Conciliar, ¿para qué?
“El sistema de gobierno más perfecto es aquél que
produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor
suma de estabilidad política.” [Simón José Antonio de la Santísima Trinidad
Bolívar Palacios y Blanco, más conocido como Simón Bolívar]
El miércoles pasado oí a mi amigo
Jimmy Iturri repetir en ATB una frase que muchas veces se ha dicho en Bolivia:
“Acá llegamos al límite y entonces solucionamos.”
Pareciera que ésa es la filosofía
ineludible que está en la base de todos los conflictos del país. Gobernantes y
gobernados, Poder y Oposición, Afectos y Desafectos, la han seguido fatalmente.
En los últimos 30 años de democracia, el llegar “al extremo” ha sido
consustancial con la actuación política nacional: La victoria, del que más
aguante la presión.
Lo fue cuando la Marcha por la
Vida contra el 21060: El Gobierno fue el que más aguantó la arremetida popular
(y les ganó la mano con un as imprevisto: las compensaciones a los mineros por
cierre de operaciones).
Lo fue cuando las protestas
generalizadas de 2000: El Gobierno empezó a ceder a todos los pedidos (y sólo
“ganó” con otro imprevisto: la enfermedad del Presidente Bánzer y su renuncia).
Lo fue en febrero de 2003: El
Gobierno retrocedió en las medidas económicas que había tomado (y no ganó nadie;
en realidad, fue una medición de fuerzas).
Lo fue en octubre de 2003: El
Gobierno fracasó y dimitió porque se dilató en tomar decisiones que no quería
(por soberbia y mal cálculo) y el Presidente huyó. (Sirvieron las lecciones de
febrero: El país estuvo al borde de la ruptura.)
Lo fue en diciembre de 2010: A
pesar de que un escaso año antes el Gobierno tuviera el mayor baño de apoyo en
las elecciones, el retroceso tuvo que ser violento ante la imprevisible
protesta popular (por imprevisión). (Como en 2003, una demora en derogar las
medidas del gasolinazo hubieran llevado a una crisis social.)
De 2010
a hoy, los conflictos han aumentado vertiginosamente en Bolivia y la mayoría de
la población espera que crezcan más. Frente a un Estado con más gastos y menos
recursos (muchos compromisos asumidos y sin el apoyo venezolano), se han reproducido
vertiginosamente y, cada vez más, se han solapado reclamos diversos en un
único, generando más fuerza de confrontación.
Frente
a ello, han faltado diálogos desarmados de decisiones preconcebidas. El más
común error que alimenta las crisis: el negar que las haya, ha sido diario en
discursos. Y el segundo: el encontrar fantasmas, también.
Sin un
desarme de preconceptos “fatales” y un diálogo que no busque derrotados, no
alcanzaremos la paz social que demandaba Bolívar. No hay necesidad del éxito
“absoluto” porque ése, de lograrse, será como la victoria de Pirro de Epiro en
Asculum: un desastre.
Para
conciliar los extremos y no terminar más allá del límite de gobernabilidad de mi
amigo Jimmy, no es necesario aventar nuevas fuerzas que los exacerben. Quizás,
como mencionó Abraham Lincoln, es el momento “en que lo mejor que pueden hacer [los
políticos] es no despegar los labios”.
Referencias:
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