«La epidemia […] había causado en once semanas la más grande mortandad de
nuestra historia». [Gabriel García Márquez]
Parafrasié
El amor en los tiempos del cólera (1985)
porque hoy —como el mismo impacto que tuvo el cólera en Colombia entre
1849 y 1850 y motivó la novela— el COVID-19 causa la mayor mortandad
documentada en tiempo real que hayamos conocido. No sé si alguna Fermina Daza
verá a algún Florentino Ariza, pero sí que el tema electoral —a pesar de la endemia
creciente— se nos instala, a veces concebido como panacea y otras como azote en
su —hasta ahora— inmediatez.
Concluía mi anterior columna (Rumbo a la nueva
‘(a)normalidad’) asegurando que la siguiente sería con menos pandemia y más
elecciones. La realidad da dosis de ambas.
Un amigo querido me facilitó la Guía para organizar elecciones en tiempos de pandemia de la OEA.
Interesante documento, casi un vademécum de todo lo posible electoralmente en
estos tiempos de COVID pero que, en su lectura, me detuvo en su Capítulo “Celebrar
o postergar. El dilema de las elecciones”: «Mantener
una fecha preestablecida puede tener implicancias sanitarias y poner en peligro
la salud de las personas. Posponer la celebración acarrea consideraciones
constitucionales y legales»; y propone
cuatro factores de análisis: CONDICIONES DE SALUD, MARCO JURÍDICO, ACUERDOS
POLÍTICOS y FECHA. Me centraré en salud y fecha.
Muchos países han postergado sus diversas elecciones por el
coronavirus. En Latinoamérica lo han hecho Bolivia y República Dominicana
(generales), Chile (plebiscito), Uruguay y Paraguay (municipales), México
(algunas estatales), entre otros. Las de República Dominicana se postergaron
del 17 de mayo al 5 de julio, en medio de mucha tirantez política y poco más
del 55% de participación, con morbilidad (casos detectados x 100 mil
habitantes) de 433,8, recuperados el 47,1% del total de casos y mortalidad
sobre morbilidad del 2,0%, todos datos hasta el domingo pasado (Bolivia ese día
tenía 405,7 de morbilidad, 30,4% de recuperados y 3,7% de mortalidad sobre
morbilidad). Otro ejemplo de lo que pueden representar elecciones fue el de las
municipales francesas: La primera vuelta el 15 de marzo (dos días antes de
declarar cuarentena) tuvo el 44,0% de participación; la segunda vuelta el 28 de
junio (postergada del 22 de marzo) tuvo el 40% de participación, con más de 208
mil afectados, más de 30 mil fallecidos y 36,4% de recuperados.
Eso nos lleva al factor fecha. Según el estudio del 7 de
julio del Institute for Health Metrics and Evaluation de la Universidad de
Washington en Seattle (reconocido por la OMS), Francia el 28 de junio estaba ya
en el menor nivel de sus contagios y República Dominicana el día de la elección
estaba en una etapa baja de su curva de contagios (aunque el IHME augura que
alrededor del 20/7 le crezcan geométricamente los casos). Bolivia, en ese mismo
estudio proyectivo y con las condiciones de flexibilización actuales, se
proyecta con 58 mil casos promedio al 6 de septiembre.
Pero hay opciones, la diferencia es la posibilidad. En
Galicia hubo elecciones este domingo, con rígidas condiciones de bioseguridad y
votó casi el 59%; pero España está en fase de salida de la epidemia y la
población gallega es casi la sexta parte de la boliviana repartida por un 2,7% de
la superficie boliviana, además que muchos votaron por correo y el voto no es
obligatorio. Islandia (su población es el 3,1% de la nuestra) votó durante
varios días. En otros hay voto electrónico, con menos contacto. ¿Podríamos
implementar alguna —o algunas— de éstas para el 6 de septiembre?
Y aún quedaría otra posibilidad: acuerdos políticos serios.
Valdría la pena que la mayoría democrática los considerara, aunque signifique
desarmar consignas y limitar ansiedades.
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