«Y aquella mujer [Pandora], levantando la tapa de un gran vaso que tenía en sus manos
esparció sobre los hombres las miserias horribles. Únicamente la Esperanza quedó
en el vaso.» [Hesíodo, Los
Trabajos y los días.]
Los escándalos de corrupción no son nuevos en Brasil. Tras
la redemocratización en 1985, Fernando Collor de Mello, el primero de sus
presidentes por vía directa, tuvo que renunciar a los dos años de ser elegido
tras descubrírsele un gran esquema de corrupción política —tráfico de
influencias por sobornos— y empezarle el Congreso un proceso de
impeachment —el primero del ciclo redemocrático—, en una situación de crisis de
la economía que provocaba un fuerte rechazo popular.
Pero los escándalos de corrupción han sido noticias seguida
en el país —como el vicepresidente de la Cámara de Diputados, Fernando Lúcio
Giacobo del evangélico Partido de la República, que “ganó la lotería 12 veces
seguidas”— pero con la administración de Luiz Inácio "Lula" da Silva
se sucedieron: desde el Mensalão —compra
de votos y adhesiones congresales en 2005 que involucró a varios partidos y
cuyo juicio concluyó en 2013 con prisión para decenas de líderes políticos y
empresarios, incluidos del partido de Lula—, la Máfia dos Sanguessugas —compras fraudulentas de mil ambulancias en 2006—,
el Mensalão do dem —Operação Caixa de Pandora en 2009— hasta
llegar al Lava Jato —el petrolão: coimas y sobreprecios con
Petrobras— que desde 2015 ha costado la cárcel a la cúpula empresarial del
sector de la construcción y a numerosos políticos y que, en buena medida, fue
razón —aunque no la base legal— de la defenestración tras impeachment de la presidente Dilma da Silva Rousseff en un
momento también de crisis económica e impopularidad.
Y cuando se pensaba que el petrolão había destapado el summum
de la corrupción política y empresarial en Brasil —que involucra directamente a
Lula da Silva en varios juicios y que alcanza también ahora a Rousseff y que
pudiera anular las elecciones de 2013 por financiación ilegal—, un nuevo
escándalo remece a todo el sistema, empezando por el Michel Temer: la Operação Carne Fraca (Operación Carne Débil)
destapó la adulteración y "maquillaje" de carne bovina y aviar en mal
estado por parte de varias empresas como BRF y JBS, los dos líderes mundiales (Brasil
es el principal exportador mundial, que representan el tercer producto de
exportación de Brasil —el 7,2%—, después de la soya y el hierro).
Pero el terrible mal olor fue el de la corrupción política: Joesley Batista, copropietario de JBS, en
delación premiada grabó al presidente
Michel Temer conversando sobre sobornos y el Tribunal Federal de
Justicia autorizó investigar
a Temer. Mientras Temer declaró que no renunciaría y los pedidos de
impeachment crecen, otro ejecutivo de
JBS denunció en declaración premiada que 1.829 políticos de 28 partidos recibieron millonarios sobornos,
incluyendo Lula y Rousseff. Sin elecciones inmediatas por ahora, los dos
primeros de la línea sucesoria, los presidentes de Diputados y Senado, están
acusados en Lava Jato.
A pesar de la enorme desestabilización política e
institucional y de la afección a la delicada economía brasilera que estos
procesos provoquen, conlleva una enorme satisfacción y seguridad el que la
justicia funcione en Brasil. Ojalá conlleve que las nuevas generaciones
políticas —luego del descalabro de las actuales— entiendan el mensaje.
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