martes, 5 de julio de 2016

Lo «políticamente correcto»


Hace años recibí un relato de humor negro como la pez sobre los sinsentidos de “lo políticamente correcto”: “Navidad en la empresa” contaba las peripecias de Pepita, encargada de RRHH de una empresa, cuando organizaba la Fiesta de Navidad y Fin de Año y continuamente tenía que irla cambiando para acomodarla a las festividades de las distintas religiones (Navidad, Hanukah, Kwanzaa, Ramadán), susceptibilidades (Alcohólicos Anónimos), preferencias (vegetarianos, en dieta, LGBT), necesidades (diabéticos, hipertensos) y demás de los empleados de la empresa y complacerlos a todos, con lo que termina… (No voy a aguarles la lectura: lo reencontré en http://www.forodeseguridad.com/artic/humor/hum_1024.htm.)

Pudiera parece una historia llevaba al absurdo, pero no es. Hace tiempo quería escribir sobre el un absurdo del abuso de falsa “corrección política” en nuestro idioma: el dividir por género (“los niños y las niñas”) cuando en castellano el plural (“los niños”) abarca ambos sexos sin discriminarlos. Porque si utilizar esos giros pudiera dar la falsa sensación de igualdad de sexos (más complicado en idiomas como el inglés donde la diferenciación, incluso en singular, muchas veces sólo es contextual), falacia explicada por los gramáticos, a veces han creado situaciones por lo menos jocosas cuando no discriminatorias o irreales (como “muchos y muchas periodistas” que aparece en un manual del  Instituto Español de Comercio Exterior, ¿o debería ser periodistas y periodistos o, mejor, l@s periodist@s?) que son interdicciones lingüísticas, formas de discriminación devenidas en disfemismos  (“Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, Real Academia Española). Quizás la culpa sea de políticos que manipulen populistamente en su provecho las reivindicaciones justas de igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres, olvidando que «el lenguaje no es machista, lo es el uso que hacen de él las personas machistas» como señaló el lingüista Fernando Vilches Vivanco, autor de “El menosprecio de la lengua”, entre otros.

Concuerdo plenamente con el frontal enfrentamiento a las discriminaciones de cualquier laya pero cuando la falsedad de “lo políticamente correcto” (usualmente forma y no sustancia) se expresa en la afiliación con alguna ortodoxia política o cultural (no importa desde qué ángulo ideológico, porque se abusa de ello por angas y por mangas), entonces se convierte en una discriminación nueva: una autodiscriminación o una discriminación dominante. George Orwell ya avanzó características de esas neolenguas en The Principles of Newspeak, apéndice de su novela distópica “1984”: la neolengua de INGSOC ((el “socialismo inglés”, sátira del estalinismo) buscaba evitar el deseo de libertad eliminando los significados no deseados de la palabra para que el propio concepto dejara de existir en las mentes de quienes lo hablaban, el falso no-sexismo de la arbitraria división lingüista por géneros en el plural confunde, en el mejor de los casos, la no-discriminación en el lenguaje con los disfemismos y puede convertirse en manipulación, porque al no combatir directamente las expresiones deliberadamente despectivas o insultantes y construir otras con “corrección política” lo que hace es encubrir las agraviantes.

Además, en política y sociedad “lo políticamente correcto” puede devenir cobardía y traición. Pero ése será otro envío, distinto al de “ogros y ogras”.


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