“Jesús, dando una gran voz, expiró. Entonces el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.” Evangelio según San Mateo, 15: 37-38.
Benedicto XVI, Pontifix Maximus de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, concluyó esta semana su segunda visita pastoral a Latinoamérica en la proximidad del inicio de la Semana Santa.
El Continente de la Esperanza para Juan Pablo II, su antecesor, esperaba hace tiempo esta visita del líder de los católicos, un Papa poco viajero –marcando una de sus diferencias con el papa Wojtyła. Después de esta larga espera, el papa Ratzinger visitó México y Cuba. En ambos países, centró su visita en la demanda de mayor libertad religiosa: En México, reclamó una apertura en su ejercicio –regulado y restringido después de la Guerra Cristera contra la Revolución Mexicana (1926-1929)–, aprovechando el Gobierno de un partido declaradamente creyente. En su segunda etapa, Cuba, también pidió aumentar la presencia de la Iglesia Católica en la vida del país –ateo constitucionalmente hasta 1991 y hoy laico–, incluyendo la educación y los feriados religiosos (tras su partida, se decretó el feriado del Viernes Santo).
Pero la situación es bien distinta en ambos países. México tiene la segunda mayor población católica de Latinoamérica y en Cuba la población es, con mucho consecuencia de los años de restricción religiosa, poco practicante o, con más justeza, sincrética en sus creencias. Y aun otras dos diferencias: Para Cuba, la Iglesia Católica es la Institución más importante fuera del Poder gubernamental y su única interlocutora válida, mientras que en México es un actor importante pero muy lejos de la preeminencia que tiene hoy en Cuba –gracias con mucho a Juan Pablo II–; para sus Gobiernos, al del PAN de México esta visita le puede ayudar en tomar decisiones sobre libertad religiosa –no comparto que le ayude en las elecciones, quizás marginalmente–, mientras que para el de Castro era una bocanada de aire fresco en un momento de aislamiento y tensión.
Enmarcada la etapa cubana en el 400 aniversario de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, el periplo se enmarcó en la estricta equidistancia entre Gobierno y oposición –con mensajes pastorales y no políticos– y sus resultados ya salen a la luz con la declaración de feriado –por ahora “excepcional”– del Viernes Santo, uno de los pedidos de Benedicto XVI más fáciles de satisfacer. Aunque no dejó contenta a la oposición cubana y de significación distinta a la de 1998 de Juan Pablo II, con un mensaje inclusivo de conciliación ésta refuerza sin dudas la posición de la Iglesia cubana cuyo camino abrió su antecesor.
Conciliación muy lejos de lo que se proclama en estas nuestras tierras: Confrontación, división, negación y denigración del contrario –y aun del propio. Este momento de la celebración de la Pascua de Resurrección sería el ideal para la reflexión profunda, el desarme de las tensiones y el inicio de una conciliación verdadera.
Pero esto quedará en el propósito porque hemos vivido muchas Pasiones con muchos Iscariotes y ningún Jesús.
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