En 2010, nos enteramos de asombrosas revelaciones sobre
EE.UU. —y muchísimos otros países relacionados, porque pocos no eran
mencionados— a través de las publicaciones que WikiLeaks hizo en escogidos
medios mundiales: Le
Monde, El
País, Der Spiegel, The New York Times y The Guardian. Y con estas revelaciones
apareció un nuevo SuperHéroe, “Campeón de la Transparencia y las Redes Sociales”:
Súper Assange… perdón, Julian.
Pero Assange —como Superman con la kriptonita— tiene su
Némesis: su ego. Su ex socio de WikiLeaks, Daniel Domscheit-Berg, lo ha descrito como
“un megalómano, un paranoico” que no acepta opiniones y se siente
permanentemente agredido por los que no le obedecen ciegamente. Concuerdo con
Domscheit-Berg en que los documentos debían haberse publicado sin los nombres
de las personas involucradas para defender su seguridad (pero no hubiera dado
tanta notoriedad a Assange).
Acusado en Suecia por 2 mujeres por
agresiones sexuales —un tema confuso en los medios, que han repetido
“violación” aunque parece que es otra la acusación—, huyó a Gran Bretaña, donde
la justicia aceptó la extradición a Suecia. Su recurso evasivo —repetiendo que
los suecos lo extraditarían a EE.UU., donde “seguro lo matarían”— fue asilarse
en la embajada ecuatoriana —país cuyo presidente había entrevistado a través de
la TV estatal rusa internacional, conexión asaz curiosa—, donde esperó un largo
mes para que se lo concedieran.
El Reino Unido ya indicó que no le dará salvoconducto —no es
firmante de la Convención de Derecho de Asilo aunque sí de otras sobre
Refugiados y Derechos Humanos— pero aclaró que no violará la extraterritorialidad
de la Embajada —aunque se había publicado que lo harían basándose en una ley
vigente de 1987, lo que hubiera sido un gravísimo error.
Esperemos la próxima entrega.
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