Hace pocas semanas, en
su autoproclamación como aspirante a la nominación presidencial republicana para
2016, Donald John Trump concitó la indignación entre los hispanos —y no sólo en
ellos— cuando acusó a los inmigrantes mexicanos de ser “asesinos,
narcotraficantes y ladrones”. Poco después, también consiguió muchas críticas entre
veteranos y dentro de su propio partido —y fuera de él— cuando cuestionó la heroicidad
del senador republicano John McCain, prisionero de Vietnam y ex candidato
presidencial en 2008 —inmediatamente salieron a la prensa las maniobras de
Trump para eludir ir a esa guerra.
Pero, a pesar de ello,
lidera las encuestas de preferencias de voto republicano con 24%, muy por delante
de sus rivales Scott Walker (13%) y Jeb Bush (12%), según The Washington
Post y la cadena ABC News. ¿Por qué?
Las agresiones de
Trump son hábiles maniobras de marketing electoral para captar el nicho de
votantes republicanos más conservador y xenófobo. Frente a la larga decena de
candidatos que van desde moderados, pasando por libertarios y hasta
ultraconservadores y donde la mayoría de éstos trata de desligarse de la
vinculación con el Tea Party Movement, Trump coquetea con las posiciones del
Tea Party pero va más allá en sus críticas a la migración y el establishment.
¿Esto le dará la
nominación? Definitivamente, no lo creo. El 6 de agosto es el primer debate y
Trump —hábil en escándalos pero no polemista— tendrá que enfrentarse a
políticos profesionales —gobernadores y congresistas—. Y el 18 de enero será el
primer caucus en Iowa, un estado con pequeña votación —donde hoy él lidera con
47%— pero que siempre ha sido determinante ganarlo para los aspirantes.
Quizás a Trump —en el
puesto 405 de la lista FORBES internacional y 142 de EEUU— le convendría hacer
como $crooge McDuck, el españolizado Tío Rico McPato: dedicarse a amasar su
dinero.
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