Desde que las elecciones nacionales y pasada la perplejidad tras
los resultados —para muchos, incluido el Sr. Michel que, al filo de medianoche,
mencionaba un 45% obtenido por el MAS—, dos preguntas han permeado los
comentarios y opiniones —descontando los triunfalistas y revanchistas, tan
aturdidos como los demás—: ¿Cuál MAS ganó? Y en la misma lógica: ¿Por qué ganó?
Responderé la segunda primero.
La primera respuesta es que hubo una amplia autonegación de
la realidad. Desde centrarse en el rechazo a Morales y su rosca que tendría
mayoritariamente la población —actora de “las Pititas”— como la razón decisiva
al decidir el voto, o en la negación de las tendencias que anunciaban la
mayoría de las encuestas —el “cártel de las encuestadoras mentirosas” para
Jorge Quiroga y Luis Fernando Camacho—; confiar en que un posible “voto útil”
aparecería como factor de victoria, como en 2019 pero sin necesidad de ganarlo en
campaña directa —reclamándolo como derecho frente a un librero— o por la
infravaloración del verdadero impacto de la crisis económica y social tras el
coronavirus en la gran mayoría de los bolivianos —muchos de la clase media
emergente que dejaban de serlo y otros que cruzaban los límites de las
estadísticas de las pobrezas. Muchos nos equivocamos porque —conscientes los
que opinábamos sí de que el “milagro económico” entre 2008 y 2015 no fue
resultado de ningún arte de barbiloque sino de fenómenos de mercado donde no
incidíamos— no comprendimos que, para los que ahora vivían con muchas escaseces
y avizoraban mucha más, el “milagro” sí sucedió y les benefició y el
“milagrero” era Luis Arce Catacora. Hasta acá mi mea culpa.
Las del 18 fueron elecciones tranquilas, sin conflictos
relevantes ni violencia, algo contra los augurios que llevábamos semanas
esperando. ¿Acaso agosto no fue el desborde la violencia marcada por el
desprecio al prójimo? Lo fue. ¿Acaso Arce y Choquehuanca no eran quienes
representaban el regreso de los violentos? Y entonces empieza la duda.
¿Es que hay hoy “un MAS” —trancado en su pasado de soberbia,
corrupción y despilfarro— o hay “varios MAS”? Como para muchos en Bolivia que pensaron que Luis
Arce Catacora fue “el ministro del éxito económico del MAS” y su
vicepresidencial David Choquehuanca Céspedes “el indigenista conciliador que
relegaron los que ‘se robaron’ el MAS”, también muchos de ellos pudieron pensar
que “había otro (u otros) MAS”. Arce y Choquehuanca hicieron mucho por poner
distancia con Morales: Arce no apoyó los bloqueos de agosto y afirmó que «Evo debe aclarar sus asuntos pendientes con
la justicia»; Choquehuanca repitió en varias ocasiones que «él no era del MAS sino de IPSP».
¿Fueron táctica o convicciones? El tiempo lo dirá.
Como
mencioné en mi anterior columna [“Indecisos (y políticos) golean para el MAS”
20/10], Bolivia llegó a octubre 2020 para terminar un proceso electoral iniciado
en octubre 2018, fracasado en octubre 2019 con el fraude y que llegó ahora tras
tres postergaciones de fecha comicial por la pandemia, sin finalizar la crisis
sanitaria e inmerso dentro de una amplia crisis económica que pondrá en jaque
al próximo gobierno. Pero no sólo fue el cansancio de los electores y todo lo
antes mencionado los que decidieron el voto: también debió pesar el Octubre
Negro de 2003 y cuán posible podría volver la inestabilidad —que hizo saltar
dos gobiernos: a Sánchez de Lozada y a De Mesa.
Si la
estrategia ganadora fue el distanciarse del MAS “duro” y presentar a Arce como
“el mago de la economía”, pronto sabremos si el próximo gobierno podrá —o querrá, quizás— mantener
el equilibrio entre el MAS “duro”, el posible MAS “conciliador” —“renovador”—
y
los no-masistas que votaron por Arce: Un equilibrio azaroso.
¿Arce y los que lo acompañen podrán paliar la crisis? Lo que resulte —por éxito o
fracaso— definirá los
próximos cinco años.
Información consultada
http://www.encuestaseleccionesbolivia.bo/
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