martes, 2 de enero de 2018

Panoramas y retos realistas 2018


Abrí 2017 con mi columna “El Año del Gallo de Fuego” y una relación de hitos conflictivos precedentes: los escándalos irresueltos del FONDIOC y del affaire Zapata, el referendo de febrero, el conflicto de los cooperativistas mineros, la crisis del agua en La Paz, el desastre de LaMia y los casos Porvenir y Terrorismo empantanados por su continuado desmoronamiento argumental. A ellos sumaba la contracción económica —más evidente ahora a pesar del optimismo oficialista, que recuerda “la mesa servida” de Rafael Correa—, las elecciones judiciales —en 2011, los votos nulos y en blanco superaron el 60%, y en las de 2017 rozaron el 67%, quinto fracaso electoral del MAS y cuarto consecutivo: judiciales 2011 y 2017, municipales 2010 y 2015 y consulta 2016—, más la ineludible meta oficialista de repostular al presidente. Cerraba con mi visión de la oposición: fragmentada, acuartelada en la reactividad, urgida de liderazgo común y de proyecto país.

Referiré el contexto regional de ahora respecto de mediados de 2008: en casi toda Sudamérica —excepto Colombia y Perú— gobernaban partidos miembros del Foro de São Paulo: PSUV (Hugo Chávez) en Venezuela, Alianza PAIS (Correa) en Ecuador, Socialista (Michelle Bachelet) en Chile, Frente Amplio (Tabaré Vasquez) en Uruguay, PT (Lula da Silva) en Brasil, Frente Guasú (Fernando Lugo) en Paraguay y MAS (Evo Morales) en Bolivia —incluyo Argentina porque, aunque el FpV (Cristina de Kirchner) no integró el Foro, era abiertamente afín—; los commodities tenían precios topes (el petróleo WTI alcanzó 145,29 dólares el barril), era el apogeo de los organismos creados por Chávez —ALBA-TCP y UNASUR y pronto CELAC— y la OEA le era genuflexa, la inversión extranjera directa “inundaba” la Región y el MERCOSUR “nadaba” en la economía ideológica. Por el contrario, 2018 se inicia con gobiernos del socialismo xxi en retroceso (quedan Nicolás Maduro en Venezuela y Morales en Bolivia; Lenín Moreno en Ecuador y Vasquez de nuevo en Uruguay tomaron posiciones moderadas), los commodities están en precios bajos —ya pasado el perigeo—, UNASUR y CELAC van en franca desaparición, la OEA es contestataria y la ALBA-TCP sobrevive a la defensiva —como el Foro—, la IED es escasa y el MERCOSUR abandonó las ataduras ideológicas… y gobierna los EEUU Donald Trump, para quien Latinoamérica no es importante.

Para Bolivia, los augurios 2018 son nada halagüeños: la conflictividad —incentivada por la forzada re(x4)postulación— se agudizará mucho más allá del actual por el nuevo Código Penal porque la economía no tiene visos de mejorar y sí de complicarse —pendiente de negociar el gas para Brasil, sin concreción real de nuevas inversiones sustanciales en hidrocarburos, una alta cartera de créditos en lo interno y una deuda significativa y progresiva en lo externo—: es el momento para confirmar que el tan celebrado ahorro interno —sustento de la filosofía económica del docenio— es más que una utopía.
La oposición llega al bienio preelectoral sin un candidato de consenso y atomizada frente a uno ya establecido —“blindado” más allá de cualquier protesta— y con sus liderazgos bajo la barrera del 25% de votos, adoleciendo en gran medida de un proyecto país a largo plazo que trascienda lo coyuntural opositor. Las urgencias en formar cuadros en los distintos niveles y en nuevos líderes —de consenso y sin fugacidad— que renueven el panorama son metas difíciles para dos años pero imprescindibles de empezar.


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