Anunciada en 2004, fundada en 2008, constituida en 2011, pre mortem —y no estrategia— desde
2017 y desahuciada en 2018, la UNASUR está tan insepulta como la amada de Carl
von Costel —el excéntrico alemán que en la Florida de los años 30
“cuidó” en su casa el cadáver de su amada— pero la herencia del Comandante
Eterno no soportó siete años insepultos como esa amada.
La UNASUR nació en una época que la izquierda bolivariana o
afín gobernaba la mayoría de sus miembros: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile,
Ecuador, Guyana, Perú, Paraguay, Uruguay y Venezuela —aunque Surinam
(entonces) y Colombia no lo eran, se incorporaron. Hoy el panorama es distinto:
en Sudamérica, de la izquierda made in
Foro de São Paulo sólo sobreviven Bolivia y Venezuela —ésta en fase
terminal— mientras el frenteamplismo de Uruguay intenta salvarse de una debacle
en sus elecciones de octubre próximo y lo mismo el MAS fuerza acá.
Su fracaso se inició cuando las divergencias regionales no
permitieron elegir un secretario general desde enero de 2017 cuando Samper
Pizano —expresidente colombiano acusado de presuntos narcovínculos— terminó su
período. Pero la señal “de que no iba más” llegó cuando Argentina,
Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Paraguay se retiraron temporalmente (Colombia
y Ecuador se retiraron luego definitivamente). Aparte de que eso dejó sin
fondos a UNASUR —Venezuela ha no aportaba—, también perdió su peso regional.
¿Qué le sustituirá? La apuesta de los presidentes de Chile
(Sebastián Piñera Echenique) y Colombia (Iván Duque Márquez) es por un nuevo
organismo de integración: el Foro para el Progreso y Desarrollo de América
Latina (conocido como Prosur y presuntamente “desideologizado”), que este
viernes se reunirá a nivel de presidentes en Chile y que ya cuenta con el inicial
apoyo de varios países: Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, el gobierno encargado de
Venezuela y el propio Chile (Uruguay también asistirá aunque sin
desligarse por ahora de UNASUR).
Como en los gobiernos populistas de izquierda derrotados, la
falta de consenso y la imposición ideológica de sus miembros bolivarianos —embriagados
de un falso “éxito” coyuntural— llevaron UNASUR al fracaso definitivo.
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