Mientras escribo a dos días del domingo decisivo cuando
deberán chocar La Gran Toma opositora y las elecciones para la Constituyente
maduristas, los indicios de debilitamiento del régimen son cada vez más
manifiestos tras meses de protestas reprimidas con más de una centena de
muertos porque, junto con el aumento de la represión, la amenaza de despidos en
la sobredimensionada burocracia del Estado a quienes no voten y la mayor
agresividad verbal oficialista, en los últimos días Maduro Moros hace continuos
llamados a un “diálogo nacional” incluyendo, como moneda de cambio, dejar la
Constituyente en stand by para lo ha hecho regresar a su último mediador:
Rodríguez Zapatero, desacreditado frente a la oposición.
Las políticas bolivarianas —populismo vestido de justicia
social— fueron factibles mientras los sobreingresos petroleros las apuntalaron,
pero cuando acabó la bonanza todos —hasta los más desprotegidos que antes se beneficiaron—
sintieron la aguda escasez y la imparable inflación que, junto con la
desbordada violencia, fueron la base de la protesta social.
Reformar la Constitución no es solución: es un salto hacia
atrás, acabando con la democracia que aún resta sin proponer ninguna solución a
la crisis, sólo la certeza de que se desbordará más —descartada la enésima
ilusión de que el petróleo recuperaría precios. El diálogo —sólo apoyado por
sus aliados ideológicos y sus adláteres mendigantes— ya para nadie, fuera del
oficialismo, es opción posible.
Dios se apiade de los venezolanos.
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