Pareciera que un Exú quiso castigar a Brasil
porque le han llegado varias plagas: una economía en caída —ya este año vivió una recesión “técnica”,
eufemismo maquillador—; insatisfacción con servicios públicos deficientes;
caída de los commodities, y una Petrobras desinflándose con su PreSal que se
desvanece con un petróleo que se abarata continuamente. Y escándalos que explotan como bubas de una peste
negra, la de la corrupción.
En 2014 Dilma Vana da
Silva Rousseff ganó en ballotage la Presidencia en Brasil y, aunque reelegida por
estrecho margen —3%—, la sexta Presidente de Brasil del regreso a la democracia
que ella misma ayudó a forjar mantuvo su cargo. Un cargo con sabor amargo.
De O maior país do mundo anunciado por su
mentor Luiz Inácio Lula da Silva no queda mucho que festejar: La economía
decrece porque se ideologizó —en pulseta temerosa con la Venezuela bolivariana—,
no se hizo competitiva y apostó a cerrarse —el Mercosur no cuaja, cierre al
libre comercio y apuesta hacia mercados africanos—; la clase media pujante —herencia
de Cardoso que Lula da Silva fructificó— se siente frustrada y temerosa de
regresar a la pobreza mientras los aún pobres de la Bolsa Família —caudal de Dilma y el PT— temen perder las
ayudas sin haber obtenido —tampoco eran promovidos— empleos de calidad. Y la
solución: medidas ortodoxas bastante liberales.
Si antes el mensalão desnudó la
corrupción política, los sobreprecios que pagó Petrobras para financiar al PT y
aliados en repartijas de grandes contratos son más de la mafia del Chicago de
la Prohibición.
Va necesitarse toda la fuerza de la Quimbanda.
Información consultada
http://es.wikipedia.org/wiki/Aécio_Neves
http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Presidentes_de_Brasil
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