Para los colombianos, a veces la vaca —ese animal casi
contemplativo dedicado a permanente rumiar— sale de su cuasifilosófica
existencia para ser causa —voluntaria o no— de muchos desencuentros mientras
que en Cuba el totí —goloso tordo inquieto que no llega a mirlo— es rey de los desaciertos.
¡Qué fácil es, en la chanza de una conversación popular,
endilgar los males concretos a un ente que no se sentirá aludido —abstracto en
responsabilidad por ello— y rebajar las propias culpas! Como si quisiéramos
jugar a La Fontaine…
Otro cantar es cuando un político —los des-gobernantes por más
señas comunes— se dedica a encontrar esa especie de demiurgo —gnóstico, claro—
culpable de todos los propios errores mientras que, a falta de pajarito chiquitito que le píe al oído,
como Alí el Cómico —¿recuerdan a Mohamed Said al-Sahaf, aquél ministro de
(des)Información de Saddam Hussein, el excéntrico “maestro” de
la propaganda exagerada, surrealista y descontextualizada,
inmediatamente contrastada y ridiculizada (aclaro que “puede haber” alusiones
locales)— inventan “El Enemigo”, muchas veces interno pero siempre un externo,
factótum del Mal. Ésa es la Ideología de la Mentira.
El jueves empezó en Venezuela el más largo apagón en una década
de apagones habituales, extensos en intensidades: Cuatro días seguidos —al
menos, los más grandes, porque siguen otros menores— de una cadena de apagones
que provocaron muertes hospitalarias, imposibilidad de abastecerse de agua y
alimentos, caída del sistema de cajeros, incomunicación telefónica y de
internet y desmanes delincuenciales, con prolegómenos de una fuerte escasez de
gasolina. Sin clases ni actividades laborales, el des-gobierno de Maduro aduce
“hackeo” y “ciberataque”, atribuyendo al “sabotaje del Imperialismo” un “ataque
cibernético” a la principal hidroeléctrica; lamentablemente, como Alí el Cómico,
olvidó que desde 2010 una grave crisis energética desnudó la incapacidad del
entonces gobierno de Hugo Chávez de hacer funcionar al sector eléctrico venezolano
“nacionalizado a la bolivariana” y que, a pesar de la declaratoria de
"emergencia eléctrica" y de un plan de racionamiento —“temporal” se
anunció entonces—, los apagones se han convertido en parte de la vida cotidiana
del país por causa de la ineficiencia estatal, la falta de mantenimiento y
renovación, el éxodo de especialistas sustituidos por chavistas —hoy maduristas—
y dirigida Corpoelec por un general al que la misma chanza de la vaca y el totí
han etiquetado como “el ministro de los apagones”.
No queda dudas que el régimen de Maduro Moros está en etapa
terminal. Cada vez más escaso de aliados —aún le quedan los inútiles como los
petrodependientes del Caribe que sólo le sirven para votos en la OEA, los
tóxicos como Siria y los interesados como Cuba y Rusia— mientras China se
debate en entender quién le va a pagar sus deudas y mantener sus inversiones,
con un aparato estatal que implosiona cada día más, deshojando margaritas para
saber cuándo las FANB les dará la espalda —ya sea por salvar sus intereses la
cúpula, fuera de Los Soles, o por salvar el país y sus familias el resto del
estamento militar—, consciente Maduro y los de su laya que el lumpen de “los
colectivos” se escurrirá —como las ratas en un naufragio— al “oler” el final y
que la burocracia sólo está por las prebendas.
La estrategia de la oposición de corroer las bases del
régimen —sindicatos, militares— es resultado del aprendizaje de años de
fracasos. Con la vanguardia de un líder muy joven y carismático, funciona como
un reloj perfecto. Y la cuenta regresiva ya no se detiene.
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