Cumpliendo augurios,
Paraguay tuvo ayer sus comicios generales en plena normalidad. Elecciones de
doble importancia: la primera, con independencia del ganador, demostrar a la
comunidad internacional que en Paraguay se cumplía con la democráticas; la
segunda, comprobar si —como el PRI en México en 2012—
la Asociación Nacional Republicana, los colorados que habían perdido el poder
en 2008 tras 61 años de tenerlo ininterrumpidamente —78
en total desde 1887—, podía regresar triunfante.
Los dos se cumplieron.
Del primer reto, cientos de observadores internacionales y más de un millar
nacionales avalaron su legitimidad y tranquilidad —aparentemente
sólo turbada por la detención de dos sicarios bolivianos que confesaron que
iban a asesinar a un político no identificado para enturbiar los comicios—,
aunque matizada con denuncias de compras de votos y “acarreos” de electores; de
la segunda, a los colorados les fue mejor que al PRI porque ganaron con más de
45% de los votos emitidos —la alianza del PRI con los Verdes alcanzó poco
más de 38%.
¿Cuáles son las principales
lecturas resultantes?
La primera: la democracia paraguaya está posicionada —ganó
un partido en la oposición— y que las decisiones políticas que la
excluyeron de casi todas las entidades de la Región en 2012 no tienen ya
justificación.
Segunda: el peso de la izquierda post Lugo —dividida:
Avanza País (la principal) y Frente Guasú, con Lugo— ronda
sólo 9% en conjunto, confirmando que en 2008 su aporte electoral a la
Alianza Patriótica para el Cambio —que
derrotó a los colorados y llevó a Lugo al poder— fue minoritario.
La tercera:
el fin de los caudillismos en el país con la desaparición de UNACE —aliados
coyunturales de los liberales, que del tercer lugar en 2008 bajó al séptimo—
tras la trágica muerte de su líder Oviedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario