El accidente fatal del
vuelo MH17 de Malaysia Airlines estrellándose
en el Óblast de Donetsk (a pocos kilómetros de la frontera rusoucraniana, en plena zona de conflicto) tras explotar en
vuelo —295 víctimas— es un nuevo chasquido del
tambor de la ruleta rusa en que se ha convertido el conflicto del pretendido
secesionismo de las regiones mayoritariamente etnorusas en Ucrania que, al
igual que en la mayoría de las antiguas repúblicas soviéticas, es alentado por
el reposicionamiento hegemónico de la Administración Putin y su pretendida
PanRusia.
Sin entrar en las ya muy
debatidas consideraciones sobre el conflicto, las primeras versiones daban
varios escenarios: El primero, un accidente del avión —técnico o del piloto—, que sería de exclusiva responsabilidad de la empresa, ya muy afectada por la anterior
desaparición en marzo del MH370 —aún sin encontrar: 239 víctimas—, otro Boeing 777. El segundo, un atentado terrorista interno —bomba en el
avión—, con dos posibilidades: un hipotético extremista
islámico —Malasia es una monarquía constitucional islámica moderada— o un
activista prorruso —o ruso. No muy probables.
La versión que cada vez crece más es que fue derribado por un misil tierra-aire. Además de presuntas conversaciones
interceptadas —con admisión de culpa por separatistas—, periodistas
occidentales vieron esta semana un lanzador de misiles rusos Buk cerca de la ciudad
de Snizhne, ocupada por separatistas. Aunque este misil también lo
tienen las tropas rusas y ucranianas —Rusia ha acusado a Ucrania de utilizarlo,
incluso se ha insinuado fantasiosamente que era dirigida contra el avión
presidencial ruso que transportaba a Putin de regreso de Brasil—, es menos concebible —aunque no descartable—
un error de uno de ellos.
Si se confirma el origen separatista del misil —que estos días ya han derribado dos
aviones de transporte ucranianos y pudieron confundirse—, conllevaría la inmediata
condena y ostracismo internacional para el separatismo prorruso. Y el descrédito para Rusia.
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