Este 30 de noviembre, la Armada de la República Argentina
dio por finalizada la búsqueda de su desaparecido submarino ARA San Juan, del
que se terminaron los contactos desde el 15 de noviembre pasado frente a
la costa de la Patagonia argentina con 44 personas a bordo.
Esperanzas, expectativas y solidaridad internacional representada
por 18 países apoyando en la búsqueda del ARA San Juan S-42, el más
“nuevo” —a pesar de haber sido botado hace 24 años, en 1983— de los tres que
estaban activos en la Armada, que terminaron el jueves al final de la tarde
cuando el vocero naval, capitán de navío Enrique Balbi —también submarinista—,
anunció que “se declaró finalizado [la] búsqueda y rescate”. Dolor y
desgarros de familiares, amigos y colegas y la consolidación de muchas preguntas
—aún sin respuestas— en la opinión pública.
Preguntas que cuestionan, primero, por qué los mandos de la
Armada demoraron dos días en iniciar la búsqueda del San Juan y cinco, en
total, en brindar información —la explosión hidroacústica en la zona de última
comunicación— que estaba en su poder desde el primer momento. Preguntas que
incluyen por qué iban 44 personas a bordo del submarino aunque 37 marinos —8
oficiales y 29 suboficiales— era su tripulación oficial —y hubieran sido más si
dos tripulantes no hubieran quedado en tierra; los demás a bordo fueron
identificados como buzos tácticos, aunque —oficialmente, al menos— el S-42 no
estaba en misión especial. Preguntas que
indagan cómo fue que la Reparación de Media Vida —un upgrade a fondo que le
hubiera permitido extender su vida útil por 30 años más— que debía durar
dos años se extendió en astilleros locales por siete —2007 a 2014—, bajo tres
ministros de Defensa kirchneristas: Nilda Garré —2005-2010, hoy diputada—,
Arturo Puricelli —2010-2013— y Agustín Rossi —2010-2015, hoy
parlamentario— y costó treinta millones de pesos más que los setenta
presupuestados y, a pesar de eso, arrastrar las denuncias de que las
reparaciones fueron significativamente menores que las programadas —entre
ellas, el cambio completo de las baterías, presunta causa del accidente por
incendiarse, que en realidad no fue más que el de su carcaza.
Aunque la corrupción en mandos militares no es excepcional en
la región —con casos recientes en Chile, Perú, Bolivia y Uruguay, éste que
involucró a tres diferentes cabezas de su Armada—, el actual en la Argentina se
une a la multiplicidad de procesos actuales y denuncias de corrupción en la era
K y arrastra los escándalos similares en sus fuerzas armadas desde los
gobiernos de Carlos Ménem, el más mediatizado el de los cohetes desviados a
Croacia y Ecuador.
En enero de 201, Macri declaró que “la corrupción se instaló
en la sociedad argentina”. En los tribunales se debatirá la de la Armada, que
le costará el cargo a la cúpula de las FFAA y, posible, al ministro actual.
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