Hace poco más de una semana, escribí en “Venezuela y la
irreversible necesidad de un cambio” que los indicios de debilitamiento del
régimen madurista eran cada vez más manifiestos. A hoy, con la Constituyente
instalada en un salón anexo al de la Asamblea Nacional opositora y con el
inicio de levantamientos de militares descontentos, ya ni el mismo Maduro Moros
cree en sus recientes llamados a un “diálogo nacional” que le deje ganar tiempo.
Tras la elección de la Constituyente madurista —cuya
legitimidad de elección fue cuestionada por la empresa encargada de las
máquinas de votación en, al menos, un millón de votos, confirmando denuncias de
fraude opositoras— y la repulsa internacional —sólo apoyada en la región por
Cuba, Nicaragua, Bolivia y El Salvador y por Ecuador sin mucho compromiso—, el
desencadenamiento de hechos se acelera: la aplicación de la cláusula
democrática por el Mercosur —decisión bloqueada en la OEA hasta ahora—, el
pedido del Vaticano de suspender la Constituyente, la destitución de la Fiscal
General y el asalto por militares descontentos —el gobierno habló de
“paramilitares civiles terroristas”— a la principal base blindada, Paramacay,
donde sacaron gran cantidad de armas y municiones.
La situación límite de la economía venezolana —2016 FMI: decrecimiento
del PIB de 8% y déficit de 16%, desempleo sobre 18%, hiperdevaluación (lunes:
dólar oficial a Bs.F 10 y paralelo a 16.480,17), inflación: 1.660% este año, desabastecimiento:
74% en alimentos y 76% en medicinas y pobreza: 30,2% moderada y 51,5% extrema (ENCOVI 2016)—
urge de soluciones inmediatas con todos los actores sociales: chavistas,
opositores e independientes pero que ya no pasan por la cúpula dictatorial.
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