No voy a hablar del Luis Ramiro Beltrán Salmón educador porque nunca fui
su alumno ni del comunicador que honró muchos premios internacionales porque
nunca trabajé con él. Además, otros, y muy bien, ya lo han hecho. Voy a hablar
de mi amigo Luis Ramiro.
Mi primer contacto con mi amigo Luis Ramiro lo tuve a inicios de los 90.
Un día necesité un dato sobre algún aspecto de políticas públicas en sanidad y llamé
para solicitarlo a la oficina local de la Johns Hopkins University; me derivaron a un señor que me dio rápida y
cordialmente toda la información. Luego se me presentó telefónicamente: era
Luis Ramiro.
Pasaron los años y se fue labrando una amistad que crecía en calidad. No
podría decir cómo creció ni sus momentum pero un día supe que estaba
fraternalmente enamorado de dos personas únicas y complementarias: Luis Ramiro
y Nora. Luis Ramiro fue bendecido en su vida con dos mujeres: su madre, Bethsabé Salmón
Fariñas, periodista, feminista creativa, intelectual y promotora social, fue el
motor que hizo arrancar en el niño huérfano de padre —héroe
de la inútil Guerra del Chaco— las virtudes que sus capacidades prometían; y
por Nora Olaya, su colaboradora insustituible, su fiel compañera, su amada de
muchos años. Ambas lo fortalecieron y le colaboraron en su vida.
Quizás la época en que nos frecuentamos más
fue el final de los 90 y los primeros años del siglo siguiente —frecuencia que
estuvo en suspenso entre fines de 2004 que me fui a México y 2007 que regresé por
pocos años a La Paz— y de ello rescato dos aspectos de mi amigo Luis Ramiro
que, aunque mencionados someramente por algunos estos días, merecen más: su
infinita alegría de dar felicidad y su desempeño ejemplar al frente de la Corte
Nacional Electoral boliviana.
En agosto de 2001, en medio de una crisis de
representatividad y democracia, Luis Ramiro Beltrán Salmón fue elegido
Presidente de la Corte para, junto otros notables, llevar a buen término la
elección general de junio de 2002, que sería la última de la democracia
representativa que surgió en 1985. De todas, ésta para mí fue la lección más
ardua de su vida: hombre bueno y noble, sin militancia partidaria y sin
entrenamiento en la realpolitik, Luis Ramiro tuvo que soportar ofensas,
insultos, descréditos e, incluso amenazas. Todo lo sufrió con bonhomía y humor:
en esos años, tuvo de vecino varios pisos debajo de su vivienda a un líder
político —rezagado en el voto popular por sus propios “méritos”— que despotricaba
de él; le pregunté qué haría si lo encontraba en el ascensor: ¡Saludarlo!, me
respondió con su sonrisa pícara de niño grande.
Y de niño grande era su alegría y su gusto por
la música: Amante del bolero y de la música caribeña, siempre recordaré su
“unidad móvil de relajo” —término que LR acertadamente utilizaba en sentido de
“solaz”—: maracas, bongó, muchos más instrumentos musicales con junto con mi
amigo llegaban para alegrar fiestas informales que honraba.
Podría decir más cosas pero sólo diré: Era un
verdadero amigo.
Información consultada
https://books.google.com.bo/books/about/Feminiflor.html?hl=es&id=PvwuAAAAYAAJ
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