He dedicado este año a escribir sobre la caída del madurismo
que para algunos —los
añorantes del difunto Comandante Eterno— les pareciera una “deformación” del
bolivarianismo chavista pero que, en la verdad, es sólo su continuidad —Lenin
la hubiera llamado “etapa superior”— pero sin los recursos
extraordinarios del súper ciclo de los commodities dilapidados, sobre todo
robados.
Hoy no voy a escribir ni de la crisis humanitaria —la ingente ayuda ya en Cúcuta ha
puesto al madurismo en una envenenada disyuntiva: o la dejan entrar y
tácitamente admiten la crisis o prohiben su entrada y despiertan el furor de
los necesitados— ni de la económica —la impagable deuda, la inflación o la
caída del PIB— ni de los muertos —los asesinados por el régimen y por la
violencia delincuencial. Hoy escribiré sobre otra crisis: la del ocaso —final—
del bolivarianismo.
Entre 2002
y 2013 fue tomando forma definitiva la política del bolivarianismo, que en 2005
adquiere una etiqueta más conceptual —aunque pastiche— con el denominado
socialismo del siglo 21; hasta ese momento, el pensamiento bolivariano que
asumieron los MBR-200 liderados por Chávez Frías y abanderó su golpismo en 1992
sólo era una mezcla de citas de Bolívar, su maestro Simón Rodríguez e ideas de
Ezequiel Zamora con el antiimperialismo del marxismo castrista.
En 2008,
el chavismo tuvo un giro imprevisto y fundamental: en medio de la crisis que
arrastró a las economías occidentales, se inicia el Big Push, la insaciable
compra de materias primas por las economías emergentes —sobre todo China y,
también, India— que dispararon los precios de muchos commodities y que, para Venezuela, el petróleo subió de USD 12,0/
barril en 1999 —año del ascenso del chavismo— hasta USD 105,2 en 2014 con pico
de USD 133,9 en 2008, convirtiéndolo en la cornucopia “inacabable” para exportar
el chavismo.
La
ALBA-TCP se funda en 2004, Petrocaribe en 2005 —“casualmente” el año de
elección del candidato del chavismo José Miguel Insulza Salinas como secretario
general de la OEA— y las apuestas por segregar de la Región a EEUU y Canadá
—UNASUR y CELAC— entre 2008 y 2011. En 2009 el socialismo 21 gobernaba
efectivamente en Bolivia, Cuba, Honduras —una corta experiencia—, Ecuador, El
Salvador, Nicaragua y Venezuela y eran sus afines, o al menos cercanos porque
sus gobiernos militaban en el Foro de São Paulo, Argentina, Brasil, Chile, Panamá,
Paraguay, Perú y Uruguay; hoy sólo quedan Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela,
mientras Uruguay se debate en una cercanía indecisa —peligrosa para el
frenteamplismo en las elecciones de octubre.
La crisis
de institucionalidad venezolana ha sido un parteaguas, develando los que apoyan
la dictadura: Bolivia, Cuba y Nicaragua, con México —resucitando la Doctrina
Estrada y olvidando los DDHH, olvidando que Echeverría Álvarez rompió
relaciones con Chile cuando Pinochet y Salinas de Gortari con Nicaragua al
final del somocismo— y Uruguay dubitativo, además de Rusia —ya China
flexibilizó en pro de cobrar la deuda— y algunos caribeños dependientes in extremis de Petrocaribe.
Este viernes, el Grupo
Internacional de Contacto sobre Venezuela llamó a
celebrar elecciones presidenciales "libres, transparentes y creíbles"
con "las garantías necesarias para un
proceso electoral creíble en el menor tiempo posible" y "permitir la
entrada urgente de asistencia de acuerdo a los principios internacionales".
Esto chocó con las posiciones prorroguistas pro
diálogo de México y Bolivia —Uruguay firmó.
Un paso
más en el aislamiento de Maduro y en significar la inoperancia —¿cómplice?— de
la Alta Comisionada de DDHH de las NNUU.
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