La elección del domingo en Chile, realizada bajo las nuevas
reglas electorales, marcó pautas para el país que influenciarán en la Región. La
primera es que el bipartidismo que funcionaba desde la Constitución de 1980
asegurando el presidencialismo, ha terminado y la gobernabilidad será más
trabajosa de construir en base de consensos con el Senado y Diputados más
multicolores tras el acceso de nuevos partidos; además, después de la elección,
cerca de una veintena de organizaciones desaparecerán por no alcanzar las cotas
ahora requeridas. Pero la más importante es, sin dudas, que al desaparecer la
bipolaridad entre la centro-centroizquierda y la centroderecha-derecha, el
panorama politicoideológico se ha sincerado con nuevas organizaciones ubicadas a
la izquierda-extrema izquierda y la derecha “dura” de las que dominaron la
escena desde de 1990.
Los resultados del domingo
—una baja participación (44,86%) pero esperada— darán un balotaje inédito en
Chile: un candidato mayoritario —Sebastián Piñera de Chile Vamos, centroderecha-derecha— con la
menor votación para un primero —36,64%, cerca sólo del 39% pronosticado por
CRITERIA— pero a distancia de su seguidor —Alejandro Guillier de La Fuerza de la Mayoría, centro a
izquierda— con la menor votación para un segundo (22,69%) y pisado los talones
de éste Beatriz Sánchez —Frente
Amplio, izquierda-extrema izquierda—: 20,27%. Para la segunda vuelta, los
trasvases no serán tácitos ni fáciles de prever: ni todos los votos de la
Democracia Cristiana y sus confluencias irán para Guillier ni, tampoco, todos
los votos de las distintas organizaciones del Frente Amplio —ya algunas lo
habían anunciado— ni los de Eduardo Artés (0,51%) y Alejandro Navarro (0,36) pero quizás sí muchos de los seguidores
del PRO (5,71). Por el lado de Piñera, posiblemente se le transfiera la mayoría
de los obtenidos por José Antonio Kast (7,93) pero deberá movilizar más a la clase
media.
Pero no toda la complicación
del panorama —esperada, por lo demás— es sólo “responsabilidad” de la reforma
electoral ni del sinceramiento del panorama ideológico: en 2014 Michelle Bachelet retomaba la presidencia después de irse en
2010 con 84% de aprobación — una cifra envidiable para cualquier mandatario
saliente, a pesar del mal manejo del terremoto— pero ahora sale entre 23 (CEP)
y 31% (CADEM), tanto por su desempeño como los escándalos de corrupción en su
entorno; la Concertación —su bloque sustentador de centro-centroizquierda—
estaba unida hasta entonces pero hoy la Nueva Mayoría (NM) —más hacia la
izquierda, incorporado el PC— está separada en dos frentes, uno encabezado por
la Democracia Cristiana (DC) y otro con socialistas, comunistas, PPD,
radicales. Hasta ahora, los candidatos presidenciales de la Concertación-NM
habían sido políticos conocidos y militantes: Patricio Alwyn y Eduardo Frei (DC), Ricardo Lagos (PPD), Bachelet (PS); ahora el candidato es
“prestado”: un radialista independiente (la candidata del Frente Amplio también
proviene de la radio y es outsider).
Mis pronósticos van por
Piñera presidente, Guillier y Sánchez fuera del panorama político —sustituidos
por otros liderazgos—, crisis en la DC, refundación de la NM, quiebre en el
Frente Amplio para dar paso a una nueva estructura más unificada
ideológicamente —además que muchas de sus 14 organizaciones desaparecerán por
no alcanzar los nuevos requisitos.
De los ocho
presidenciables, sólo Marco Enríquez-Ominami
del PRO ofreció mar soberano para Bolivia; el resto o lo negaron o se
escabulleron. Con Piñera o Guillier, negociar post La Haya no tendrá el
mejor pronóstico.
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