La democracia —con
perdón de los teóricos constitucionalistas por tan concisa y asaz simplista
conceptualización sobre lo que ha sido tan debatido desde que Platón y
Aristóteles hablaron de la dēmokratía en el siglo IV a.d.C. o, incluso, con Pericles en el anterior— es el poder
de todos los ciudadanos y se asienta en el conjunto de normas tomadas por
acuerdo del conjunto de la ciudadanía o por su mayoría, que confieren legitimidad a
sus representantes y que deben respetarse por los que actúan dentro de ella
porque es la forma de convivencia social en la que los miembros son libres e
iguales. O, si no se está de acuerdo con ellas, actuar pacíficamente para
revertirlas, consensuando criterios y sumando voluntades como predicaron y también
hicieron Mathama Mohandas
Karamchand Gandhi —Bāpu— y Nelson Rolihlahla Mandela —Madiba—, y por eso sus
pueblos los llamaron “sus padres”.
Escrito casi cuatro
siglos después de La República (Politeia) de Platón y la Politica de Aristóteles, el Evangelio de Lucas en la
parábola del rico epulón y el pobre Lázaro denuncia las extremas diferencias
sociales y la indiferencia ostentosa del poderoso ante la miseria del desposeído:
«Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días
espléndidas fiestas. / Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su
portal, cubierto de llagas, / deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del
rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.» (16, 19-21).
Aberrante desigualdad que
empobreció su democracia en la Venezuela de los años 90 y que llevó a intentos
violentos como el fracasado en 1992 protagonizado, entre otros, por el entonces
teniente coronel Hugo Chávez Frías, víctima él, siendo presidente
constitucional, de otro en 2002 que llevó a Pedro Carmona Estanga a una
presidencia efímera de dos días. Precisamente Carmona Estanga reconoció, años
después, que la causa que socavó la democracia venezolana ganada en 1958 habría
sido la indiferencia y egoísmo de los sectores acomodados —epulones
contemporáneos—, incluidos miembros de las dirigencias políticas.
Chávez Frías alcanzó
democráticamente el poder en 1999 con un potente mensaje de renovación social y
empezó a implementar medidas para que los Lázaros de su país accedieran a la
mesa del epulón, nutriéndose del ideario del Libertador Bolívar y de los
también venezolanos Simón Carreño Rodríguez y el líder radical y agrarista Ezequiel
Zamora Correa para incorporar desde 2005 el propósito de un nuevo socialismo,
denominado “del siglo 21” por su ideólogo, el alemán Heinz Dieterich Steffan,
en un intento de actualizar el fracasado marxismo-leninismo. Pero después conllevaron
un populismo centralista que, unido la posterior corrupción y a la cooptación
de los poderes del Estado, junto con los costos para exportar el modelo, produjeron
el fracaso de la Revolución.
Hoy, una nueva clase de epulones,
en el temor a perder el poder por la vía democrática —primero sometiéndose a un
referéndum revocatorio y, luego, a elecciones presidenciales— ha desnudado su
férreo control sobre los poderes del Estado —judicial y electoral.
El pueblo venezolano votó contra
el actual modelo de poder en diciembre de 2015. En ese sentido, los partidos
opositores tienen la obligación estratégica de incorporar a todos los demás
actores sociales —incluyendo ampliamente a los chavistas— para lograr
soluciones pacíficas.
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