Madre, Mujer
“Dichoso el vientre que te
llevó y los pechos que te criaron.” [Evangelio según San
Lucas, 11:27]
Este viernes pasado hablaba con mi amigo Raúl
Arrázola que aún no había decidido qué tema escribir para hoy, y él me sugirió —tan cerca del Día
boliviano de las Madres— porque no escribir sobre ellas. Y me di cuenta que, de
tanto defender el compromiso, la conciliación y la justeza, me había olvidado
de quienes son su ejemplo día a día: las madres, y María —Madre y Mujer— que en
ellas se representa.
Madre es la que da vida y en ella se gesta el futuro. También
Madre es —y las excepciones la hacen más valedera— la que nutre y cría al nuevo
ser y lo acompaña cada etapa de la formación y la que, cuando ya la persona se
ha independizado y empezado su propio ciclo, sigue atenta a ese futuro. Madre
es, además, la que siempre cree en su hijo y le da fuerzas, como también es la
que le escucha y, cuando amerita, le enmienda.
Y por ello todas las madres —la suya, la mía, la del que está
cerca— son un poco María, la Madre de Jesús, la que confió en la Promesa
Divina, entendió y apoyó a Jesús al comprender Su Palabra —la Palabra de Amor,
la que tan bien entiende una madre— y acompañó a su Hijo hasta la muerte, concienciada
con Él. Eso es María: Amor y compromiso, justa y paciente, abierta a oír y a
perdonar —conciliadora, en fin.
Para todos los cristianos (católicos, ortodoxos,
protestantes, evangélicos), María —Mariam en el arameo bíblico— es la Madre de
Dios porque Jesús, su hijo, es Hombre y es Dios. Para los musulmanes, María —en
el árabe del Corán: Maryam bint Imran (María hija de Joaquín)—
es también reconocida y reverenciada como la madre de Jesús (Isà en árabe), el Mesías que enseñó a
Israel el Evangelio. Esta presencia tan respetada en religiones que han sido
antagónicas es ejemplo de cómo la Madre puede ser puente de unión en la
discordia.
María, al ser dada por Jesús en la Cruz como madre al discípulo
amado, pasa ser la Madre de todos los discípulos de Cristo y, para la
cristiandad, es la nueva Mujer —a diferencia de la Eva bíblica— que es la Madre
de la Iglesia, madre de todos los que viven.
En sus diferentes advocaciones —de Copacabana, de Guadalupe,
del Cobre, de Fátima, de Lourdes, entre muchas— María, como tantas muchísimas
madres, llega para unir a sus hijos y salvarlos al salvar a la Humanidad. Ese
mensaje de Amor nos debería llevar a acercarnos más al prójimo si queremos
acercarnos a Él porque todos, aun si no tenemos Fe, surgimos iguales y, por lo
tanto, necesitamos entendernos y comprendernos.
Por eso, en recuerdo y agradecimiento de las Madres que
conocí y quise —las que no están: Mercedes, María, María Luisa, Elia, y las que
aún alegran este mundo: Lorenza, Neyda, Norma, Caridad, Olga, Gloria, Rosa
Virginia, entre muchas otras—, a todas las que no nombro para no hacer una
relación infinita ni olvidar alguna y también a aquellas que no conozco, mi
homenaje y reverencia a la Madre de Dios y su Mensaje: Amor.
Porque “María es el modelo de un amor sin fronteras” (beato
Juan Pablo II).
Referencias:
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