Tras la inconstitucional asunción presidencial de Maduro Moros
el 10E —en un acto fuera de la legalidad de la propia
Constitución chavista y tras elecciones sin ninguna democracia—, el 23
—aniversario del regreso a la democracia en 1958— el joven, desconocido y recién
elegido presidente de la Asamblea Nacional —ahora el único Poder elegido
democráticamente en 2015— siguiendo el hilo constitucional fue proclamado por la
Asamblea —no “autoproclamado”— como Presidente Encargado de Venezuela.
A partir de ahí, la mayoría de Latinoamérica y la Unión
Europea, EEUU y Canadá, junto con la OEA, apoyan a Guaidó Márquez como legítimo
presidente. Al gobierno ilegal: sus pocos aliados y socios, con la
“neutralidad” interesada de México y Uruguay pidiendo otro diálogo más, hoy más
inútil que los anteriores desde 2014, sólo útil para ganar tiempo el gobierno.
En franco aislamiento y sin ingresos petroleros, Maduro se
niega realizar elecciones presidenciales —requeridas de un nuevo Poder
electoral imparcial— y Guaidó apuesta por reforzar su presencia internacional, lleva
urgente ayuda humanitaria —el régimen siempre se opuso—, amnistía las FANV y
convoca la transición pacífica. En respuesta, Maduro apuesta a la guerra civil armando
sus colectivos, propone elecciones parlamentarias pretendiendo, con más fraude,
descabezar la oposición y reclama apoyo internacional, sobre todo a la Santa
Sede, pusilánime hasta ahora —también con Nicaragua y como la CIDH— a
diferencia manifiesta del episcopado venezolano.
Cada vez más, el madurismo se queda solo, dentro y fuera. La
clepsidra de su poder ya casi no la mueve el muy contaminado —como su gobierno—
Guaire.
Información consultada
https://es.wikipedia.org/wiki/Diáogos_durante_la_crisis_en_Venezuela
https://es.wikipedia.org/wiki/Río_Guaire
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