miércoles, 28 de marzo de 2012

Del Cielo y la Tierra

Cuando Juan Pablo II fue a Cuba en 1998, su visita tenía 2 propósitos manifiestos: uno terrenal: posicionar a la Iglesia Católica de Cuba como factor a considerar (recuperando el estatus que le habían arrebatado), y otro espiritual: recuperar su participación en la religiosidad del pueblo cubano, muy reducida (al menos aparentemente). Ambos objetivos se cumplieron con creces: La fuerza moral de Juan Pablo como factor fundamental en la caída del comunismo y su carisma fundamental de movilización mundial por la paz lo convertían en interlocutor ideal de Fidel Castro –liderazgos disímiles pero paralelos–; a la vez, movilizó a sectores cubanos distanciados (por muchas razones) de la religión y motivó masivamente a una juventud desorientada tras el fracaso de los paradigmas ideológicos y económicos del socialismo soviético. 
Ahora, 14 años después y en otro contexto, Benedicto XVI vuelve a Cuba, significativamente el tercer país latinoamericano que visita en todo su pontificado. La Iglesia cubana es, hoy, el árbitro principal Gobierno-oposición (aproximándose más a arbitrar Partido Comunista-pueblo), con una significación referencial muy fuerte interna; también hay otro Castro en el poder visible, sin el carisma de Fidel (como tampoco lo tiene Benedicto).
Su visita será beneficiosa al Gobierno, porque es una visita conciliadora, y servirá a la Iglesia para reforzar su posición. Es hoy aún muy pronto para evaluar la significación trascendente.

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