Viernes y sábado, Buenos Aires fluctuará entre ser una ciudad
fantasma —tras el inusual feriado y el pedido de las autoridades que dejara la
ciudad todo el que pudiera— o un campo de batalla entre los manifestantes
antiG20 y las fuerzas de seguridad —22.000 agentes, 3.000 del ejército y 5.000
custodios extranjeros—, aún con el recuerdo fresco del bochornoso y violento
final frustrado de la Copa Libertadores.
¿Vale la pena el gasto argentino —con una economía
“magullada”— de cerca de USD 112 millones (43 en seguridad)? Desde el punto de
vista de la Administración Macri, es la oportunidad de reubicar definitivamente
Argentina en el escenario internacional: los 26 países presentes (a los 20 esta
vez se sumaron 6, por lo que serán 5 latinoamericanos) representan el 81% del
PIB global, 61% de toda la población mundial y 75% de todo el comercio. Pero no
será fácil.
Desde adentro, los presidentes Trump, Xi Jinping, Putin y el príncipe
heredero Bin Salman acapararán la atención de los medios, los tres primeros por
sus relaciones conflictivas y el saudita por las denuncias sobre él. Desde
afuera, porque a pesar de todo el despliegue de seguridad y la inversión
realizada, “seguridad” es la palabra menos confiable ahora, a pesar de los denodados
esfuerzos del gobierno argentino.
¿Sirven estas reuniones o, como la reciente Cumbre
Iberoamericana, son gasto insulso y turismo “oficial”? Mediáticamente al menos —si
las protestas no degeneran en violencia— pueden ser un buen ejercicio de
relaciones públicas y un autoespaldarazo a Macri.
(Como anécdotas, Peña Nieto asistirá su último día de gobierno
a la firma del T-MEC —el nuevo TLC— en BsAs y Temer iniciará su último mes en
Planalto.)
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