Aunque las temporadas
pueden variar en algunos países, la mayoría de los países de cultura occidental
celebramos los carnavales como prolegómeno y antípoda de la Cuaresma. Una
fiesta heredada de los pueblos paganos antiguos: bacanales, saturnales y
lupercales romanas, al dios toro egipcio Apis o sumerias).
El más grande es el de
Río de Janeiro, cuando a ritmo de samba baila Brasil y lo ve (milagro de la
tecnología) todo el mundo. También lo son el Mardi Gras de
Nueva Orleans, mezcla de culturas francesas y africanas; el de Venecia, herencia sofisticada del siglo XI; los de Niza
y Colonia, de Santa Cruz de
Tenerife y de Veracruz, de Notting Hill (afrocaribeño en
el Reino Unido), de Republica Dominicana, de Barranquilla (Colombia), de
Montevideo (40 días) y de Encarnación (Paraguay). Y mención muy especial el de
Oruro (Bolivia), fastuosa mezcla de devoción cristiana a la Virgen del Socavón
con lo lúdico del Carnaval.
Pero como estos carnavales (festivos, permisivos, un poco lujuriosos y
todos derrochadores) que concluyen para empezar el recogimiento cuaresmal,
otras “fiestas” latinoamericanas,
también permisivas y derrochadoras, lujuriosas y descontroladas para
permanecer y eternizarse, hoy cada vez más se acercan a su fin: las populistas.
Hay populismos de derecha y de izquierda (etiquetas manidas y mutables pero aún
útiles) pero algunos de ellos, nacidos bajo el signo innegable de la justicia
social y aprovechando como eterno el boom temporal de sus commodities, fueron
del apogeo de su éxito al perigeo de su crisis.
La Revolución Boliviariana se inició con ruido de sables en 1992 contra
la corrupción y la pobreza en un país rico y en 1999 llegó, ejerciendo
democracia, al poder. Con el mayor auge de precios del petróleo (ganó casi un
millar de millardos de dólares en el período), redujo increíblemente los pobres
y trabajó por exportar un modelo social popular y populista. Pero destruyó la
economía, derrochó el culto a la personalidad, generó una inmensa corrupción y
clientelismo y hoy empobrece aceleradamente al país, quebrándolo.
Argentina se recuperó de la crisis de 2001 porque había caído tan bajo
que cualquier mejoría era un éxito, aprovechó el precio de su soya, sobre todo,
para repartir recursos a los empobrecidos. Pero el populismo y la corrupción
(vicepresidente encausado) fracasaron la economía.
Brasil, con el PT desde 2003, aprovechó los resultados de los correctivos
económicos que inició Fernando Henrique Cardoso y amplió sus proyectos sociales,
reduciendo significativamente la pobreza. Pero los falsos espejismos, el
exitismo y la corrupción crearon crisis y la actual administración petista
incorporó las medidas que preconizaba la oposición.
Los tres (no sólo ellos) fueron populistas, se apoyaron en sus
commodities, dejaron promover la corrupción y no lograron crear fuentes de
riqueza estables ni incorporar a la población laboral los beneficiados por sus
planes sociales. En distintas medidas, a todos les llega la Cuaresma, tiempo de cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario