«[...] aparta de mí
ese cáliz.» [Mateo 26:39]
El Domingo de Ramos empieza la Semana Santa y tras la
alegría de Su entrada aclamada, llegan los días de dolor y abatimiento del
Triduo Pascual, el camino en la fe para alcanzar la esperanza. Y prolegómeno,
el pedido angustiado: «aparta de mí ese cáliz». Un “cáliz” de ignominia.
Año tras año, oímos esa frase de la Pasión pero la mar de
las veces no la traemos a nuestras vidas sino la dejamos en ese lejano tiempo.
Porque si la trajéramos, sentiríamos entre nosotros ese terrible “cáliz” cuando
la corrupción nos deja heridos —ofendidos, engañados, robados—, máxime cuando
los malhechores son aquellos que, “liderándonos”, deberían defendernos de la
corrupción —preconizándolo falazmente en sus discursos pero agazapándola en su
voluntad—y, como ya advertía el adagio latino corruptio optimi pessima —“la corrupción de los mejores es lo peor”—,
socavando la fe del ciudadano en su República y, por ende, en la democracia.
Es
larga e ignominiosa la lista de recientes “Primeros Magistrados” latinoamericanos
—de izquierda a derecha— acusados, procesados o encarcelados por corrupción —con
el caudillismo, “pecados originales” conque nació Latinoamérica independiente. Condenados o en prisión
preventiva, por Guatemala están Alfonso Portillo, Álvaro Colom y Otto Pérez Molina
(éste destituido); Francisco Flores (El Salvador); en Honduras, la esposa del presidente
Porfirio Lobo; Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez (Costa Rica); Ricardo
Martinelli y sus hijos (Panamá); Carlos Andrés Pérez (Venezuela, destituido).
De Ecuador, Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad (destituidos), Fabián Alarcón y Gustavo
Noboa; entre los peruanos, Alberto Fujimori, Ollanta Humala y su esposa y Alejandro
Toledo (en espera de ser extraditado); el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada (derrocado)
y el paraguayo Fernando Lugo (destituido por mala gestión). En Argentina Carlos
Saúl Menem y en Brasil Fernando Collor de Mello (renunció), Lula da Silva y Dilma
Rousseff (destituida por mala gestión y denunciada por encubrir corrupción de su
partido).
Denunciados
pero no condenados o juzgados: Enrique Peña Nieto y su esposa (México), el
guatemalteco Jimmy Morales, Mauricio Funes (El Salvador, asilado en Nicaragua);
José María Figueres (Costa Rica); en Haití, Jean-Bertrand Aristide; de
República Dominicana Leonel Fernández y Danilo Medina —por sus entornos. En Colombia,
Ernesto Samper, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. No huelga hablar del
enriquecimiento desmedido del clan Chávez y la cúpula bolivariana. En Ecuador Rafael
Correa —hasta ahora, por permisividad— y entre los peruanos, Alan García y Pedro
Pablo Kuczynski (recién renunciado). De Bolivia, Jaime Paz y Hugo Bánzer con la
familia de su esposa —Evo Morales fue acusado de nepotismo y tolerar la corrupción.
En Chile, el hijo y la nuera de Michelle Bachelet; entre los argentinos, Fernando
De la Rúa (renunció), Néstor Kirchner y su viuda y sucesora Cristina Fernández;
de Paraguay Juan Carlos Wasmosy, Raúl Cubas (renunció y se asiló), Luis González
Macchi, Federico Franco y Horacio Cartes (sobreseído), así como el uruguayo Luis
Alberto Lacalle. Por último Brasil: José Sarney y Michel Temer.
En “El Jarrón Roto” (“Le vase brisé”), Sully Prudhomme
describió cómo escapa el agua por una rajadura imperceptible y muere la flor.
Así, con ayuda de los medios y las redes, los latinoamericanos dejamos de
ignorar y perdemos, cada vez más, la paciencia. O se rompe el jarrón o el cáliz
se desborda.
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