martes, 4 de diciembre de 2018

Por angas o por mangas, ¡qué «semana»!



Más que calendaria, esta larga «semana» es fenoménica por todos los sucesos que vivimos y viviremos desde dos perspectivas: local y foránea.

En la foránea, el affaire sin concluir de la Copa Libertadores la más palpable muestra de que la crisis del fútbol trascendió los apresurados relevos dirigenciales por los escándalos de corrupción— marcó el temor por la inseguridad en el evento más inmediato e importante en la misma Argentina: la Cumbre del G20. Esta Cumbre —con 6 invitados— fue el ansiado e imprescindible espaldarazo para la Administración Macri en su permanente bordeo de crisis y cuyo éxito lo beneficiará económica y políticamente —con los prometidos y posibles mayores flujos de inversiones y más reinserción mundial, Macri se potencia interna y regionalmente y el discurso opositor “duro” pierde sus bazas.

No menos importante en la «semana» ha sido el cambio de mando en México. De un repudiado presidente “construido” Enrique Peña Nieto, “fabricado” por el PRI para aparentar renovarse tras la debacle de 2000— que sale con la más alta desaprobación desde 1994 —entre 68 (Reforma) y 74% (Mitofsky)— a otro (Andrés Manuel López Obrador, AMLO) que es heredero de la recia (y populista) “cultura” de ejercicio de poder de Luis Echeverría Álvarez, el epítome del presidencialismo priista —«la dictadura perfecta» para Vargas Llosa. Ganador con más de 53% de los votos y mayoría (simple) en Senado y Diputados, AMLO ha sido aclamado como “el regreso de la izquierda” en el momento en que los socialistas 21 y el Foro de São Paulo van en acelerado retroceso en la Región —entre sus invitados a la asunción estaban los últimos gobernantes de la ALBA: Maduro, Díaz-Canel, Ortega (que declinó), Morales y Sánchez Cerén (ambos finalizando mandatos), además del presidente del legislativo de Corea del Norte. Y aunque su discurso fue muy promisorio —hizo fe de antirreeleccionista, combate a la corrupción y la violencia y promoción de la economía—, el nuevo sexenio —y deseo equivocarme— podría ser muy complicado para México.

¿Y para Bolivia? Después del apresurado cierre de precandidaturas presidenciales con sus imprevistos, el Órgano Electoral ha coleccionado sapos: las precandidaturas son, de hecho, ya candidaturas definidas porque no tendrán contrincantes que dirimir —exceptuando la aún no aceptada de Rafael Quispe y Juana Calle en el MAS frente a la de Morales y García Linera, descartada en referéndum constitucional pero forzada por el Tribunal Constitucional—, lo que hace innecesarias las primarias porque serían un ejercicio para los militantes de votar por su candidato único (¿alguien recuerda los “candidatos únicos” del implosionado “socialismo real” soviético?); además, las militancias “truchas”: 35 mil denunciadas hasta el viernes pasado pero que, (considerando la costumbre usual de asistir masivamente en último momento) pudieran llegar a 100 mil hasta el miércoles 5, que serían el 1,54% del padrón electoral —2,31% si le adicionamos los casi 50 mil repetidos según auditó la OEA.  

Súmenseles otros hechos que acaecerán: el mismo 5, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) abordará la reelección indefinida recibiendo a opositores y al ministro Pary —ya el TC se apresuró a negarle competencia, lo cual pareciera una perogrullada porque la CIDH se basa en el mismo Pacto de San José que el anterior TC utilizó de argumento para aprobar el “derecho” a la eternización—, el 6 Bolivia parará contra la re4elección y el 8 el TSE deberá decidir sobre la inclusión de la dupla oficialista.

Mucho para tan pocos días.

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