La semana pasada el presidente Donald
Trump fue a Miami a cumplir, más que con Cuba, con los electores
cubanoamericanos del sector más crítico con el castrismo del exilio cubano,
hombres y mujeres que le permitieron triunfar en la Florida, uno de los estados
decisivos en noviembre pasado —el Estado del Sol es, junto con Nueva York, el
tercer estado en cantidad de compromisarios aportados: 29.
Como en la letra de la cumbia María de Ricky Martin, en el teatro
“Manuel Artime” —líder político de la Brigada 2506, ya fallecido— en plena
Little Havana —la Pequeña Habana, símbolo de la emigración cubana que han hecho
de Miami “la segunda ciudad de Cuba”—, Trump firmó la orden ejecutiva que
derogaba las anteriores del presidente Obama referidas a Cuba con las que en
2015 se inició un acelerado deshielo de las relaciones entre ambos países,
truncas desde 1960 y que, con más o menos pasión, había recorrido 11
presidencias: desde Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan,
Bush padre, Clinton, Bush hijo hasta Obama. Con esta decisión, Trump —pletórico
del entusiasmo y apoyo de los presentes en el acto, algo de lo que el
presidente estaba muy necesitado— proclamó el regreso a la ya antes fracasada
política de aislamiento, aunque manteniendo las relaciones diplomáticas mutuas y
las medidas relacionadas con los emigrados residentes en EEUU (remesas, viajes)
y sin reponer la política de «wet feet,
dry feet» —«pies mojados, pies secos» derogada por Obama en vísperas su
retiro y que desde la Administración Clinton permitía que ingresaran a EEUU
todos los cubanos sin visa que pusieran pie en su territorio.
En un comentario mío tras la
decisión (“Antes no sirvieron… ¿y
ahora sí?”) mencionaba elementos importantes a considerar: sus efectos, inciertos
tanto sobre los people to people tours
de estadounidenses —su restricción será nuevamente implantada— y las
inversiones para Cuba ya realizadas de empresas norteamericanas en los últimos
18 meses —hoteleras, aéreas, cruceros— así como los puestos de trabajo que
representan dentro de EEUU —el foco de Trump—, además del posible impacto que
tengan sobre las exportaciones de alimentos que, desde Clinton, han sido un
negocio creciente e importante para los estados agroindustriales del Midwest — bastante
afectados aún por la crisis e importantes para la victoria de Trump, hoy principales proveedores de
alimentos a Cuba—, razones todas que dejan dudas de su real aplicabilidad, más
allá de lo mediático y político local. Otro aspecto es el beneficio que darían
para una apertura política en Cuba porque, cuando sus antecesores aplicaron
medidas similares, sólo perjudicaban más a la oposición interna y justificaban
el endurecimiento del régimen y su represión a la disidencia.
En su discurso, el presidente Trump
basó su decisión en promover dentro de Cuba los emprendimientos privados y el
respeto a los derechos humanos y políticos y la libertad de expresión. Del
primero, el efecto podría ser muy contrario a lo que postuló Trump porque
podría afectar a los cubanos dentro de su país que privadamente se han beneficiado
del turismo norteamericano y porque ningún emprendimiento privado pasa de un
nivel mínimo autorizado de desarrollo. Del loable empeño de promover los
derechos del pueblo cubano y su libertad de expresión, en su reciente visita al
reino saudí el presidente obvió sus violaciones.
El tiempo dirá. Como María.
Información consultada
http://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/2016_ITF_Human_Rights_Index_2016-01.pdf
Mann, Thomas: La
Montaña mágica. Ex Libris, 2017.
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