De farsa a sainete —y bordeando la tragicomedia—, ayer Carles
Puigdemont declaró la No Independencia de Cataluña y madrugó a los
altermundistas de la CUP y a los muchos incautos que creyeron en el independentismo
sin pensar que el Govern y Junts pel Sí —la burguesía conservadora del PDeCAT
representada por Artur Mas, los que siempre medraron del nacionalismo,
corrupción incluida— los iban a dejar en estacada cuando el gran capital huyera
de la región por quedar fuera de Europa.
Con ello, Puigdemont —descendiente de inmigrantes, por ende
un xarnego (perro) como
llaman despectivamente los nacionalistas “puristas” a todos los inmigrantes y
sus descendientes— confirma que es un discípulo eminente de Rajoy, quien —al
igual que el “Hoy no pasó nada” de Luis xvi
el 4 de julio de 1789— el día del referéndum catalán dijo "el referéndum
es una quimera" y “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. La firma en
el Parlament de una declaración de independencia y su inmediata suspensión
“para dialogar” —convirtiéndola en mero papel mojado— disgustó tanto a los
independentistas como a los que no la apoyaban.
A pesar de la tranquila inopia de Rajoy y del recule —temporal
por ahora— del Govern, el proces catalán y la falta de decisión del gobierno
central para prevenirlo desde hace años —el laissez
faire, laissez passer de Rajoy— han fracturado a la sociedad catalana
en dos sectores enfrentados y, con seguridad, destruido su economía. Espero que
la solución de Mariano Rajoy no sea la que aventuró su ministro: dar más dinero
a la región rebelde porque levantará justos reclamos de todas.
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