Estos días, los medios han dedicado espacios importantes a
uno de los fundadores del portal de Internet WikiLeaks: Julian Assange.
WikiLeaks y Assange saltaron a la notoriedad cuando el
portal inició la difusión de correos electrónicos del Gobierno de los EE.UU. y
empresas privadas de inteligencia y seguridad, los primeros sobre las guerras
en Afganistán e Iraq y situaciones postconflicto que descubrieron graves
violaciones a los Derechos Humanos y a la ética. Después, les siguieron cientos
de miles de otros correos y cables que involucraban a la diplomacia
estadounidense y que informaban sobre muchísimos otros gobiernos, Instituciones
y personas y descubriendo —con sus nombres— los apoyos y los críticos de los
EE.UU.
Assange se volvió un superstar
de los medios y sus declaraciones eran siempre difundidas. Con seguidores
incondicionales y detractores irreconciliables —incluidos muchos ex colegas de WikiLeaks como Daniel Domscheit-Berg,
cofundador y su ex vocero—, Assange disfrutó de la mayor notoriedad mundial, poder
mediático irrestricto y fue mimado de la intelligentsia
europea y mundial, incluso de líderes políticos —que posiblemente no habían
leído sus interioridades ventiladas por Assange— para quienes el antiguo hacker
era el Campeón de la Transparencia, los Derechos Humanos y las Redes Sociales
y, por antonomasia, el Antimperialista por excelencia.
Esa notoriedad —para él deidificación— tuvo un oscuro impasse: Acusado por 2 suecas que
colaboraban con él de “coerción ilegal y acoso sexual” por inducirlas a
relaciones sexuales sin protección en agosto 2010 —entre otras denuncias—,
intervino la justicia sueca —con larga tradición de independencia— y Assange
huyó a Londres; fracasaron sus intentos de eludir la extradición en la justicia
británica —cuya imparcialidad permitió que Baltasar Garzón, otro actor acá,
detuviera a Augusto Pinochet— y se refugió en la embajada ecuatoriana —a su
presidente Assange lo había entrevistado a través de Russia Today, canal
internacional estatal ruso— argumentando que los suecos lo extraditarían a
EE.UU. —país que aún no la ha solicitado—, donde “seguro lo matarían”. Más de un
mes después le fue concedido.
(Acá me detengo para recordar que Assange nunca pensó en los
DD.HH. de las personas que aparecían en sus publicaciones —no me refiero a las
acusadas de delitos si no a las que opinaban o daban información— ni le importó
qué podía sucederles, con lo cual hay un doble rasero: “Yo y los demás.”)
Concedido su asilo —para mí antimperialista—, el Reino Unido
anunció que no le daría salvoconducto “por violar su arresto domiciliario” pero
su canciller aseguró que no entrarían por la fuerza a la embajada (con base en
una ley de 1987 que nunca se aplicó), lo que ya se había difundido ampliamente.
Hoy parece que se ha llegado a un acuerdo de no extradición
a EE.UU. por parte de Suecia; de ser así, Assange enfrentará el juicio allá.
El beneficio principal ha sido tratar de mejorar los DD.HH.
de todos: las víctimas de las guerras de EE.UU. y las de Assange.
No hay comentarios:
Publicar un comentario