Hoy, Chile elige presidente, congresistas y consejeros
regionales en un panorama muy distinto a 2013. Veamos por qué.
Entonces, Bachelet regresaba a la política nacional después
de irse en 2010 con 84% de aprobación —a pesar del mal
manejo del terremoto—, una cifra envidiable para cualquier mandatario saliente;
hoy se va entre el 23 (CEP) y 31% (CADEM).
Entonces la Concertación —el bloque de centro-centroizquierda que gobernó desde
la salida de la dictadura en 1990— estaba
unida; hoy, la Nueva Mayoría (NM) —derivada mucho más hacia la izquierda, incorporado
el PC— va separada en dos frentes: uno la Democracia Cristiana (DC) y otro “el
resto”. Hasta ahora, los candidatos presidenciales de la Concertación-NM habían
sido políticos conocidos; hoy,
el candidato es un radialista promovido a senador por el Partido Radical y luego a candidato presidencia. Además, hasta ahora funcionaba el sistema bipartidista que dejó la Constitución de 1980, asegurando el presidencialismo; este año, eso cambia y la gobernabilidad será más en base
de consensos parlamentarios.
En resumen, Piñera con Chile Vamos puntea
todas las encuestas distante de Guillier y aún habría segunda vuelta —aunque una
participación alta con esa tendencia pudiera hacerla innecesaria—, un panorama
que se tornaría muy difícil para la NM porque, de ser segundos, no contarían
tácitamente con los votos de todos los electores DC y los votos del Frente
Amplio van a ser muy negociados, por una parte, y tampoco todos los del arco de
14 organizaciones integrantes se sumarán al apoyo. Por lo demás, posiblemente
Guillier y Sánchez desaparezcan del panorama político, la DC entre en crisis,
la NM se reinvente, el Frente Amplio se quiebre porque muchas de sus 14 organizaciones
no alcanzarían los nuevos requisitos de votación y los partidos pequeños
desaparezcan por esa misma razón —incluido el PRO de Enríquez-Ominami, el único
de los ocho presidenciables que ofreció mar soberano para Bolivia.
Un escenario poco promisorio de negociar
post La Haya.
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