El viernes el presidente Trump se
arropó del entusiasmo y apoyo —muy necesitado estaba de ello— del sector más
crítico del castrismo, hombres y mujeres que le dieron el triunfo de uno de los
estados decisivos en noviembre pasado. Allí, en la Pequeña Habana —símbolo de
“la segunda ciudad de Cuba”, como la denominó National Geographic a mediados de los 70—, firmó la orden ejecutiva
que derogaba las del presidente Obama referidas a Cuba, exceptuando las
relaciones diplomáticas (y que no regresa «wet
feet, dry feet») y las relacionadas con la emigración residente en su país
(remesas, viajes, vuelos) y proclamó el regreso a la antes fracasada política
de aislamiento.
En realidad —y aunque hay dudas del
real alcance de esta derogación—, aparte de lo mediático —que fue muy relevante
y simbólico— y de la retribución al voto cubanoamericano, un retorno a antes de
diciembre de 2015 trae aparejado tres previsiones: la primera de sus efectos,
porque afectará las inversiones de norteamericanos ya hechas —sobre todo
turismo, en hotelería y viajeros, porque restringirá los people to people tours de norteamericanos—, además de los negocios —crecientes
y ya principales proveedores de alimentos exportados a Cuba— que desde Bill
Clinton —bajo la Trade Sanctions Reform and Export Enhancement Act— daban un
respiro a la economía agroindustrial del Midwest —también proveedores de votos
electorales para Trump— y, contrario a lo que postula, a los cubanos que
privadamente se beneficiaban de su turismo —y de rebote a los negocios de los
militares—; segundo, da dudas de la aplicabilidad, por la misma oposición
empresarial propia y, tercero, el beneficio que darían, luego que Cuba
reforzara su relación con Rusia —con el madurismo al caer, Putin necesitaba
otro aliado y lo logró, petróleo por medio hasta ahora— y que, históricamente,
medidas similares sólo han perjudicado a la oposición y justificado el
endurecimiento del régimen.
Trump —y los que lo antecedieron (Díaz
Balart, Rubio, Pence) en palabras similares— auguró resultados en seis semanas
o en seis meses. ¿O serán necesarios —otra vez más— sesenta años… cual el
introito manniano de La Montaña mágica: «Lo
mejor será que no se pregunte de antemano cuanto tiempo transcurrirá […] ¡tal vez no llegará a ser siete años!»? Pero
también, quizás, el entusiasmo y los aplausos del viernes sean imágenes
especulares de La Habana luego del descongelamiento de 2015: mucho ruido,
demasiadas expectativas, magros resultados.
Información consultada
Mann, Thomas: La
Montaña mágica. Ex Libris, 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario