Hasta hace pocas semanas sólo
sabía de los pokémones que fue una serie de TV japonesa que veían los hijos de unos
queridos amigos cuando llegaba a visitarlos y que —perdón de los fans— jamás se
me ocurrió mirar. Por eso no me enteré hasta ahora que su origen era un juego role-playing game —en buen castellano de
la RAE «juego de interpretación de papeles»— japonés ideado en 1991 por un coleccionista
aficionado de insectos — luego razón de muchos de sus personajes— y que apareció
en 1996 con Nintendo, la multinacional japonesa de los videojuegos. Para cerrar
este “ciclo historiador”, Pokémon es una contracción del nipón Poketto Monsutā —"monstruos de bolsillo",
en inglés Pocket Monsters— y fue tan exitoso
que al año siguiente (1997) ya había vendido un millón de copias en Japón y casi
un cuarto en EEUU durante la primera semana de venta. Así empezó la leyenda:
serie de televisión, naipes, ropa...
Debo declarar que mi experiencia
con computadoras se inició en 1974 con una “sofisticadísima" —entonces— Olivetti
del CENIC sin pantalla ni programas, para la que había que preelaborar lo que correría
en ésta y perforarlo en tarjetas —previa una laboriosa evaluación psicológica “para
saber si era apto para trabajar con computadora”, lo que hoy “suena” a prehistoria
o irreal—, PacMan no fue de mi agrado y mi experiencia lúdica con juegos de computadora
se redujo a curiosear Tetris —¿recuerda aquél videojuego de puzzle soviético (¡wow,
¿era soviético?), “dinosaurio lúdico” de los 80?
Volviendo al meollo, el 6 de
julio pasado fue lanzado por regiones este videojuego de aventura pionero en
realidad aumentada free-to-play
desarrollado para smartphones y el 3 de agosto se desbloqueó para Latinoamérica
—¡sólo hace 13 días que nos llegó!
En The New York Times leí que Pokémon Go había llevado a muchos chicos
a entrar en museos y bibliotecas —territorios desconocidos— para capturar bichos
y algunos los habían descubierto con asombro. Por eso discrepo con un baby boomer como yo que, en un principal
medio boliviano, comparaba su “poca utilidad” con la de un nostálgico crucigrama
cultural de su infancia —aunque “en mis lejanos” 8 años aprender cada día
varios significados en un Larousse era de mis pasatiempos favoritos.
El pasado sábado, alrededor
de la una de la madrugada, encontrar un centenar de personas de diversas edades
y condiciones socioculturales “cazando” pokémones en una esquina del segundo anillo
cruceño me permitió valorarlo. Porque se practica ejercicio al caminar —lo celebran
publicaciones médicas internacionales— que reduce la ansiedad —gasta energía—,
la depresión —se socializa— y otros desórdenes mentales; se hace turismo para
buscarlos los pokémones —761, aún no todos para smartphones— y se conoce la
ciudad —con las poképaradas—, se practica realidad aumentada —el juego es usted—
y, como mencionó Amy Butcher en NYT,
“se ve el mundo en su esplendor”. Además, se lee —buscando información—, se
entiende biología, se mejora la relación con los animales y se aprende
evolución —¡no sonría!
Y nos trae el futuro al
presente: mapas fidedignos y recorridos casi impecables, mezcla de Google Earth
y Maps con participación de usuarios anteriores —como Wikipedia—, a modo de
Gran Ojo que a Orwell asustaría. También nos constata que muchísimos acceden a
la ciudadanía virtual a través de la pantalla de su Smartphone. Una revolución
cultural que ya llegó.
Información consultada
https://inspiredadventures.com.au/6-ways-pokémon-go-is-making-the-world-a-better-place-for-everyone/
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