos democráticas de sus alter egos pero que, hasta ahora, han estado actuando dentro de sus reglas, aunque a veces con actitudes histriónicas y exabruptos de barricada—, como también hacia la convocatoria de nuevas elecciones el 2 de mayo. Pero ésa será otra historia.

Lo interesante del análisis es cómo el populismo —de izquierda, de centro o de derecha— siempre es un fracaso.


Información consultada

http://www.nytimes.com/es/2016/03/29/la-muerte-de-la-izquierda-latinoamericana/
https://www.youtube.com/watch?v=yk36S9iqbCM