Más que calendaria, esta larga «semana»
es
fenoménica por todos los sucesos que vivimos y viviremos desde dos perspectivas: local y foránea.
En la foránea, el affaire sin concluir de la
Copa Libertadores —la más
palpable muestra de que la crisis del fútbol trascendió los apresurados relevos
dirigenciales por los escándalos de corrupción— marcó el temor por la
inseguridad en el evento más inmediato e importante en la misma Argentina: la Cumbre del G20.
Esta Cumbre —con 6 invitados— fue el ansiado e imprescindible espaldarazo para
la Administración Macri en su permanente bordeo de crisis y cuyo éxito lo
beneficiará económica y políticamente —con los prometidos y posibles mayores
flujos de inversiones y más reinserción mundial, Macri se potencia interna y
regionalmente y el discurso opositor “duro” pierde sus bazas.
No menos importante en la «semana» ha sido el cambio de mando en
México. De un repudiado presidente “construido” —Enrique
Peña Nieto, “fabricado” por el PRI para aparentar renovarse tras la debacle de
2000— que sale con la más alta desaprobación desde 1994 —entre 68 (Reforma) y
74% (Mitofsky)— a otro (Andrés Manuel López Obrador, AMLO) que es heredero de
la recia (y populista) “cultura” de ejercicio de poder de Luis Echeverría
Álvarez, el epítome del presidencialismo priista —«la dictadura perfecta» para
Vargas Llosa. Ganador con más de 53% de los votos y mayoría (simple) en Senado
y Diputados, AMLO ha sido aclamado como “el regreso de la izquierda” en el
momento en que los socialistas 21 y el Foro de São Paulo van en acelerado
retroceso en la Región —entre sus invitados a la asunción estaban los últimos
gobernantes de la ALBA: Maduro, Díaz-Canel, Ortega (que declinó), Morales y
Sánchez Cerén (ambos finalizando mandatos), además del presidente del
legislativo de Corea del Norte. Y aunque su discurso fue muy promisorio —hizo
fe de antirreeleccionista, combate a la corrupción y la violencia y promoción
de la economía—, el nuevo sexenio —y deseo equivocarme— podría ser muy
complicado para México.
¿Y para Bolivia? Después del apresurado cierre de
precandidaturas presidenciales con sus imprevistos, el Órgano Electoral ha
coleccionado sapos: las precandidaturas son, de hecho, ya candidaturas definidas
porque no tendrán contrincantes que dirimir —exceptuando la aún no aceptada de Rafael
Quispe y Juana Calle en el MAS frente a la de Morales y García Linera, descartada
en referéndum constitucional pero forzada por el Tribunal Constitucional—, lo
que hace innecesarias las primarias porque serían un ejercicio para los
militantes de votar por su candidato único (¿alguien recuerda los “candidatos
únicos” del implosionado “socialismo real” soviético?); además, las militancias
“truchas”: 35 mil denunciadas hasta el viernes pasado pero que, (considerando
la costumbre usual de asistir masivamente en último momento) pudieran llegar a
100 mil hasta el miércoles 5, que serían el 1,54% del padrón electoral —2,31%
si le adicionamos los casi 50 mil repetidos según auditó la OEA.
Súmenseles otros hechos que acaecerán: el mismo 5, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos (CIDH) abordará la reelección indefinida recibiendo a
opositores y al ministro Pary —ya el TC se apresuró a negarle competencia, lo
cual pareciera una perogrullada porque la CIDH se basa en el mismo Pacto de San
José que el anterior TC utilizó de argumento para aprobar el “derecho” a la
eternización—, el 6 Bolivia parará contra la re4elección y el 8 el
TSE deberá decidir sobre la inclusión de la dupla oficialista.
Mucho para tan pocos días.
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