Cuando este fin de semana Leopoldo
López pasó a régimen de prisión domiciliaria —por gestiones atribuidas a
Rodríguez Zapatero y aduciendo el gobierno presuntos “motivos de salud”—, por
cierto bastante relajada porque el líder opositor pudo subir al muro de su casa
portando una bandera venezolana para saludar a los allí congregados y
exhortarlos a continuar protestando, a muchísimos no nos quedó dudas que los
cien días de manifestaciones opositoras —cada vez más de todos los venezolanos
no maduristas, alrededor de 94% de la población—, el casi centenar de muertos,
la alta inflación, la abrumadora carestía de alimentos y medicinas y con
obligaciones de deuda asfixiantes estaban llevando al colapso final del
gobierno, al que le urgía una negociación firme que permitiera a la cúpula
madurista salir al exilio con mínimas garantías—algo de lo que se hablaba sotto
voce que participaban gobiernos de la región y de la que Rodríguez Zapatero
era partícipe.
La salida de López, como un líder
principal opositor y sin el desgaste de ejercerlo día a día, podía para ser
actor —junto con Julio Borges por la Asamblea Nacional y, quizás, la Fiscal
Ortega por los chavistas “históricos”— de la transición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario