Lo simbólico de que, por vez primera, dos mujeres —socialistas
ambas: Michelle Bachelet Jeria e Isabel Allende Bussi— encabecen Chile, una como
Presidente del país y la otra —hija del malogrado Presidente Salvador Allende Gossens—
liderando el Senado poco después de que el país recordara los 40 años del
derrocamiento y muerte de su padre —aniversario que sirvió como parteaguas de
la historia política chilena—, debe haber impresionado a muchos chilenos.
Muchos retos, internos y externos, tendrá el nuevo gobierno
pero la vara de medida del éxito de su gestión pasará por tres ejes: cumplir
sus reformas fundamentales —educativa (con educación gratuita universal
en 6 años), tributaria (para financiarla) y constitucional (reformando
la Constitución de la dictadura aún vigente)—, para lo que necesitará el éxito
en los otros dos, el primero: sostener y mejorar los buenos indicadores
macroeconómicos que hereda —para financiarlas y poder mejorar la distribución
de la riqueza en un país con 0,55 de Gini (CEPAL, 2012).
Pero el otro reto requerirá de toda su habilidad política
negociadora para mantener en concordia a su Nueva Mayoría con las divergencias
que afloran y aforarán más entre sus disímiles integrantes —democristianos,
socialdemócratas, socialistas, comunistas, independientes radicales— como base
de los futuros acuerdos parlamentarios con independientes y oposición,
imprescindibles para las reformas educativa y constitucional porque sus
parlamentarios sólo le alcanzarán —si son unidos— para la reforma tributaria.
Todo eso, junto con el conflicto mapuche en lo interno y en
lo externo implementar el fallo de la
CIJ sobre Perú, argumentar frente al de Bolivia y operar la participación del
país en el Acuerdo del Pacífico y en la ASEAN a la vez de realizar su
pretendida apertura a Argentina y Brasil, es lo que logrará que Chile tenga
Grandes Alamedas para todos.
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